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José Vicente Cabezuelo

Volver a la presencialidad al ritmo de la desescalada

Me conmovió haber vivido en la distancia el acto de clausura del curso académico 2019-2020 de la Universidad de Alicante. Me conmovió el minuto de silencio solicitado por el rector al inicio de su intervención y la gravedad de sus palabras en el recuerdo a todas las víctimas de la pandemia. Me conmovió sobremanera la imagen del Paraninfo, vacío, como de luto, con tan pocos asistentes y tan distantes los unos de los otros que asemejaban un archipiélago de personas ocupando sus asientos en un mar de butacas vacías. Qué lejos, aunque sólo han pasado unos meses, queda el "Gaudeamus" con el que comenzaba otro texto publicado en este mismo diario para celebrar la festividad de Santo Tomás de Aquino y el cuadragésimo aniversario de la Universidad de Alicante. Y todo ello, en tan poco tiempo, por mor del COVID-19.

Sin lugar a dudas, 2020 es un año que va a marcar un cambio radical para la humanidad, haciendo que nada quede ajeno a las dramáticas consecuencias que este virus ha provocado. Tampoco la universidad quedará al margen de los cambios que la crisis sanitaria ha introducido en su normal funcionamiento. La universidad española se ha visto abocada de la noche a la mañana a ofrecer una respuesta educativa a la crisis ocasionada por el coronavirus, ha tenido que sustituir la formación presencial por fórmulas virtuales que han permitido a las universidades mantener la actividad docente de la mejor manera posible, dadas las circunstancias. Ello ha conllevado grandes esfuerzos para el personal docente y de administración y servicios. También se debe destacar la madurez de los alumnos a la hora de responsabilizarse de la situación creada por la pandemia. Yo diría que el sistema en su conjunto se ha visto sometido a un muy elevado nivel de estrés, que ha hecho que aquellas otras tensiones que aquejaban a las universidades desde 2012 -tanto normativas como económicas-, se hayan hecho pequeñas ante la brutalidad del vaivén que la pandemia ha provocado en toda la sociedad y en la educación superior, en particular.

Pese a todo ello, ha sido un acierto que la institución universitaria haya podido garantizar el derecho a la formación del alumnado universitario. Con todas las dificultades imaginables, e inimaginables, con ingenio y mucho voluntarismo, con rabia y con empatía hacia las soluciones propuestas por toda la comunidad, la prioridad no podía ser otra que garantizar dicho derecho, razón de ser de nuestra institución. Era y es una cuestión de prioridad, y lo prioritario son las personas que estudian y trabajan en la Universidad de Alicante. El reto actual, qué duda cabe, es responder a la emergencia sanitaria, superarla, y, en paralelo, alcanzar un retorno seguro y gradual a la actividad académica y laboral. Cierto es que en este tiempo se han tomado medidas urgentes para dar respuesta a necesidades evidentes: cómo terminar el curso, cómo evaluar los conocimientos del alumnado desde la no presencialidad, etc. Pero cuando lo urgente solapa lo importante se producen desajustes propios de la inmediatez, que ocasionan debates relativos a dudas más que objetivas acerca de la implementación de esas medidas por razones de diversa índole -técnica, personal, jurídica- y que únicamente se han podido zanjar desde el consenso de todos los actores.

Tras un final de curso muy traumático, preñado de urgencias, se debe abrir el inicio a un nuevo curso donde lo importante se imponga a lo urgente. Es por ello que las experiencias de los últimos meses nos deben servir para adelantarnos, en lo posible, a las nuevas situaciones que se puedan plantear. El aprendizaje observacional tan propio del ser humano, ya mostrado en los personajes de la mitología griega -Pérdix y la invención de la sierra-, resulta ahora más útil que nunca. De las muchas cuestiones que sin duda hay que abordar, hoy quiero centrar mi reflexión en una de ellas: el falso debate entre lo presencial y lo virtual en la formación superior. En este sentido, considero que la universidad pública española debe hacer un ejercicio de introspección sobre sí misma tomando como punto de partida su naturaleza, su función, su experiencia, su trayectoria y sus condicionantes; evitando la tentación fácil de copiar irreflexivamente, de manera mecánica, modelos que pueden resultar apropiados para otros contextos educativos. Debemos plantearnos qué somos y qué queremos ser cuando pase la situación excepcional que estamos viviendo, cuando llegue la tan ansiada normalidad; y sería injusto si en esta reflexión ignoráramos las virtudes del magisterio pleno, por exigencia de carácter presencial, que dota del sentido más humanista al modelo universitario. Y ello no significa que desconozcamos y no valoremos muy positivamente los beneficios que las nuevas tecnologías aportan al sistema educativo universitario.

No es cierto que la formación virtual haya llegado para quedarse, como tampoco lo es que lo haya hecho la tecnología. Ya estaban aquí. Y bienvenidas. Afortunadamente bienvenidas. Bienvenidas porque en momentos tan extraordinarios como los vividos han sido la tabla de salvación de la formación en todos los niveles educativos ¿Se imaginan ustedes esta misma situación hace escasamente medio siglo? ¡Qué medio siglo, dos décadas! Ya hay profesores, y no son pocos, que introducen elementos de formación digital en su docencia. La experiencia es sin duda muy enriquecedora, porque ofrece al estudiante un "tempo" nuevo, una nueva velocidad en el espacio/tiempo del aprendizaje. Es una fórmula que no desmerece a la formación presencial, pero que tampoco la suple. Y esto último es lo que ha ocurrido.

La experiencia de estos meses de virtualización de la docencia nos ha permitido comprobar, junto con los beneficios que pueden derivarse de su recurso, que existen dudas y desconfianzas razonables sobre su uso normalizado en exclusiva. Los profesores relatan experiencias que discurren entre la vertiginosa euforia de la puesta en marcha de las experiencias virtuales y el más permanente desencanto y frustración por un sistema a distancia que no ha favorecido el intercambio, la reflexión, el debate y la crítica, que son inherentes a la docencia universitaria. Por su parte, los alumnos a menudo se han declarado huérfanos, abandonados y solitarios en la aventura de aprender y no se han sentido incentivados para formular dudas, establecer debates y argumentar la controversia. Tanto docentes como discentes han puesto de relieve que su rendimiento académico, ya sea preparando e impartiendo clases o bien recibiéndolas y trabajando sobre ellas, no ha sido ni de lejos el normal. Y eso se ha debido a un conjunto de causas, algunas de ellas externas, como el estrés que ha supuesto la crisis sanitaria en el conjunto de la sociedad, o personales, como las circunstancias de cada uno en su hogar, relativas a espacio donde trabajar, horarios y herramientas con las que tratar de seguir el día a día. Se trata, por tanto, de aprender de la experiencia de estos meses y quedarnos con lo positivo, pero debemos plantearnos si estamos dispuestos a que la anormal educación de la emergencia sanitaria se convierta en la formación universitaria de nuestra normalidad.

Afortunadamente, la situación evoluciona de forma favorable y ello ha permitido iniciar lo que ha dado en llamarse desescalada, señalando progresivamente unas fases que tienen como meta la reactivación del país. En este momento, la universidad no puede convertirse en un reducto de aislamiento al margen de la sociedad, sino que tiene que adecuar su reincorporación a la normalidad, siempre que lo permitan las normas dictadas por las autoridades sanitarias y con total respeto a las mismas, al compás del conjunto de la sociedad. Si nuestro propósito es ser un referente social, convertirnos en el centro del debate social, debemos de estar donde está la sociedad. Si ese camino hacia la "normalidad" lo van a transitar los docentes y discentes de la enseñanza primaria, secundaria, bachillerato y formación profesional, tiene poco encaje que la educación superior no lo haga. Una universidad no es un club elitista y, por ello, debe estar abierta y mostrarse cercana a la sociedad, de la que forma parte, compartiendo su andadura. Porque, no olvidemos, no se trata tan sólo de la existencia de plataformas potentes que permitan la formación online, sino también, y no menos importante, de la competencia digital para su uso por profesores y estudiantes. Unos y otros necesitan formación para sacar todo el provecho posible a esas herramientas, que para que realmente sean útiles han de ser de uso masivo, y no ínfimo o poco significativo. Porque la brecha digital todavía existe, y su vacuna es en buena medida la formación.

La Universidad de Alicante es una gran institución de enseñanza superior que permanentemente debe hacer un ejercicio de continuidad y cambio para actualizarse, seguir cumpliendo eficazmente con sus cometidos y continuar prestando responsablemente su servicio a la sociedad. Ante todo, somos una universidad pública presencial, y ligado a este carácter de presencialidad, que es nuestra normalidad, se vinculan nuestra búsqueda de la calidad y la excelencia en la formación de profesionales y nuestro compromiso con el territorio que acoge nuestra labor docente e investigadora como motor de desarrollo económico y social. Tenemos la responsabilidad de liderar la respuesta a los graves retos que tenemos planteados como sociedad. Una Universidad socialmente responsable debe responder a la exigencia de formar con calidad a todos sus estudiantes, debe garantizar la adquisición de los conocimientos de las diferentes ramas del saber con rigor científico, y de las mejores y más avanzadas competencias y habilidades profesionales. Una universidad socialmente responsable es inclusiva en el más amplio sentido de la palabra porque tienen cabida todos y nadie, por razones económicas, étnicas, religiosas o también tecnológicas, puede quedarse fuera. No somos una empresa que pueda centrar su foco de atención en el beneficio que derive sin más del incremento del potencial número de consumidores, aunque ello conlleve la degradación del valor del conocimiento. Porque la Universidad no sólo son las aulas, sean virtuales o presenciales, también son los otros escenarios donde discurre la vida de la comunidad universitaria, espacios de reflexión y sociabilidad, que son fundamentales para la formación y la madurez intelectual de quienes los transitamos; y ello difícilmente puede desarrollarse en contextos virtuales.

En definitiva, debemos estar dispuestos a abrirnos a nuevas formas de mirar el futuro, a contemplar y a asumir nuevos puntos de vista para mejorar la vida universitaria y la aportación de la Universidad a la sociedad. El conocimiento y la ciencia tienen que dedicarse a abrir nuevos caminos que transitar para construir un futuro mejor. Ese es y será mi empeño.

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