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Rafael Simón Gil

El ocaso de los dioses

Rafael Simón Gil

Los nuevos iconoclastas de la incultura y el odio

Durante la Revolución Cultural China (1966-1976), los Guardias Rojos quemaron multitud de bibliotecas y destruyeron obras de arte antiguas, templos budistas y secciones de la Gran Muralla, produciendo millones de muertos. Mao no solo se garantizaba el tan codiciado culto comunista a la personalidad (los comunistas dicen no creer en el más allá, pero les obsesiona inmortalizar su megalómano ego), sino que alumbraba, bajo el imperio del terror, la nueva sociedad china. Pese a las matanzas y la violencia iconoclasta el partido comunista chino jamás ha entonado mea culpa ni cuestionado su legitimidad para seguir gobernando. El 21 de mayo de 1972 Laszlo Toth atacó con un martillo La Pietá de Miguel Ángel que se expone en la Basílica de San Pedro del Vaticano causándole graves destrozos. El 14 de septiembre de 1991 Piero Cannata destrozó con un martillo el pie izquierdo del David de Miguel Ángel del Museo Dell 'Academia de Florencia. Cannata realizó el vandálico acto alegando recibir una orden de La Bella Nani de Veronese, un óleo expuesto en el Louvre. En marzo de 2001 el régimen de los talibanes ordenó destruir los Budas de Bamiyan, las milenarias y gigantescas estatuas esculpidas en Afganistán en el siglo VI. Los integristas las destruyeron por considerarlas contrarias a la ley islámica.

La iconoclastia ha sido una constante del ser humano -individual y colectiva- que ha afectado tanto a los poderosos como al pueblo, utilizado éste de forma espuria por el poder para alcanzar sus fines. Quemar iglesias, derribar edificios, destrozar imágenes, secuestrar libros, censurar pinturas, prohibir películas, no son sino manifestaciones de iconoclastia al servicio del nuevo poder establecido. La paradoja de todo ello es que para idolatrar las nuevas imágenes se debe destruir las anteriores.

Tomando como coartada recientes episodios de brutalidad policial en EEUU, autodenominados grupos indigenistas yanquis han iniciado una cruzada iconoclasta contra estatuas que consideran racistas, esclavistas y colonialistas. Y, curiosamente, todas con sello español. Colón, Isabel la Católica o Juan de Oñate han sido víctimas de esta fiebre ludita instigada por la gauche divinne USA. Estos grupos de activistas se dan cuenta 500 años después de que Colón o Isabel la Católica eran muy malos y no merecen estatuas ni reconocimiento. Boston, Virginia, California, Nuevo México, entre otros lugares, han sido el escenario donde asistir al jacobino espectáculo de la decapitación de Colón. Lo que no alcanzo a entender es cómo estos grupos de izquierda indigenista, anticolonialista y progre no han dirigido sus fuerzas iconoclastas contra ellos mismos, sus padres y sus abuelos, o contra la nación USA y sus 45 presidentes desde Washington. O contra los congresistas, senadores, gobernadores y alcaldes que han servido a EEUU. O contra a la herencia pionera de británicos, irlandeses o alemanes que conquistaron a sangre y fuego el territorio norteamericano masacrando a las tribus indígenas indias. Puestos a destruir podrían haber comenzado con el Monumento Nacional del Campo de Batalla de Little Big Horn que conmemora la batalla que allí libró su teniente coronel racista George Custer y el 7ª de Caballería contra los auténticos dueños de aquellas tierras, los indios de Caballo Loco y Toro Sentado.

Estoy absolutamente en contra de estas acciones revisionistas de la historia que grupos de visionarios izquierdistas se permiten hacer juzgando acontecimientos ocurridos hace cientos de años con los criterios actuales. Nada en la Historia podría pasar un reto de tamaña estupidez. Ni egipcios, babilonios, griegos, romanos, musulmanes, británicos o franceses saldrían libres de esa diabólica prueba consistente en aplicar los valores de sociedades democráticas actuales con los que primaban hace dos mil, mil o quinientos años. Tampoco ninguna civilización, religión o acontecimiento histórico. ¿Destruimos las pirámides de Egipto, el Partenón de Atenas o el derecho romano? Estos progres, incendiarios sociales, luditas conceptuales y bárbaros del siglo XXI son fruto de su inmensa incultura y su recalcitrante odio.

Pero existe otra perversa forma de iconoclastia consistente en derribar no ya estatuas, sino personas y lo que simbolizan. La extrema izquierda podemita y los partidos separatistas tienen dos objetivos en su iconoclasta agenda: derribar la Monarquía y estigmatizar cualquier versión del PSOE que no sea la que representa Sánchez (Zapatero) y su grupo de palmeros agradecidos. Respecto de la Corona sirvan las caceroladas que impulsa el partido de ultraizquierda podemita contra la Monarquía. Respecto del PSOE, Felipe González hablaba días atrás del Gobierno comparándolo con el camarote de los hermanos Marx, entre otras críticas a Podemos, a los separatistas y al propio Sánchez. Casualmente, a los pocos días salía la noticia de González y los Gal amparada en antiguos y conocidos documentos. El periódico gurú de la izquierda española, su santo y seña, su BOE mediático, El País, publicaba el pasado lunes un artículo de su exdirector Juan Luís Cebrián que entre otras lindezas decía: "Hay quien piensa que el gobierno es rehén de Venezuela debido a la presencia de Podemos, pero la mayor amenaza que puede esgrimir Caracas es desvelar la naturaleza oculta de las gestiones de Zapatero con Maduro o el origen de los millones de dólares depositados en Suiza por su antiguo embajador". Algo que sabe toda España y que niegan los extremistas de Podemos y el PSOE de Sánchez. ¿Miente Cebrián? ¿Dónde están las querellas? Y añade, "el Delcygate fue programado y nada fortuito", refiriéndose a la reunión que mantuvieron en España el ministro Ábalos con la vicepresidenta de Venezuela. Concluye Cebrián con un dardo al actual PSOE: "El problema es que el PSOE no tiene proyecto alguno, o por mejor decir tiene una variedad de ellos, siempre que el que se aplique garantice el poder a su actual líder". ¿También es una maniobra de la extrema derecha? A este PSOE de Sánchez-Zapatero le sobra el PSOE de Felipe, Guerra, Leguina, Redondo, Ibarra y tantos otros que consiguieron un partido socialdemócrata comparable a los más sólidos de Europa. ¿Hasta cuándo? A más ver.

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