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Joaquín Rábago

Opinión

Joaquín Rábago

Contraste con un país que funciona

Mientras en España, una oposición rencorosa e impenitente se dedica a desgastar a un Gobierno cuya legitimidad no acaba de aceptar, en Alemania, el país de Europa occidental que mejor ha superado la pandemia, se piensa en el futuro.

Aunque con medio año de retraso, la coalición cristiano-socialdemócrata que preside la canciller federal, Angela Merkel, se prepara para las nuevas necesidades de la industrial impulsando con 9.000 millones de euros el llamado «hidrógeno verde».

El país central de Europa quiere convertirse en el número uno mundial de esa nueva tecnología y ha decidido apostar fuerte por el hidrógeno basado en energías renovables frente a los combustibles sólidos, actualmente dominantes.

Reconoce Berlín que el hidrógeno producido a partir de energías limpias es el único sostenible a largo plazo y quiere volcar por tanto en él sus esfuerzos inversores.

El hidrógeno es un elemento multitarea y se pretende utilizarlo lo mismo para reemplazar al carbón y al gas en la industria siderometalúrgica que en la calefacción de los edificios o para impulsar los trenes o automóviles, además de en la aviación.

Para el lego en la materia conviene explicar que se distingue entre el hidrógeno «verde» y «azul»: este último se obtiene a partir del gas natural o del carbón, pero para cumplir los objetivos medioambientales de la UE, se necesita la captura del dióxido de carbono liberado en ese proceso y su posterior almacenamiento bajo el mar del Norte.

El Gobierno de Berlín ha llegado a la conclusión de que su industria seguirá necesitando durante la fase de transición ecológica el «hidrógeno azul» ya que el «verde» no será ni mucho menos suficiente para las necesidades de su industria.

Tendrá pues que importar masivamente el primero de países como el Reino Unido, Holanda o Noruega ya que la tecnología de captura de CO2 goza de mala prensa en Alemania.

En los diez próximos años vamos a asistir en Europa al desarrollo de un potente mercado del hidrógeno, y Alemania quiere integrarse en él plenamente, por lo que financiará la construcción de plantas de electrólisis con capacidad de producción de 5 gigavatios.

La primera planta de ese tipo, mucho más modesta, pues tendrá sólo una capacidad inicial de 100 megavatios, se construirá en Marruecos gracias a una inversión germana de 300 millones. El hidrógeno allí producido no se exportará, sin embargo, a Alemania sino que servirá para atender las necesidades locales.

Se trata sólo de un primer paso en la nueva estrategia porque, como declaró a la prensa el ministro germano de Ayuda al Desarrollo, Gerd Müller, de la Unión Cristianosocial bávara, la intención es ampliar las capacidades de producción de hidrógeno para su exportación a Alemania.

Como reconoce el ministro, por sí sola, sin el sol de África, no podrá alcanzar Alemania los objetivos que se ha fijado. Pero sol tenemos también en abundancia en España.

En lugar de dedicarnos a ponernos zancadillas, deberíamos aquí también prepararnos para un futuro industrial que pasa indefectiblemente por las energías limpias y el hidrógeno.

¿O, después de la experiencia del coronavirus y la crisis económica acompañante, queremos seguir siendo un país sólo de camareros? ¿Vamos a seguir tropezando en la misma piedra?

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