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La pluma y el diván

Control de contingencias

Somos unos apasionados del control. Necesitamos que las cosas tengan el comportamiento que nosotros queremos y no otro, pero seguimos viviendo momentos de descontrol con la pandemia, donde nada se comporta como deseamos. Emocionalmente tenemos un mecanismo, la intolerancia a la incertidumbre, que se activa cuando el control no está en nuestras manos y la asociamos con un aumento de preocupaciones. Lo peor de todo este asunto es que sin control nos sentimos amenazados y eso es algo que tenemos que evitar o, si no es posible como es el caso, resolver de alguna manera.

En condiciones normales estamos sometidos a muchas situaciones donde no está en nuestra mano la consecuencia final, o si lo está, solo es en parte. Cuando afrontamos un examen, una oposición, una entrevista de trabajo, una consulta médica, entre otros muchos ejemplos, los resultados no siempre son los esperados, entre otras cosas, porque no depende totalmente de nosotros.

En una situación de alarma sanitaria como la que estamos viviendo, la intolerancia a la incertidumbre es altísima y tenemos que conllevar la sobrecarga emocional de encontrarnos desamparados ante un posible desenlace muy negativo para nosotros: la enfermedad y la muerte. Vivir bajo amenaza es posiblemente lo que peor llevamos.

Para refugiarnos del descontrol y aliviar en parte las emociones negativas, asumimos el plan de contingencia que nos impone el Gobierno con la confianza obligada de que llegará a buen fin. El único problema es que puede existir un despropósito en cuanto al control político por parte de los gobernantes, dado que el sistema constitucional, en estos casos, permite la eliminación de derechos fundamentales de los ciudadanos, el Parlamento pasa a un segundo plano y se legisla sin supervisión de los representantes del pueblo.

A pesar de todo, los españoles estamos dando una auténtica lección de civismo al mundo, viviendo un confinamiento salvaje de más de dos meses, sin titubeos, sin desobediencia, sin sobresaltos para las autoridades competentes. El control social que se está ejerciendo sobre todos nosotros es muy severo, las sanciones también. Pero vivir la incertidumbre y el descontrol de nuestras vidas sin un horizonte a medio plazo que nos exoneré de la enfermedad o la muerte es el pago emocional más caro que podemos soportar.

Nos toca seguir adelante con la paradoja de intentar controlar lo incontrolable. La contingencia es algo que puede suceder o no y controlarla es un imposible. Nos seguimos alimentando de ilusiones de control, tanteando probabilidades de éxito y sorteando evidencias de descontrol.

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