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Toni Cabot

Postales del coronavirus

Toni Cabot

Réquiem aplazado por el doctor «San» Aurelio Ripoll

No hubo paciente que no tuviera su teléfono particular, así que el timbre no paraba de sonar hasta que descolgaba el auricular cuando la sombra de la guadaña aparecía por algún portal. Siempre tuvo claro que el momento en que la gente más agradecía tenerlo cerca para estrechar su mano era en el instante de la definitiva partida. Paradójicamente -como recordaba ayer su emocionado hijo con un nudo en la garganta- quién le iba a decir que iba a ser él quien muriera rodeado de soledad en una habitación del Hospital General, sin ningún ser cercano que le tendiera esa mano que él siempre tuvo dispuesta. No hubo opción. El coronavirus le devoró tras irrumpir en la Residencia de Babel y su traslado al centro hospitalario solo sirvió para certificar su muerte a los 87 años.

Aurelio Ripoll, valenciano de Simat de la Valldigna, llegó a Alicante tras licenciarse en la Facultad de Medicina de Granada a principios de la década de los sesenta. Tras un breve paso por el Preventorio Antituberculoso de Aguas de Busot (hoy Aigües), obtuvo plaza en propiedad y se trasladó a Alicante. Primero en la Casa Socorro y posteriormente en el ambulatorio de la calle Gerona, el doctor Ripoll desarrolló toda su carrera acumulando una de las mayores carteras de pacientes en la zona centro, donde ejerció como médico titular de Atención Primaria hasta su jubilación, que prolongó hasta los 70 años.

Cercano y de trato familiar, Ripoll se hizo hueco entre los médicos de referencia ( José Antonio Payá, Luis Revilla, José Bravo, Fernando Gran Novillo, Miguel García?), acogiendo en su consulta desde pacientes de la alta burguesía alicantina a las capas más bajas que pasaron por la Beneficencia. Su cariñoso trato y eficacia médica propiciaron el apodo de «San Aurelio» entre los enfermos.

Casado con Carmen, hija de Rafael Segura, otro ilustre médico alicantino, invitó a pacientes de toda condición a su boda en el Monasterio de la Santa Faz. Durante el ágape posterior, unos cuantos invitados denunciaron el robo de carteras ante la sorpresa general. El inesperado contratiempo se solucionó horas después, cuando el novio notificó el masivo hurto al jefe del clan de un grupo de invitados que todos señalaban como sospechoso. Poco más tarde, las carteras fueron devueltas a sus dueños sin que se echara en falta nada en su interior.

La anécdota sirve como botón de muestra del enorme respeto y cariño que infundió Ripoll entre esa multitud de alicantinos que pasaron por su consulta. Entre esa larga lista figuraban los empleados de Telefónica, la taurina familia Esplá, los Padres Jesuitas, las Monjas de la Sangre y también las Monjas Clarisas de Santa Faz, a las que visitaba todos los sábados, siendo el único varón no religioso con acceso al convento. Como pago a su desinteresado servicio, las Clarisas solían obsequiarle con algún conejo, huevos o verduras de su huerto.

A finales de los años 60, Aurelio Ripoll desempeñó funciones de control sanitario en el edificio de Aduanas, por donde pasaban los pasajeros de Orán antes de entrar a la ciudad, pero su tarea principal como médico de Atención Primaria discurrió por el ambulatorio de la calle Gerona y la Casa Socorro, donde se situó en primera línea para atender a los drogadictos que acudían en busca de metadona en los ochenta.

Una infortunada caída hace un año le fracturó la cadera. Tras la recuperación, decidió ingresar en una residencia del barrio de Babel, donde el coronavirus le invadió con las defensas apagadas. Tras su fallecimiento, recibió sepultura en su localidad natal, Simat de la Valldigna. No pudo ser despedido por esa multitud de pacientes y amigos de Alicante que, no obstante, siguen esperando fecha para hacerlo en la ermita de Vistahermosa cuando la epidemia dé un respiro. Allí encontrará el cariño y cientos de manos que no pudo tener en la soledad del cuarto del Hospital General de Alicante.

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