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José Ramón Navarro Vera

Pandemia, ¿Cambio de paradigma urbano?

La mayoría de los cambios en nuestra vida cotidiana que nos está exigiendo la irrupción de la pandemia del covid-19 se expresan y materializan en el espacio urbano. Este artículo pretende contribuir al debate abierto sobre qué modalidad de ciudad es la más apta para hacer frente a los retos actuales de esta epidemia, y a otros similares que nos puedan llegar.

La cuestión que hay que debatir no es la de un cambio de paradigma urbano, sino cómo fortalecer el modelo de ciudad que ya veníamos defendiendo cuando nos alcanzó la epidemia, y que no es otro que el fundado en las estrategias de lucha contra los efectos del cambio climático y que continúan plenamente vigentes, al que debemos incorporar los cambios que se deben de introducir para garantizar la seguridad sanitaria.

Paradójicamente, el confinamiento ha tenido efectos positivos sobre alguna de las variables más relevantes que están en la raíz de las exigencias ambientales frente al cambio climático, como es la reducción del tráfico privado, lo que ha tenido un reflejo sensible en la importante caída de emisiones contaminantes. Un estudio de Ecologistas en Acción realizado en varias ciudades españolas durante el confinamiento, entre ellas Alicante, ha permitido cuantificar la reducción de tráfico así como la de emisiones de dióxido de nitrógeno y de partículas. Se ha evaluado una disminución de tráfico del orden de un 75% entre semana y de un 90% los fines de semana, lo que ha producido una reducción de gases producidos por el tráfico que en el caso de Alicante ha sido del orden del 80%. El incremento de la calidad del aire durante las semanas de aislamiento no sólo ha tenido un efecto sobre la salud, sino que también ha favorecido la biodiversidad, como se ha detectado por el incremento de la presencia de aves en la ciudad. En otro orden de cosas, la experiencia del silencio durante el confinamiento nos ha descubierto una forma inédita de sentir nuestra ciudad, sobre todo en zonas del centro tan degradadas ambientalmente por el ruido del tráfico y de otras actividades.

La gestión de la ciudad en este periodo de transición hacia la llamada «nueva normalidad» se produce en tres líneas: la densidad, espacio público y movilidad. Las tres son fundamentales en la construcción del modelo urbano ambientalmente sensible frente a los efectos del cambio climático. La densidad como concentración de viviendas en un espacio urbano, cuando es alta o media, contribuye, unida a la mezcla de usos, a que la ciudad sea más eficiente energéticamente que la de baja densidad, porque la hace más adecuada para la explotación del transporte público y la movilidad peatonal. Una densidad media o alta es la que sería necesaria fijar en el modelo urbano propuesto recientemente por el urbanista americano Richard Sennett, la «Ciudad de 15 minutos», una ciudad en la que las actividades que generan movilidad obligada estén a 15 minutos, a pie o en bicicleta, de las residencias de los ciudadanos; se trata de un objetivo estructural interesante para aplicar a ciudades nuevas, aunque difícil de aplicar en ciudades consolidadas.

La densidad y el «mix» funcional es una cualidad que beneficia la gestión ambiental de las áreas centrales y de los ensanches de nuestras ciudades mediterráneas, sin embargo adolecen de falta de espacio libre público, que, además, suele estar dedicado en gran parte a viario para coches; por eso en la crisis actual se ha tenido que rescatar espacio viario para la movilidad peatonal y ciclista con objeto de bajar la densidad en el uso de esos espacios por razones de protección frente al contagio. Estas medidas de emergencia que se están tomando deberían incorporarse a los objetivos de gestión cotidiana de la ciudad.

Una cuestión diferente es la ampliación de espacio público para esponjar terrazas de la hostelería. Aunque las razones sanitarias de ello estén claras, habría que proceder con prudencia por los efectos ambientales adversos que implicarían en forma de ruidos y deterioro de la accesibilidad peatonal.

Para que las ciudades avancen frente al cambio climático es necesario continuar apostando por el transporte público. Hay que evitar que se produzca una inversión en la tendencia de crecimiento en el uso que ha mostrado este medio hasta ahora, cuando se escuchan voces que rechazan el transporte público por razones sanitarias y predican una recuperación del coche. La pandemia ha estimulado la movilidad peatonal y ciclista, aunque da la impresión que se vincula prioritariamente al paseo, y es preciso incentivar también la movilidad peatonal y ciclista al trabajo. Según una encuesta reciente de la Generalitat, Alicante tiene el índice más bajo de movilidad a pie en el conjunto de municipios del Área Funcional Alicante-Elche, un 38%, para todos los viajes que se producen en un día, también son muy bajos los viajes por motivo de estudios y trabajo, un 29%; mientras que el porcentaje de movilidad ciclista está en torno al 1% del total de viajes diarios.

Si actuamos bien, las medidas que ahora se están tomando para limitar la extensión de la epidemia, unidas a las que se establezcan para frenar las consecuencias del cambio climático, pueden dirigir nuestras ciudades hacia un horizonte de mayor calidad ambiental para sus ciudadanos.

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