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Volveremos a casa

Hace unos meses, tan solo seis, estábamos celebrando el nuevo año. Entre amigos y familiares, ansiábamos el cambio de década, pensando en la repercusión que tuvieron los locos años veinte en la cultura universal. Tuvimos alguna noticia sobre el desarrollo de la COVID-19 en China, una enfermedad sin nombre ni apellido, a la que no temíamos porque nos quedaba demasiado lejos en el mapa. No entendimos, quizá por inconsciencia o por falta de previsión, que la globalización tiene muchas ventajas y algunos grandes inconvenientes; y la expansión de una enfermedad vírica desconocida ha sido uno de ellos.

Hemos despedido un tranquilo, aunque no nos lo creíamos con la inestabilidad política y social de nuestro país, 2019 para dar paso a un 2020 lleno de incertidumbres. Un año en el que hemos tenido que decir adiós a familiares y amigos con la que compartíamos mesa en la Navidad de manera siniestra, sin poder acompañar a nuestros seres queridos en su último momento, sin poder abrazarnos ni pasar el luto en un velatorio.

De manera casi inminente, nuestra Comunidad Autónoma pasará a una nueva normalidad de la que hoy no conocemos aún las consecuencias, pero que sin duda va a suponer un cambio no solo en el modelo social sino también en el productivo. Este es el momento en el que tenemos que empezar a pensar en una transformación económica hacia las energías verdes, el consumo del producto local y aplicar el aprendizaje que hemos obtenido sobre los grandes núcleos de población humana. Aprenderemos a vivir sin grandes masificaciones, valorando nuevas alternativas poblacionales.

El teletrabajo se ha convertido en una realidad presente en casi todos los hogares; una realidad que necesita de una legislación específica para evitar los abusos en el entorno laboral. Además, existe otro gran reto en materia laboral: la reconversión del tejido productivo. Turismo sí, pero de calidad. Industria sí, pero con una mayor apuesta por el I+D+i, un campo abandonado en nuestro país.

Pero no solo tenemos que pelear por la reconversión de los fondos privados, sino que tenemos que trabajar para que lo público sea indiscutible. Si no llega a ser por la sanidad pública, mucha más gente habría fallecido. La sanidad se merece la inversión que necesita, por mucho que los políticos se esmeren en recortar sus recursos.

Habremos avanzado si en nuestra lucha colectiva conseguimos que el tejido empresarial y productivo entienden que esta nueva realidad es una oportunidad única para replantearse el modelo que teníamos hasta el catorce de marzo de este año. Una mascarilla y el gel hidroalcohólico nos pueden salvar del contagio del coronavirus, una reconversión de nuestros valores económicos nos salvará de futuras pandemias. Hagamos de este presente un elemento fundamental en el futuro.

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