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Francisco Esquivel

Los del club de alterne

Tomo la primera junto a David en La rotonda -de Juan Rodes hasta traspasarlo- y, con el mercado a la espalda, señala el 40 de la calle: «Con esto empezó todo». Y sí. Ese ventanal daba al despacho del administrador; el de la izquierda al del dire; tras el balcón, Conchita y el cura Espinosa; a continuación Sanz Moliner, Fernando Gil, Giner y, hacia el fondo, la base de la pirámide invertida. Del portalón salía el plomo de las linotipias y por detrás resonaba la rotativa. Más no se puede pedir en menos.

Estar en el cogollito contaba con la ventaja de tener horno y barbería a mano, la institución a vigilar a tiro de piedra y, los reductos para vérselas con garganta profunda, siempre por catalogar. Sí, ardíamos con la caída del menda norteamericano pero montados a lomos de Billy Wilder teníamos de sobra para perseguir el ovillo de Primera plana: «Por eso eres tan buen periodista -Burns a Hiddy-, porque siempre has estado en el lugar y en el momento oportuno». «Pero en casa ni por Navidad». Lo del Piache también era trabajo dado que, mientras esperábamos la tirada, Séneca, que decía llamarse Peris, nos ilustraba sobre clásicos de Akra Leuka, disertación que seguía a mediodía con montadito en El Merengue. Por la tarde tocaba guardia en el Guillermo para que Rico Pérez no te la metiera doblada aunque, viendo el panorama actual, no es extraño que en don José se vea a un estadista.

Desde el gran San Blas había que ir a la búsqueda de dónde alternar. El Bocaíto y otros salieron al encuentro y la bodega del Nou Manolín se abrió a los Importantes. Una jornada tocó desayuno con El Sordo y almuerzo con Gámir, que más que contestar susurraba, por lo que me licencié en la facu y me doctoré en el Jumillano.

El día libre se iniciaba en la luminosa terraza del Palas e intentaba desprenderme de la carga de tensión extasiándome con el horizonte hasta el punto de pensar en perderme por los senderos de la lírica. Entonces llegaba el café con la tostada, abría los diarios y, al zambullirme en la actualidad desmenuzándola, no quedaba resquicio alguno a la duda: gensanta, poesía eres tú.

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