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Toni Cabot

Postales de coronavirus

Toni Cabot

El funeral del Tío Vicent

Vicente Seguí falleció hace un mes en Torrevieja. No fue el coronavirus, a sus 85 años un problema intestinal le adelantó el turno. Nacido en Tollos, localidad del Comtat que, como su vecina Famorca, no llega a los cincuenta habitantes en el censo, su deseo era recibir sepultura en el pequeño cementerio de su pueblo. Allí había vivido buena parte de su vida dedicado a la agricultura, actividad que completó con el oficio de barbero, aprendido de su padre. Al igual que tantos otros, se vio obligado a emigrar para asegurar el sustento. Cayó en Sevilla, donde se ganó la vida como heladero y acabó en Elda tras el auge del zapato. La muerte le sobrevino en una residencia torrevejense en pleno confinamiento, periodo marcado, entre otras cosas, por la prohibición expresa de congregar a más de cuatro personas en cualquier funeral. En todo caso, sí se cumplió su último deseo, y el cuerpo sin vida de Vicent llegaba en coche fúnebre una mañana al cementerio de Tollos con la única compañía de su hija Carmen. Allí le esperaban el alcalde del pueblo, Félix Frau, el enterrador y el sacerdote de Benilloba, que suplió al titular para oficiar la ceremonia dado que, a causa de una enfermedad, el cura de Tollos era persona de riesgo. Un breve responso en ese rincón perdido de la montaña alicantina dio paso al doloroso silencio tantas veces escenificado en esta etapa del coronavirus, que ha vaciado de afecto y calor funeral tras funeral. El primer edil tollero recordaba ayer que durante esos minutos el silencio duele y que el hecho de no ver a nadie alrededor animando al familiar añade una enorme capa de tristeza a la despedida. En cualquier otro momento, sus más allegados hubieran estado rodeados de afecto en la Iglesia de Sant Antoni, donde el Tío Vicent quería su acto de despedida ante todos los que, en ese mismo instante, guardaban respetuoso silencio en sus casas, trescientos metros más arriba del cementerio, viéndolo todo, pero sin poder acercarse. «¿No podem estar?», fue la pregunta de todo un pueblo a su alcalde, mecánico y agricultor que, a pesar de residir en Alcoy, ha estado pendiente durante todo el confinamiento de sus vecinos, en un gran porcentaje, mayores de 70 años. «No pot ser, ho diu la llei», respondía encogido Frau, consciente del cariño que profesaba la población al finado.

También en Tollos, como en Famorca y muchos pueblos de la montaña alicantina, no se ha registrado caso alguno de coronavirus. Ni la estadística concede probabilidades para localidades tan despobladas ni posiblemente el virus encontraría el camino para llegar. Durante esta pandemia han perdido al Tío Vicent, y un poco antes se quedaron sin su centro de la Tercera Edad, pérdida que también les ha dolido. Al parecer, el retraso en los pagos de la Conselleria de Asuntos Sociales dejó sin capacidad a la empresa que gestionaba ese espacio para mayores, que finalmente tuvo que arrojar la toalla. «Eso nos ha hecho mucho daño», denuncia el alcalde.

Hoy, cerrada la primera fase, sus cuarenta y tantos habitantes ya se mueven con mascarilla y guantes entre esas contadas calles de ese pueblo perdido al que no llega el virus, pero al que maltrata la soledad, una similar a la que despidió al Tío Vicent.

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