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Opinión

Cielos claros, sol brilante

Empezamos a salir otra vez de nuestras casas, a disfrutar otra vez del aire, esta vez más limpio, inusualmente más puro, de un sol que parece más brillante? y que, en realidad, lo es: en estos meses de confinamiento se ha dejado de emitir una enorme cantidad de contaminantes procedentes de la quema de combustibles fósiles; los cielos, además, están inusualmente limpios porque el tráfico aéreo se ha reducido casi a cero y hoy es aún incipiente: hay menos contaminación y eso es estupendo? ¿o no? Contemos una historia:

Los días del 11 al 13 de septiembre de 2001, tras el atentado a las Torres Gemelas, David Travis, un climatólogo de Wisconsin, detectó algo que le llamó mucho la atención: en esos días en que todo el espacio aéreo USA estuvo cerrado al tráfico y no hubo, por lo tanto, estelas de vapor en un cielo tan claro como el de ahora, se registró un incremento de 1oC en el patrón de temperaturas. Tan solo en tres días, un efecto inmediato e importante. En realidad, fue un redescubrimiento: Gerald Stanfield, biólogo del Instituto de Investigación Agraria de Israel, estaba encargado de medir la intensidad de la radiación solar incidente durante los años 50 y 60. Realizó nuevas medidas de control en los 80 y, sorprendido, detectó que había un 22% menos de radiación; y sin embargo y contra toda lógica, no hacía más frío.

Beate Liepert, del Observatorio Terrestre Lamont-Doherty, de la Universidad de Columbia, observó, por separado, el mismo fenómeno en los Alpes Bávaros? Liepert encontró que entre los 50 y principios de los 90, la irradiación solar descendió un 9% en la Antártida, 10% en USA, 30% en Rusia, 16% en la UE? Alertaron ambos, pero nadie, en una comunidad científica que vive en buena parte de subvenciones, les hizo caso: se habían gastado muchos millones de dólares en una teoría del Calentamiento Global que ahora venían ellos a cuestionar: ¿menos energía y más calor? Imposible. Su trabajo fue descalificado y enterrado.

Más recientemente, otro climatólogo, Veerabhadran Ramanathan, demostró el efecto sobre el clima de otros contaminantes a los que se presta menor atención: los SS, sólidos en suspensión, responsables de buena parte de las famosas «boinas» sobre las ciudades; se trata de partículas sólidas muy finas, resultantes del uso de combustibles fósiles para la obtención de energía, que se elevan a altos niveles de la atmósfera.

Podría parecer que la cosa es baladí, pero conocemos cómo se forma la lluvia en las nubes: las pequeñas partículas forman núcleos de condensación a los que se adhiere el vapor de agua; cuando las pequeñas gotas se unen unas a otras y el peso es el suficiente, las gotas de agua caen y se produce la lluvia; en la naturaleza, esas partículas, relativamente grandes, son cenizas y pólenes. Pero los SS antropogénicos son mucho más pequeños y también lo son las microgotas, que tardan mucho más en llegar al peso crítico. Esas partículas, revestidas de microgotas de agua, tienen un efecto curioso: las nubes enteras actúan como un espejo, reflejando una buena parte de la luz que antes incidía en la superficie terrestre. Sus efectos sobre el clima son dramáticos y fueron los responsables directos de las grandes sequías de los 70 y 80, dos décadas, en el Sahel; el mecanismo fue el siguiente: durante el verano, los océanos del hemisferio norte se calientan, el agua se evapora y se forman las nubes que luego producirán los monzones africanos que riegan la vida en el Sahel; durante esas décadas, el oscurecimiento fue tal que legó mucha menos luz al agua del mar, esta no se evaporó lo suficiente (no es el calor el factor más influyente en la evaporación, sino el impacto de los fotones sobre las molécula de agua, como descubrieron otros dos biólogos, Michael Roderick y Graham Farquhar) y los monzones se redujeron casi a cero; eso significó sequía y muerte en el Sahel: hambrunas que mataron a 10 millones de personas y sumieron en el hambre y la pobreza a otros 50. Tal es la importancia del factor clima. Y de los SS.

Hasta los estudios de Ramanathan se había pensado que el impacto antropogénico sobre el clima era del 0.5 al 1%; pero Ramanathan llegó a la conclusión de que era 10 veces mayor, en realidad. Y abogó por la eliminación de la contaminación por SS. Pero ¿cuáles serían las consecuencias? Es bastante fácil inferirlas: Tenemos un factor que produce un efecto de calentamiento (Efecto Invernadero) y otro que actúa en el sentido opuesto (el así llamado «Oscurecimiento Global»); suprimimos uno de los dos factores, en este caso el que «enfría», y solo nos queda uno de ellos, el que «calienta»; por tanto, todo se calentaría a un ritmo mucho mayor en ese escenario; así que también es fácil concluir que la capacidad de los gases de efecto invernadero ha sido subestimada y es en realidad mucho mayor. Los modelos actuales, con esa creencia «subestimada» aún en vigor, indican que para el fin de siglo la temperatura llegaría a una subida global de 5oC; con la corrección derivada del escenario de control de la contaminación por SS, ya implementada con éxito en la UE gracias a sistemas de combustión perfeccionados que evitan en gran medida la emisión de SS, se estima que la subida sería de unos 10oC. Una auténtica catástrofe, si se tiene en cuenta que una subida de 3oC desde las temperaturas de los 50 supondría para el clima del planeta un punto de no retorno, y que los modelos sitúan ese punto en torno al año 2036, es decir, pasado mañana.

Punto de no retorno ¿de qué? Sencillamente, del inicio imparable de una situación que podría ser similar a la que se experimentó hace unos 250 millones de años, en el Pérmico, y que supuso la extinción del 95% de las especies marinas y el 70% de las de vertebrados terrestres. ¿Qué pasó entonces? Hay unos compuestos llamados clatratos que, gracias a un delicado equilibrio de presión y temperatura se encuentran confinados, congelados, en los fondos marinos y cuyo componente principal es el metano. Se calcula hoy una cantidad de metano confinado de entre 9 y 10 teragramos, unos 10 millones de toneladas. El metano, liberado de repente de sustratos algo más calientes en forma de burbujas, no tiene tiempo a disolverse en el agua marina y llega a la superficie; el resultado ya todos lo sabemos: una capacidad de efecto invernadero de entre 20 y 130 veces mayor que la del CO2. Se calcula que un incremento de 3oC (ya 2oC en la actualidad) dispararía súbitamente toda esa carga latente de metano. Así, de golpe. Por eso a ese sistema se le conoce como «fusil de clatratos», que podría «dispararse» con el aumento de las temperaturas. Hace 250 millones de años, el fusil se disparó.

Hace solo un par de décadas, los clatratos se encontraban a profundidades de entre 400 y 500 metros; hoy, con el aumento global de temperaturas, ya se sitúan a unos 300 metros (datos de 2014).

Por eso, una solución drástica de eliminación de la contaminación por SS, sin cambiar a una forma diferente de obtención de energía, que es precisamente lo que se está haciendo ahora, supondría una auténtica catástrofe planetaria. Travis detectó un cambio inmediato y muy sensible en solo 3 días de «veda» aérea en USA; ahora llevamos ya 3 meses de veda, no solo aérea, sino también terrestre, en todo el mundo.

Vivimos en un maravilloso sistema de equilibrios delicados y, francamente, no es una buena idea el alterarlos.

Y no me llamen agorero, porque en el Kilimanjaro ya no hay nieve y el hielo de Groenlandia se está fundiendo a un ritmo y hasta niveles nunca antes vistos. Y es que la verdad es a veces muy amarga.

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