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Toni Cabot

Postales del coronavirus

Toni Cabot

La pesadilla de los Barrilero

A finales del pasado mes de marzo conocimos el drama de Ana y Jose Barrilero, el matrimonio madrileño que tenía previsto pasar la Semana Santa en Benidorm, como todos los años, y al que el coronavirus condujo a la muerte en la misma habitación del hospital de Alcorcón. La pesadilla, sin embargo, no acabó ahí puesto que, casi al mismo tiempo, uno de sus hijos, José Luis, de 50 años, ingresó por la puerta de urgencias en el mismo centro hospitalario al ver agravado su estado a consecuencia de la epidemia.

A partir de ese momento, el segundo hijo de los Barrilero recorrió distintas estaciones de un infierno que primero le dejó huérfano y seguidamente amenazó su propia vida. En esa zona de urgencias, rodeado de medio centenar de enfermos que colapsaban un apartado habilitado con sillones que se destinan en las habitaciones a los familiares de los pacientes, José Luis fue localizado horas después de su ingreso para que fuera a despedirse de su madre, una vez el equipo médico tuvo claro que Ana iba a correr la misma suerte que su marido, fallecido un par de días antes en la cama de al lado. A la una de la madrugada, tras recorrer la distancia entre Urgencias y la planta alta, se reencontró por última vez con su madre, tendida sobre la cama y respirando con mucha dificultad. Esa es la última imagen que José Luis conserva de Ana, que falleció minutos después.

A partir de ese momento, el hijo mediano del matrimonio fallecido se centró en la lucha por su vida, batalla que le llevó a las instalaciones de Ifema, habilitadas como hospital de campaña para aliviar la carga de enfermos en los hospitales de Madrid cuando la epidemia marcaba su línea ascendente más aguda.

Antes, quedó sometido a una espera interminable en los pasillos de urgencias, donde observó de cerca lo que se puede experimentar en lo que debe ser el infierno, con enfermos por todos los lados y sanitarios absolutamente desbordados sin capacidad para atender todos los frentes. Allí tuvo conciencia de la falta de material para hacer frente al virus. «Si hubieran decretado antes el estado de alarma y el hospital hubiera estado provisto de respiradores suficientes, mis padres no hubieran muerto. Eso lo tenemos muy claro», defiende José Luis, que medita junto al resto de la familia unirse a alguna plataforma cívica para presentar una denuncia cuando todo pase.

En Ifema, José Luis Barrilero quedó ubicado en el pabellón 9. De ese centro improvisado, solo tiene palabras de agradecimiento por el trato dispensado. «Había algunas carencias, pero tuvimos un trato muy profesional. Y poco a poco la cosa fue mejorando hasta que recibí el alta, una semana después», agrega.

Lógicamente, ni él ni sus hermanos, Rosana y Raúl, que escaparon al virus, pudieron organizar acto alguno para despedir a sus padres. Los cuerpos de Ana y Jose fueron llevados al tanatorio de Alcorcón y hasta el pasado 6 de mayo, casi mes y medio después, no les entregaron sus cenizas.

Por ese tramo también se perdieron las pertenencias que el matrimonio llevó al hospital (teléfonos móviles, relojes etc.), que no ha sido posible recuperar pese a la insistencia y continuas reclamaciones de los hijos.

Hoy, ya en su domicilio, los tres hermanos siguen esperando a que el drama escampe para rendir tributo y despedir a sus padres en una ceremonia con familiares y amigos. Entretanto, nadie les puede quitar de la cabeza que Ana y Jose no tuvieron a su alcance ninguna oportunidad para salvarse.

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