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Teoría general de la mascarilla

Allá por el mes de febrero alguien de la tertulia comentó en el café, como con cierta displicencia, que esa especie de epidemia de gripe que parece había llevado gente al Hospital empezaba a preocupar. Uno de nosotros, acaso yo mismo, formuló una leve sentencia de ocasión más o menos del tenor de "suele ocurrir cada año" o algo por el estilo. Todos asistimos a ese palo y nos quedamos tan tranquilos. Días después me llamó por teléfono el contertulio H, a quien llamaremos por ejemplo Agustín, quien con preocupación me dio la noticia de que alguien conocido estaba ingresado de urgencia en el Hospital aquejado de lo que ya, sin reparos, se llamaba epidemia y que luego ascendería por sublimación a la internacional categoría de pandemia. El lector amable disculpará que, pese a la enorme tragedia que nos atenaza con la acongojante muchedumbre de muertos y las espeluznantes consecuencias sociales de los acontecimientos, dejemos para otro día la consideración afectiva y el lamentable enfoque de los acontecimientos por la hueste política. Parece aconsejable que intentemos tomarnos un conveniente respiro para comentar con brevedad algunos episodios relacionados con las cautelas protectoras y sus circunstancias, hechos marginales que tienen más de anecdóticos que de trágicos. Es el caso de las traídas y llevadas mascarillas, esos artilugios tan controvertidos como polivalentes. El ya correoso carácter natural de quienes formamos un pequeño grupo de veteranos y amigos supervivientes, siempre reacios a toda novedad que lleve consigo mudanza de uso antiguo, intentó resistir lo más reciamente posible (un minuto más o menos) a la asistencia a ese palo aún a sabiendas de que el doméstico empeño femenino triunfaría. Como así fue. La experiencia del enmascarado resto de la temporada en el grupo de compañeros me ha sugerido algunas consideraciones al respecto. Aclaro que las mascarillas de la escasa media docena de supervivientes tertulianos han sido diferentes, pero que cada una de ellas fue considerada por su usuario como la mejor del mundo. Pasó una tarde, pasó una semana y mi conclusión al respecto podría resumirse del siguiente modo: hay mascarillas y mascarillas: unas sirven para proteger al sujeto de ser contagiado por los demás; otras protegen a los demás de ser contagiados por uno; algunas nos protegen a todos a la vez; las de algún otro grupo más bien no protegen a nadie porque tienen otros fines; incluso las hay simplemente para separar, para presumir y algunas más para distinguir e incluso para ocultar. Las hay quirúrgicas, filtrantes, lavables, desechables, con o sin válvula, protectoras del usuario, protectoras del prójimo, otras de un solo uso, pocas reutilizables, también profesionales, higiénicas, caseras, infantiles, estándar, transparentes, de plástico, filtrantes, con siglas diversas y por ahí seguido, según los catálogos. Las referencias en internet y algunos testimonios de los profesionales amigos no son siempre coincidentes. Si de algún modo todas son válidas, conclusión a la que hemos llegado en el café, hemos de convenir que su pretendida protección, que es lo que importa, tiene carácter psicológico. ¿Por qué no? Es broma. Al final, pone uno cualquier cosa delante de la nariz, incluso un fular plegado, y puede asaltar un banco.

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