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Francisco Esquivel

Que hablamos de España

La poca capacidad de convicción y las lagunas -océanos ya- de unos mezclado con el desmedido ansia de otros por dar el sartenazo generando cacerolos han provocado enfrentamientos entre las dos aceras. La señora Eloisa, que ayer alcanzó los 97 sin que parte de la familia pudiera rodearla, a lo que más le teme es a que se forme jaleo. Entenderán que el temita algo me afecte.

Qué más da que los sanitarios adviertan que hay que ir con mucha cautela ni que a tantas criaturas, a las que les han arrebatado sus mayores de modo innoble, les quede una tortuosa ruta de reclamaciones para que resplandezca la inmundicia ni que cientos de miles de compatriotas anden rebozados en angustia pensando en la salida que aguarda. Viendo el comportamiento más que cívico y prudente de la inmensa mayoría de la parroquia, la conducción de quienes tienen la encomienda que guiar o de salvaguardar la máquina da cosa. Se lo sonsacó a sí mismo cómo no don Antonio Machado: «Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo». Es que, ojo, el martes de esta semana, Cecilio Velasco, vecino de La Nucía de 69 años, abandonó la uci tras superar el coma con dos meses en estado crítico. Paco Muñoz, poli local de Valencia, se jubiló el 10 de marzo. Sin estar de servicio se disponía a disfrutar al fin de sus amigos en Fallas, pero a los pocos días lo ingresaron. Escuchar por videollamada «papá, vas a salir de esta» le dio la vida. A la muy popular pastelera setabense Ramona López se le hacía la boca agua de pensar que estaba a punto de poner fin a 35 años de madrugones para viajar con su Juan, pero la persiana que se bajó el día de la Madre fue la del hospital. ¡Uf!

Y eso que con la sacudida de arranque nos arrebató, entre otras, la historia en Vigo de Hermann Schreiber y de Teresa, octogenarios en casa y ambos con alzhéimer. Él, que no suelta la armónica desde crío, se acercó a tocar a las ocho a la ventana donde la cuidadora lo hacía coincidir con la salva de aplausos a los que, por primera vez en ni se sabe, Hermann respondía mediante una sonrisa. Bajo el influjo aquel parecía dibujarse una rendija al entendimiento. Claro, faltaría más.

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