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Toni Cabot

Postales del coronavirus

Toni Cabot

La paciente de la Casa de Cristal

Isabel Escuder respira aliviada mientras observa las vistas desde el ventanal al dejar atrás la pesadilla. Ahora, desde su privilegiada atalaya, ese lugar que sus vecinos bautizaron como «La Casa de Cristal», se recrea de nuevo mirando el Puig Campana, el Cabeçó d'Or, Aitana, la Serre Els Plans, La Grana, Montagut o esa fortificación almohade del siglo XII que tiene a tiro de piedra y que se erige como un símbolo del pueblo en el que hace una década decidió vivir: La Torre de les Maçanes. O Torremanzanas, como prefieran.

El tormento comenzó en Italia a finales de febrero. El día 20 de ese mes, Isabel y su marido, Paco, emprendieron un viaje de placer al Lago di Garda, a cien kilómetros de Milán. Allí les esperaban un par de parejas más, italianos, buenos amigos.

Isabel comenzó a sentirse indispuesta dos o tres días antes del regreso. Informada de la expansión de la epidemia y del caos que el virus comenzaba a generar por la zona en la que se encontraba, se puso en contacto con el consulado español en Milán para recabar consejo y conocer si era conveniente adelantar el viaje de regreso. Las directrices que partían de esa sede diplomática a finales de ese mes no caminaban acorde con la alarma desatada. De hecho, no solo no aconsejaron la partida inmediata, sino que le aclararon en perfecto castellano que no había problema alguno para volver en la fecha que tenía marcada en el billete de vuelta.

Isabel y Paco, que no se ha visto afectado por la enfermedad, permanecieron en Italia, viendo cómo, horas después, uno de los amigos comenzaba a sentir síntomas sospechosos. La propia Isabel vio empeorado su estado a lo largo de una interminable última noche en Roma, pocas horas antes de volar a Alicante. Lo mismo ocurrió con dos de sus amigos italianos, que empeoraron hasta el punto de tener que ingresar en un hospital milanés, donde precisaron respiradores y llegaron a temer por su vida.

Isabel también vio empeorado su estado al llegar a Torremanzanas. Tanto que no dudó en llamar al 112, desde donde le enviaron una ambulancia para trasladarla al hospital de San Juan. El hecho de ser asmática la convertía en una paciente de alto riesgo si, como se preveía, el virus había entrado en su cuerpo. Las pruebas a las que se sometió en San Juan no dejaron lugar a la duda: la covid le había alcanzado. Los médicos decidieron que abandonara el centro y pasara el confinamiento -en este caso, aislamiento total- en su hogar, esa casa de cristal de La Torre, escenario que vio cómo languidecía durante un duro periodo que la exprimió hasta dejarla con apenas 44 kilos, cinco menos de su peso habitual. Pese a ello, no alcanzó un alto nivel de gravedad y tanto su fuerza de voluntad como su desbordante optimismo la impulsaron a levantarse todos los días de la cama para sumar motivos de recuperación.

El caso de Isabel Escuder fue conocido por ser el único parte de coronavirus en esta parte de la montaña alicantina, que colecciona pueblos sin rastro de la pandemia.

El 30 de marzo, la paciente recibía el alta médica, un mes después de aquel viaje a Italia que se tornó inolvidable por causas bien distintas a las soñadas. Hoy, Isabel ha dejado atrás el mal trago del Lago di Garda. Aunque recuerda la belleza de esa zona norteña, no la extraña. Al contrario, disfruta como nunca con la vista puesta en el Puig Campana, el Cabeçó d'Or, Aitana, la Serre Els Plans, La Grana, Montagut y esa fortificación almohade del siglo XII que tiene a tiro de piedra. Todo desde su Casa de Cristal.

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