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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Calaveras de azúcar

En México han inventado la cama-ataúd, que sirve para el sueño de diario y para el sueño eterno. En otras palabras: caes enfermo, llegas al hospital, te acomodan en uno de esos lechos y comienzan el tratamiento. Si te recuperas, vuelves a casa. Si falleces, solo es preciso colocar sobre la cama una tapadera ad hoc que la convierte en ataúd. El conjunto, de cartón, es biodegradable además de económico. Los viejos féretros de madera empiezan a parecerse a aquellos Cadillacs horteras de los años 50 del pasado siglo que consumían gasolina a espuertas. Ahora se impone lo sostenible y lo sostenible es el cartón. ¡Bien por los mexicanos!

Conocí el caso de un hombre que enfermó fuera de su lugar de residencia y al que los médicos le dieron apenas unas horas de vida. El moribundo pidió que lo trasladaran a su pueblo, para lo que se requirieron los servicios de una ambulancia medicalizada. Durante el viaje, el enfermo fue presa de una gran agitación, pues temía irse de este mundo antes de llegar a casa. Quienes lo acompañaron fueron testigos de aquel estado de nervios que lo mantenía vivo al tiempo de dar la impresión de matarlo. Llegaron por fin al pueblo y la familia lo acomodó no solo en su hogar de toda la vida, sino en la misma cama en la que había nacido ochenta años antes. A partir de ese instante, el anciano se calmó y sus allegados lo vieron irse poco a poco en un estado de beatitud sorprendente, como si regresara al útero de cuyo interior había surgido a la realidad.

Hoy es muy difícil irse de este mundo en la misma cama en la que se vino a él porque las camas duran poco. Todo dura poco. El capitalismo desaforado solo se sostiene a base de una rotación brutal de los productos de consumo. Volver al útero es un sueño, pero hallar el descanso final en el mismo lecho en el que caíste enfermo, tampoco está mal. Los mexicanos saben lo que se debe hacer en las cuestiones relacionadas con la Parca, también conocida como la Pelona. De hecho, se halla presente en todas sus festividades y hasta en las chuches de los niños abundan las calaveras de azúcar, que dulcifican su terrible aspecto. Un gran invento, en fin, lo de la cama-ataúd que pronto, espero, llegue a nuestros comercios.

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