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José María de Loma

El palique

Jose María de Loma

La playa

Las playas tendrán horarios, cupos, señales, balizas. Habrá que mirar una aplicación para ver si hay aforo y tal. Antes, la aplicación que uno miraba para ver si nos dábamos o no un chapuzón era el cielo. También miraba uno dentro de sí mismo por si encontraba las ganas de arena y toalla, sardinas y atardecer frente a la orilla. Se nos está quedando un mundo artificial, normativizado y cerrado a la improvisación. Ir a la playa va a requerir más trámites que sacarse un certificado de penales. Claro que a lo mejor encontramos playas desiertas: los extranjeros que lleguen han de estar primero en cuarentena dos semanas. Será interesante una playa sin ingleses ni alemanes, berreos sólo en español, niño deja la pelotita sólo con acento local. Pedirá uno hora para ir a la playa como el que pide hora en la peluquería. Mira, cari, nos ha tocado playa el domingo por la mañana, vaya, yo prefiero el crepúsculo de los lunes. Pues es lo que hay. Puede que no funcionen las duchas, advierte la autoridad. Algunos no lo notarán. Quizás nos echen de menos los peces. Se resentirá la poesía marinera. Las odas al oleaje serán escritas de oído. La expresión «quién maneja mi barca» se hará más desesperada. No podremos volver a decir «la playa cansa». Parece que en algunos lugares la permanencia no podrá superar las cuatro horas, que ya hay que tener ganas de playa. Pero sí, las tenemos. Las hamacas tendrán que estar muy separadas unas de otras, ahora que nos habíamos acostumbrado a tener el pie de un guiri en el hombro o la teta de una astrohúngara a treinta centímetros. Dará igual si el agua está fría o caliente, habrá que bañarse en el momento que nos toque y se generará una clase social más saludable, los que se bañen en aguas cálidas y agradables y los desgraciados que se bañen en un líquido polar o calentorro de las micciones simpáticas de todo el día. La mar salá. Qué lejos la mar, madre, que diría un bardo. Y eso que puede que viva, el bardo, en un apartamento frente al mar. Los de interior se bañarán en los ríos, pero no sé yo qué pensarán las truchas. No sé qué pensarán en general, dado que cuando veo a una está en un plato rellena de jamón. Mala combinación. A mi gusto o sobra la trucha o sobra el jamón. Por cierto que se resentirá la industria del táper con tortilla y filetes empanaos. No sabemos si esas tiendas de campaña con todo tipo de comodidades que algunas familias tardan horas en montar volverán a verse, cuando acaban de montarla es la hora de irse. Bajo un rato a la playa, le decía yo a mi madre de adolescente algunos días de verano, a eso de la una y media, échate crema, tiempo justo para bañarme y leer el periódico, mirar un poco y regresar a casa, a la seguridad de la mesa puesta. Enrojecida faz. Recuerdos en el mar de la memoria, recuerdos salados. Supongo que volveremos a conquistar aquella playa.

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