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Antonio Ortuño

Solo sé que nada sé

Una de las frases más conocidas que se le atribuye a Sócrates es la que reza:

«Solo sé que no sé nada». Apuntan que el filósofo griego, una vez dicha esta expresión, fue realmente consciente de su propia ignorancia. Ya va para más de un cuarto de siglo que vengo desarrollando mi labor como docente en las aulas de Secundaria y, siendo consciente de que sé poco de casi nada, nunca he visto tan clara mi ignorancia como cuando he tratado de entender la resolución de la Conselleria de Educación valenciana con las instrucciones para finalizar el presente curso académico.

La resolución, siempre hablando de la enseñanza secundaria obligatoria, lo que viene siendo la ESO, nos cuenta, y cito textualmente: «Las actividades del último trimestre tienen que centrarse en fortalecer y consolidar los conocimientos adquiridos en los dos primeros». Para luego añadir: «La evaluación final será integradora y colegiada y basándose en objetivos de etapa, se obtendrá con la media de los resultados de la primera y la segunda evaluación». Y sigue: «La nota de la tercera evaluación solo será para mejorar la media de las dos primeras, nunca tendrá efecto negativo». Por otro lado, para puntuar la tercera evaluación el docente tendrá en cuenta, entre otros, el siguiente aspecto: «La actitud, interés y esfuerzo del alumnado a lo largo del trabajo a distancia teniendo en cuenta las dificultades de carácter tecnológico, social o personal, así como su actitud hacia la continuidad de su proceso formativo». Todo esto teniendo en cuenta que ellos, los más de cien alumnos que tiene que evaluar un profesor, están en sus casas, el profe en la suya y «Dios en la de todos», como aún se dice por mi tierra.

El parón educativo al que nos ha obligado la pandemia, provocado por el coronavirus, debería invitarnos a realizar una profunda reflexión sobre nuestro sistema educativo. Y más cuando en una etapa obligatoria y en unas circunstancias tan especiales como las que sufrimos, que todo el proceso de aprendizaje de una criatura dependa de un número, nos da una ligera idea de lo deshumanizada que está nuestra enseñanza obligatoria. Los contenidos, contenidos y contenidos siguen siendo las estrellas de todas las programaciones didácticas. Los mismos contenidos responsables de la presión, a veces brutal, que soportan nuestros chicos y chicas, las familias y también el profesorado.

A veces me parece increíble que las administraciones sigan alentando a los docentes para que sigan mandando tareas y actividades para ser evaluadas y examinadas como si nada hubiese y esté ocurriendo. La realidad social de nuestros chicos y chicas ha cambiado y seguramente será para peor. La mayoría podrán mantener, no sin esfuerzo, el mundo que les rodeaba. Para otros será peor, la pérdida de un familiar, la pérdida del trabajo de los progenitores, el no poder adquirir las herramientas tecnológicas para poder seguir el ritmo de las clases a distancia, todo, sin entrar en la ciénaga de los malos tratos, condicionará el estado anímico y social de nuestros adolescentes. A algunos, seguro, nos costará reconocerlos. No podemos seguir legislando desde un punto de vista adulto olvidándonos que los protagonistas a los que van dirigidas esas leyes, decretos u órdenes son adolescentes, que todavía sin voz, se ven obligados a caminar por senderos para adultos, que los adultos les hemos elaborado. De las pocas cosas que sé, es que mis chicas y mis chicos, más que deberes, necesitan una llamada de teléfono, una conversación que contenga un «¿qué tal estás?», un «os echo de menos», un «cuídate mucho» y un «todo pasará», «ánimo», «un abrazo», «nos vemos pronto». Palabras que les hagan sentirse por un lado comprendidos y por otro lado hacerles sentir que no están solos, que al menos, su profe, su seño, sigue estando ahí, que nunca se ha olvidado de ellos en estas circunstancias tan raras y tan extrañas.

Ya que no tenemos asegurado el retorno a las aulas, a las clases presenciales, ni siquiera en septiembre, seamos valientes, aprovechemos y colguemos el cartel de «Cerrado por reformas» en los institutos de Secundaria. Vayamos poco a poco saneando nuestro sistema educativo. Ahora bien, cuando oigo que un profesor de Economía de una universidad de Madrid aseguraba que los alumnos en este confinamiento iban a perder un 11% de los contenidos que se dan en un año. Y que el efecto será que perderán un 1% de su salario cuando tengan 30 años, seguro que con estas ideas tendremos que cambiar el cartel por el de «Vuelvo enseguida». Y seguiremos parcheando un sistema educativo que ya hace mucho, mucho tiempo da síntomas claros de agotamiento, de caducidad y de no poder atender a las necesidades de nuestros alumnos. Ahora entenderán lo que les comentaba al principio, cuando les decía: «Solo sé que nada sé».

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