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Opinión

Los exámenes universitarios: un drama de andar por casa

Salvo los omniscientes Donald Trump y Pablo Casado (no en vano malos estudiantes en sus años mozos), nadie sabe con certeza cuándo terminará la tragedia sanitaria y económica causada por la covid-19, es decir, cuándo estará disponible una vacuna eficaz a precio asequible para el 60-70% de la humanidad. Desgraciadamente, no es seguro que se vaya a encontrar dicha vacuna a corto o medio plazo (llevamos 40 años esperando la del VIH, una zoonosis vírica como la covid, pero de transmisión sexual en lugar de mediante gotículas). Tampoco es seguro que, en el caso de ser encontrada dicha vacuna por un laboratorio privado, la empresa propietaria vaya a vender su patente a precio razonable, entendiendo por tal los 5.000 millones de euros que está dispuesto a aportar un pool de países donantes, España incluida (recuérdese que la codiciosa empresa propietaria de la patente de la medicación de la hepatitis C, otra zoonosis vírica, ésta de transmisión intravenosa, la vende al módico precio de 13.000 euros por paciente). Y, por último, aun cuando el mencionado pool se haga con la patente, podría llevar muchos meses producir los miles de millones de dosis que se necesitan.

Puesto que la convivencia con la covid podría ser cosa de años, más que de meses, mucho me temo que deberemos intercalar en el mono-tema de la tragedia sanitaria y económica que sufrimos pequeños dramas, como el que afecta a muchos estudiantes universitarios y sus profesores. Como saben, tras el cierre de las universidades el pasado mes de marzo, la enseñanza dejó de ser presencial para hacerse en línea, y así seguirá siendo durante el primer semestre del próximo curso y, seguramente, mucho más allá. Esa mutación se ha producido de un día para otro con mucho esfuerzo de profesores y alumnos, pero de forma poco traumática, a juzgar por la titulación en la que imparto docencia, el Grado en Matemáticas, sirva como muestra lo que me escribió en abril una estudiante: «Yo creo que la mayoría de los alumnos (por no decir todos) estamos de acuerdo en que [el cambio a la enseñanza en línea] está siendo bastante duro, ya que la educación presencial siempre es mejor (?). Sobre el trabajo con los compañeros, yo creo que nos estamos intentando ayudar como siempre, es decir, comentamos las clases y nos intentamos explicar las cosas como hacíamos en las clases presenciales, ya que somos como una familia. No es lo mismo que ir a la biblioteca, claro está, porque allí podemos trabajar juntos y discutir a gusto y ahora tenemos que hablar por redes y eso es más pesado, pero se hace lo que se puede». En referencia a los exámenes, que serán forzosamente en línea y con libros y apuntes a la vista, añadía: «Nos cuesta también imaginarnos haciendo exámenes online y, obviamente, no nos gusta nada la idea estando en el grado en el que estamos, pero confiamos en los profesores e intentaremos hacer lo que haga falta lo mejor posible (?). También esperamos que se confíe en nosotros, aunque sabemos que es un poco difícil, y que no nos compliquen las cosas más de la cuenta». Mientras escribía eso mi alumna, hace un mes, todos pensábamos que los estudiantes realizarían sus exámenes con las cámaras de sus tabletas o PCs encendidas y enfocadas hacia ellos, para acreditar así la autoría de los exámenes realizados. Ahora, sin embargo, tras apelar exitosamente el Consejo de Estudiantes a la excesivamente garantista Ley de Protección de Datos, ya sabemos que los alumnos de la UA (entre otras universidades) solo tendrán que encender sus cámaras durante varios segundos un máximo de cuatro veces a lo largo de cada examen, lo que es perfectamente compatible con la suplantación por un tercero, no digamos con la conexión por WhatsApp con los compañeros, aunque dichos fraudes -de desigual importancia- se puedan dificultar a base de personalizar las preguntas y la entrega de las preguntas y recogida de las respuestas en tiempos tasados. La prueba de que existen amplias perspectivas de suplantación es que ha surgido un floreciente mercado de compra-venta de este tipo de servicios, tanto a nivel local (en tablones de anuncios físicos) como virtual, según pueden comprobar en portales como éste:

https://www.milanuncios.com/universidad/te-hago-los-examenes.htm

Ya contamos con alguna experiencia con la «nueva normalidad» en materia de exámenes gracias a los controles efectuados en el 2º semestre. Según cuentan mis compañeros del Departamento de Matemáticas, el porcentaje de alumnos que han permanecido conectados a lo largo de todo el examen ha oscilado entre el 100% (en alguna asignatura del Grado en Matemáticas) y el 20% (en alguna asignatura impartida en otro grado). Aunque mis compañeros están dispuestos a entrevistar por videoconferencia, nada más terminar los exámenes, a quienes desconecten (como sospechosos de suplantación), el tamaño de ciertos grupos obligará a entrevistar a muestras aleatorias de estudiantes «pudorosos».

Este nuevo procedimiento de exámenes sin suficiente acreditación de identidades, que parece imparable a día de hoy, es tan insatisfactorio y estresante para profesores y buenos estudiantes como ilusionante -me imagino- para los malos. Perderemos los profesores porque, por mucho que nos esforcemos, se nos obligará a dar fe -contra nuestra voluntad- de los conocimientos y habilidades adquiridas por los matriculados mediante exámenes que no acreditan su identidad ni impiden el intercambio de información con otros examinandos. También perderán los buenos estudiantes, porque sus expedientes académicos se resentirán (sus notas serán inferiores a las de sus compañeros tramposos, lo que les dificultará el acceso a becas y primeros empleos), además de devaluarse el valor de mercado de su futuro título. De momento, lo que ya se ha perdido irremediablemente es la confianza mutua entre estudiantes y profesores de la que hablaba mi alumna. Pero no todo son malas noticias. Si seguimos un par de años bajo la espada de Damocles de la covid, los más tramposos aprovecharán la coyuntura para cursar sus grados en dos años, igualando el famoso récord de Casado. Supongo que es el estado de alerta lo que impide manifestarse a los buenos estudiantes contra el apagón consentido de las cámaras durante los exámenes.

Imagino que se preguntan: ¿Y qué ocurre en otros países occidentales en estado de alerta o similar? Pienso que los exámenes a distancia son fiables en sociedades culturalmente protestantes (preferentemente calvinistas), pero no en las culturalmente católicas, de moral distraída. Voy a ilustrar esta tesis con un ejemplo. Mi sobrino R fue un estudiante soberbio, Premio Extraordinario de Bachillerato y Premio Extraordinario de fin de carrera en centros educativos públicos. Su último semestre de carrera lo cursó en una universidad norteamericana, de gran prestigio en su especialidad, ubicada en la Costa Este de los EEUU. Como se había enrolado en una excursión que le coincidía con un control de cierta asignatura, logró que el profesor le adelantara la prueba un par de días. Tras examinarse, R se vio obligado, por el código de honor español que había interiorizado, a ofrecer las preguntas del examen a sus compañeros (no lo puedo condenar porque cosas parecidas hice yo, de joven, en aplicación de ese mismo código, que podríamos abreviar en el lema «el compañerismo es lo primero»). Lo sorprendente para R fue la reacción de sus compañeros, que se negaron en redondo a recibir esa información y dejaron de tratarle como un amigo a partir de ese infausto día, pasando el resto de su estancia aislado y señalado. Olvidé decir que el examen que pusieron a sus compañeros fue exactamente el mismo que a él (para evitar, seguramente, quejas por la diferente dificultad de dos pruebas distintas). No creo que la ética de aquellos alumnos fuese excepcional en ese entorno académico. De hecho, colegas norteamericanos me han contado que ellos entregan a sus alumnos la misma lista de problemas todos los años con la casi seguridad de que no irán a pedir las soluciones a sus compañeros del cuso anterior como harían, ciertamente, muchos de los nuestros (y tampoco les culparía farisaicamente porque quizás yo lo hubiera hecho en su lugar). Hay que ver cuánto daño ha hecho a las sociedades culturalmente católicas aquella decisión populista de los obispos reunidos en Trento el infausto día (25 de noviembre de 1551) en el que se instituyó el sacramento de la penitencia que iba a imposibilitar, 469 años después, la realización de exámenes a distancia fiables en los países del sur de Europa y de Latinoamérica durante la peste que nos asuela.

Termino haciendo mención a otro drama menor, el de los alérgicos alicantinos, que observamos entre estornudos el trasiego incesante, a cielo abierto, de áridos alérgenos en el Puerto de Alicante, incluso en días ventosos, coincidiendo con el pico primaveral de pólenes. Gracias, Autoridad Portuaria y Ayuntamiento, por cuidarnos tanto.

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