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Joaquín Rábago

Opinión

Joaquín Rábago

Trump ensaya una nueva guerra fría con China

La pandemia del covid-19 ha dado al traste con los planes de Donald Trump de lograr una fácil victoria en las elecciones de noviembre en EE UU apoyándose en la bonanza económica que el presidente se atribuía de modo exclusivo.

A las decenas de miles de muertos por el coronavirus en la superpotencia han venido a sumarse más de 30 millones de desempleados: nada de lo que poder sentirse precisamente orgulloso, por más que Trump siga sacando pecho.

Y esto último en un país en el que la gente vive al día y a base de créditos y donde quedarse sin trabajo significa perder la cobertura sanitaria si es que se tenía y verse obligado a pagar de su propio bolsillo los eventuales gastos médicos.

La pandemia ha puesto de relieve, entre otras muchas cosas, la pésima gestión que ha hecho de la crisis sanitaria un presidente que presume, sin embargo, de haber construido la mayor economía de la historia de la humanidad.

Basta con comparar los datos de China y EE UU: cerca de 83.000 infectados y 4.633 víctimas mortales en el país de donde surgió la epidemia frente a cerca de 1.4 millones de positivos y más de 84.000 muertes en EE UU.

Ayudado por su equipo de halcones, entre los que destaca el secretario de Estado y exjefe de la CIA Michael Pompeo, Trump ha hecho lo que hacen siempre los populistas: buscar un chivo expiatorio.

Y el chivo expiatorio esta vez es China, la potencia asiática que se ha convertido en unos pocos años en el mayor rival económico de la superpotencia y con la que el Donald parece más que nunca dispuesto a ensayar una nueva guerra fría con Pekín para desviar la atención de sus propios fallos.

Hay «muchas pruebas» de que el virus se originó en un laboratorio chino, declaró a la prensa Pompeo, pese a que los propios servicios de inteligencia estadounidenses no se han atrevido hasta ahora a avalar esa hipótesis y a que él mismo no fue capaz de aportar prueba alguna.

El problema es que después de tantas mentiras oficiales, como la de las supuestas armas de destrucción masiva del dictador Sadam Husein, que sirvió para justificar la invasión ilegal de Irak en 2003, resulta difícil creer a Washington.

La hipótesis más plausible hasta ahora es que el virus de esta pandemia salió de un mercado de animales salvajes de la ciudad china de Wuhan donde se guardaban en jaulas para su venta como alimento desde serpientes hasta puercoespines o mapaches.

El Gobierno de EE UU sigue sembrando, sin embargo, confusión sobre el origen del virus, insinúa que pudo haber escapado por un fallo de seguridad de un laboratorio de Wuhan, acusa a Pekín de haber ocultado el incidente demasiado tiempo y amenaza con castigar a ese país con más duras sanciones.

Las insinuaciones de Trump y de su equipo contribuyen a crear un ambiente de hostilidad hacia China entre la ciudadanía norteamericana y aumentan la presión de algunos de sus aliados, entre ellos Australia, sobre su rival asiático.

Washington acusa a la vez a Pekín de intentar aprovechar la irrupción de la epidemia entre la tripulación de uno de los portaaviones que tiene EE UU en el Pacífico así como en sus bases navales en Japón y Corea del Sur para obtener ventajas en el mar del sur de China, cuya soberanía se disputan varios países de la región.

Y por si no fuera suficiente con China para desviar la atención, está también Irán, país al que tiene sometido a un implacable embargo en medio de la pandemia y acusa de hostigar a los buques de guerra norteamericanos que patrullan en aguas del Pérsico como si fueran las del golfo de México y amenaza con hundir, a la menor «provocación», sus patrulleras.

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