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Opinión

Sánchez y la crisis

Hierático en el gesto, monocorde en la prosodia, autoritario en el tono y muy carente de empatía con el dolor que nos circunda, las alocuciones televisivas del presidente Sánchez y sus intervenciones parlamentarias pueden tener efectos contradictorios en la opinión pública. Todo su relato se encamina a convencernos de que la prolongación -¿ sine die?- del estado de alarma constituye la única manera eficaz de combatir los contagios y de conseguir -aunque dicho estado de alarma suponga una merma de nuestras libertades- el anhelado tránsito a la denominada «nueva normalidad». Hay que reconocer que ese discurso y la gestión de la crisis derivada del mismo pueden calar de manera transversal en amplios sectores de la ciudadanía. Digo transversal porque en estas últimas semanas he podido comprobar que el miedo y el deseo de seguridad no tienen ideología ni responden a patrones socioeconómicos, culturales o de edad. Quizá tenía razón el historiador romano Salustio cuando nos dijo que son pocos los que prefieren la libertad ya que la mayoría solo desea un amo benéfico.

En 1973, el psiquiatra sueco Nils Bejerot acuñó el término «síndrome de Estocolmo» para referirse al desarrollo de una vinculación afectiva entre personas que han sido secuestradas, o privadas involuntariamente de libertad, y sus captores o carceleros, que las lleva a mostrarse comprensivas y benevolentes con la conducta de estos. Con cierta extrapolación, dicho síndrome podría ayudarnos a establecer una primera hipótesis sobre las consecuencias políticas que para Sánchez pueden originar el prolongado estado de alarma y el paternalismo autoritario ejercido sobre una sociedad en parte secuestrada y aparentemente sumisa. La etiqueta de síndrome de Estocolmo se aplica hoy en día no solo a respuestas individuales sino también a reacciones colectivas o grupales. De prevalecer dichas reacciones en la sociedad española -la seguridad frente a la libertad- es posible que la imagen de Sánchez no sufra un excesivo deterioro como consecuencia de la crisis sanitaria. Antes bien, siempre que esa hipótesis tenga fundamento, podríamos asistir a un aumento del respaldo de la opinión pública que podría facilitar a Sánchez una nueva victoria en las próximas elecciones. Indudablemente ese posible efecto solo tendría viabilidad en un futuro escenario de rápida superación o máxima atenuación de la pandemia que no deteriore hasta extremos imprevisibles y dramáticos nuestra situación económica y social.

Una segunda hipótesis nos remitiría a lo que podríamos llamar «efecto Churchill». Como es sabido, el político conservador encabezó, durante la segunda guerra, una política de resistencia ante la amenaza nazi, que originó enormes sufrimientos a la población británica, pero que finalmente condujo a la derrota del Tercer Reich. Paradójicamente, la victoria final contra el nazismo no deparó a Churchill un respaldo mayoritario de la ciudadanía. En las elecciones celebradas el año 1945 el prepotente líder conservador fue derrotado por un oscuro y modesto político, el laborista Clement Attlee. Además de otras causas, de nuevo hay que recurrir a la explicación psicológica para entender esa derrota. Churchill simbolizaba la victoria pero también el sufrimiento que el pueblo británico había padecido en una guerra que todos querían olvidar. Al igual que Churchill, Sánchez utiliza un lenguaje bélico. Nos habla constantemente de guerra y de resistencia frente al enemigo, es decir, el virus, aunque su negligencia e inacción anteriores lo asemejan más a otro político británico, Chamberlain, que subestimó el riesgo de la amenaza hitleriana. Su discurso y su gestión tendrían en esta segunda hipótesis -incluso si la crisis acaba bien y pronto-, un efecto adverso que podría neutralizar o superar el efecto favorable de la primera hipótesis.

Puede ser también, más allá de esas dos hipótesis, que lo que finalmente le ocurra a Sánchez esté más relacionado con lo económico que con lo sanitario. La destrucción del tejido productivo que están produciendo la prolongación del estado de alarma y las caóticas medidas para la atenuación del confinamiento puede llevarnos a una situación similar a la que ya atravesamos durante los últimos años del anterior mandato socialista. De continuar las restricciones a la libertad económica, el intervencionismo gubernamental, la anunciada subida de impuestos y los demagógicos proyectos de ingeniería social auspiciados por sus socios de Podemos, llegará el momento en que se reproducirán los inevitables recortes que acabaron con las alegrías presupuestarias del anterior presidente socialista, Rodríguez Zapatero (¿Recuerdan el cheque bebé, los 400 euros, o el fallido Plan E?). Cuando en el erario público no haya fondos suficientes para pagar las pensiones, el sueldo de los funcionarios y el subsidio de desempleo es muy posible que veamos también a un descompuesto Sánchez anunciando en el Congreso de Diputados, al igual que Zapatero y compartiendo su suerte final, los recortes exigidos por Europa a cambio de los préstamos necesarios -con rescate o sin él- que atenúen el descalabro económico e impidan la bancarrota del Estado a la que nos está abocando el Gobierno de coalición.

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