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Toni Cabot

Flor de malvas y caldo de gallina

No ha sido Trump el único que se ha aventurado a deslizar sin rubor pócimas mágicas para aplacar el coronavirus. No hace mucho, el presidente de Madagascar, Andry Rajoelina, también dejaba caer algo sobre un remedio local fundamentado en plantas malgaches y medicina tradicional. Y dio igual que la OMS advirtiera que ningún estudio avalaba las propiedades curativas de la receta, en su país acabaron poniendo en circulación un medicamento bautizado como «covid-19 Organics» hecho a base de artemisia, una planta que se utiliza para curar la malaria.

En esta carrera, Nicolás Maduro no se queda atrás. A través de una red social, el presidente venezolano recomendaba un brebaje que se extrae de la mezcla de «jengibre, pimienta negra, limones amarillos y agua». Además, la pócima debe ser como el bálsamo de Fierabrás puesto que, según el elemento, «sirve para este virus y muchos otros».

El campeón, con todo, sigue siendo el norteamericano. En ese terreno, Trump se mostró insuperable al sugerir inyectar «desinfectante» en los pacientes para limpiar sus pulmones. Eminentes toxicólogos tuvieron que reaccionar rápidamente a través de los medios de comunicación y las redes sociales para aclarar a la población que se abstuviera de aplicar el método sugerido por el hombre del pelo dorado; sin embargo, la rápida reacción no logró evitar que más de un centenar de ciudadanos fueran ingresados en el hospital tras ingerir detergente o lejía siguiendo las indicaciones del amigo Donald.

Doscientos años atrás las recomendaciones tenían más sentido. En Alicante, sin ir más lejos, el archivo municipal conserva un bando municipal acerca de los consejos para combatir la epidemia de cólera que invadió la provincia durante el primer tercio del siglo XIX. Dice así:

«(...) En el momento de la invasión, se favorecerán los conatos del vómito, las angustias, peso y desasosiego, con tazas de flor de malvas, tibia, o agua caliente, con aceite o sin él, según la más o menos facilidad del sujeto. Conseguido el objeto de evacuar las materias impuras, se le administrará al enfermo la cantidad de un escrúpulo (peso antiguo equivalente a veinticuatro gramos) de polvos disueltos en dos onzas de agua gomosa, té o flor de malvas, poniendo al paciente en una cama con bastante abrigo y serena quietud. Más tarde un sudor general hará que cesen los vómitos y calambres, el semblante cadavérico del afectado se animará y la sed se irá extinguiendo. Se le dará, entonces, de media en media hora, tazas de caldo de gallina, ternera y garbanzos, pero sin grasa».

No hay constancia de las garantías de la fórmula que partió del Ayuntamiento alicantino, si bien la elevada mortalidad registrada en torno a 1850 no arroja mucho margen de confianza en su poder curativo. En todo caso, sí es de todo punto imposible que el caldo de gallina provocara los daños de la receta de Trump.

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