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Reflexiones desde el confinamiento: de atentados y atropellos lingüísticos

Un prepotente grupo de feministas radicales, que cada vez alzan más la voz dentro del partido del gobierno, han convertido las duplicaciones en insignias del lenguaje identitario

A diario nos encontramos en el español de hoy con duplicaciones de género gramatical del tipo "los españoles y españolas", "los presidentes [autonómicos] y presidentas", "los ministros y ministras", "los diputados y diputadas", "los profesores y profesoras", ... sin olvidarnos del "todos y todas". Son expresiones propulsadas por los medios de comunicación, particularmente programas o discursos emitidos por televisión, a lo que no es ajena la presión e influencia de algunas autoridades políticas, espoleadas por un significativo y prepotente grupo de feministas radicales que cada vez alzan más la voz dentro del partido del gobierno y que han convertido tales duplicaciones en insignias del lenguaje identitario. Me duele doblemente porque también me cruzo con ese desdoblamiento morfológico -técnicamente conocido como "género inclusivo", o "género duplicativo" (Pedro Álvarez de Miranda dixit)-, en el medio educativo en el que normalmente me desenvuelvo. Y no quisiera que este "virus" siguiera incubándose entre mis pares, pero me temo que el papanatismo patrio hace difícil su erradicación. Para alguien sensibilizado con las cuestiones del lenguaje, el martilleo a diario con estas duplicaciones resulta cansino e insufrible.

Como magistralmente ha explicado Alex Grijelmo en su libro "Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo", la duplicación nace porque se parte de la creencia, según la cual usar el masculino genérico constituye un rasgo de machismo y perpetúa esquemas culturales transmitidos por una herencia patriarcal. Se ignora que el idioma de entrada no invisibiliza a la mujer y que la lucha feminista por la igualdad puede ser compatible con el respeto al sistema de la lengua. El llamado masculino genérico estaba ya en el indoeuropeo, del que derivó el latín, y del que a lo largo del Medievo nació el español, y se da en sociedades machistas, pero no a causa de ello. Convengo con Grijelmo en que la relación causa-efecto entre un idioma y la sociedad que lo habla no siempre es así de directa y asumible. Durante años, también a mí me pareció que la sociedad inglesa era más democrática que la nuestra por haber eliminado la diferencia entre el tú (antiguo thou) y el usted. Pero curiosamente, y por razones largas de explicar en este corto espacio, el usted (you) ganó terreno y se convirtió en la única forma de tratamiento pronominal.

¿Quiere decir esto que la sociedad se ennobleció y se hizo de la noche a la mañana más cortés y galante, o que por esa reducción gramatical dejó de serlo? Más bien hay que entender que el lenguaje tiene sus propias fórmulas de cortesía, y dispone de estructuras que marcan respeto, de hecho, siempre se ha tenido por un lugar común que los angloparlantes son más dados a las formalidades que nosotros, al menos en el habla normal y cultivada. Pero un análisis profundo también nos llevaría a encontrar contraejemplos indicativos de la vulgaridad con la que muchos hablantes se conducen en momentos muy marcados por un contexto informal.

Al comparar ambas sociedades llama la atención también cómo la sociedad anglosajona que pasa por ser más igualitaria que la hispana, mantiene la costumbre de que la mujer conserve y exhiba con orgullo el apellido del marido en su tratamiento habitual (Michelle Obama, Hilary Clinton, son ejemplos que enseguida vienen a la memoria). Se trata de costumbres sociales bien ancladas en el uso diario y que por eso mismo para nada influyen en comportamientos sexistas. Eso no quita para que en determinadas situaciones, como en casos de un poco amistoso divorcio, alguna esposa despechada e hipersensibilizada con la causa feminista decida retornar al apellido de soltera.

Lo mismo que no falta quien en España opta por cambiar el primer apellido que le viene del padre por el segundo, de la madre, por amor maternal o las razones que fueren. Son opciones permitidas como derechos individuales en un mundo imbuido de liberalismo, y que cada vez se siente más libre para luchar contra el encorsetamiento a que nos somete el creciente poder de la administración.

Reconozco que hay casos concretos en la comunicación en los que es legítimo y conveniente usar el femenino para hacer referencia a la mujer. Pero en general, más allá de algunas fórmulas retóricas fosilizadas en el habla cotidiana, como "ciudadanos, ciudadanas", "señores y señoras", ... la profusión de estos dobletes hace al discurso farragoso, y contrario a las leyes de economía expresiva. ¿No es más sencillo decir, "Buenas tardes", sin el añadido de "a todos y a todas", que nada añade a la comunicación? La mayoría de las veces el intento de visibilizar a la mujer, fundamento último de las proclamas feministas, es vano pues el contexto suele suplir esa información de manera que la referencia femenina subyace y se hace redundante. ¿O acaso en estos tiempos de coronavirus no se sobreentiende que cuando a diario se da el número de "fallecidos" e "infectados" no se incluyen las fallecidas e infectadas? Por el momento no he encontrado mujer alguna que haya protestado o proteste por tal omisión.

De estos dobletes hace gala tristemente nuestra clase política, empezando por el presidente Sánchez que las utiliza con profusión en sus sabatinas televisivas, pero menos excusa se puede dar a la vicepresidenta segunda del gobierno, Carmen Calvo, de la que por su condición de jurista nunca hubiera imaginado que se entrometiera en cuestiones lingüísticas relacionadas con la mujer y el género, al intentar retorcer las pautas idiomáticas emanadas de la Real Academia de la Lengua (RAE), haciendo prevalecer su criterio claramente político con un cierto tufillo bolivariano. (Y menciono lo de bolivariano por la paradigmática y chocante redacción de la Constitución venezolana que incurre en ese vicio hasta límites impensables).

Aparte de esta sobreactuación en el terreno de la sintaxis, conviene echar un vistazo, asimismo, a la propia morfología del español actual en este campo. En las últimas décadas, hemos asistido a una acumulación de dobletes en nombres referidos a profesiones de prestigio antaño desempeñadas mayormente por hombres, como abogado/abogada, médico/médica, etc.), que han virado hacia la flexión del femenino al compás de los cambios sociales producidos por la incorporación de la mujer al mundo del trabajo y la creciente equiparación de sus derechos laborales. Como ocurre en los procesos de cambio lingüístico, ambas formas gramaticales coexisten y se producen fluctuaciones en el uso (una médica/un médico, un abogado /una abogada...), exceptuando algún caso comprensible donde la polisemia puede bloquear la variación e inducir a una sola forma (decimos un político y nos cuesta decir una política, salvo que la frase fuera adjetivada ("es una política socialista"). De todos modos, la transición del género con la terminación en -o a la -a del femenino no encierra mayor problema de elección al hablante, acostumbrado a la analogía que le proporciona la categoría de los adjetivos (lindo/linda, etc.).

Problema diferente es el planteado por nombres que acaban en -z, que tradicionalmente funcionan como comunes: el/la juez, el/la portavoz. En cuanto al primer par, la incorporación de la mujer a la judicatura, como en los casos anteriores, llevó a acuñar también jueza, y de nuevo surgió la variación, pese a que en este caso la terminación de la palabra no era un factor condicionante. Ríos de tinta se han escrito en medios académicos sobre la elección y preferencia por una u otra variante, y tengo para mí que las propias juezas prefieren decir "soy juez" que "soy jueza", del mismo modo que las que ejercen la poesía desdeñan ser llamadas poetisas y prefieren el masculino genérico poeta, pese a la terminación en -a, tradicionalmente asociada con el femenino (y lo mismo ocurren en inglés con sus equivalentes poet/poetess). Pero, a impulsos del feminismo de nuestros días, constato que la forma jueza va ganando terreno.

Ahora bien, lo que no tiene un pase es la acuñación de portavoza, innecesaria de todo punto por las razones señaladas y empleada en cierta ocasión por la ministra de "(des)Igualdad" Irene Montero causando pasmo e hilaridad en los oyentes. Por cierto, lo de portavoza, debida al feminismo -e ignorancia- de la ministra enseguida me trae al recuerdo otro impactante atropello al idioma, cometido igualmente por otra "ministra de igualdad" bajo el gobierno socialista, Bibiana Aído, quien hace dos lustros utilizó miembras para el femenino plural de miembro. En este caso, la irregularidad no es menos notoria pues se trata de un nombre "epiceno", como se denomina al que se usa indistintamente en masculino o femenino (es decir, decimos "las miembros del gobierno" y no "*las miembras").

Otro despropósito, con el que no todos estarán de acuerdo, lo sé, pero que ha sido motivado también por la corriente megafeminista prevalente en el gobierno, es el cambio que llevó al partido Unidos Podemos a cambiar su denominación por el de Unidas Podemos, convirtiendo así un participio/adjetivo, al que podría presumirse cierta asepsia semántica, en un "genérico femenino" con fuerte carga ideológica. El cambio se apoyó en la supuesta necesidad de suplantar la referencia de un inofensivo 'todos' (pues comprende a la comunidad de habla en su conjunto) por la subyacente pero más explícita y militante 'todas' o 'nosotras' para realzar el papel de las mujeres. Comentando y cuestionando la propiedad de este cambio gramatical con un colega amigo afín a las tesis feministas, en apoyo de su legitimidad me respondió que lo que estaba implícito en Unidas era el nombre 'personas', pero un pequeño sondeo realizado con otros colegas enseguida me confirmó mi hipótesis de que lo que la gente tiene en mente mayormente es la asociación con 'mujeres', más que 'personas', referencia demasiado abstracta como asociación para el hablante medio.

Al margen de esas matizaciones sobre un lenguaje coloreado de intencionalidad política en el español actual, cabe mencionar, ahondando en ese deseo de visibilizar a la mujer, el empleo abusivo del signo de la arroba @ para referirse a ambos géneros. Es normal encontrarlo al abrir un mensaje epistolar sobre todo en los transmitidos por Internet (querid@s amig@s), y mucho más en el "ciberlenguaje" de nuestros jóvenes de hoy, apremiados por las prisas y el escaso espacio que le sirven de soporte los teléfonos celulares. Pero más allá de estos contextos puramente informales y fórmulas estereotipadas, al igual que sucede con otros signos abreviativos empleados en las redes sociales, el problema se plantea cuando por inexperiencia o pereza el escribiente extiende su uso a otros contextos más formales o a estructuras inapropiadas, como por ejemplo un texto acabado con la frase [...] "de l@s niñ@)s". Y estos hábitos, en definitiva, son contrarios a las normas de un correcto uso del idioma.

Hasta ahora me he referido a usos del "género gramatical" en nuestra lengua, pero quisiera concluir estas reflexiones con la mención del término "género", con referencia no sólo al sexo biológico, con el que estás estrechamente vinculado y que por eso a veces se confunde, sino como concepto que pone de relieve las distinciones sociales y culturales entre los sexos. El concepto se ha relevado útil y su desarrollo e irradiación debe mucho a la corriente feminista surgida a partir de mediados del pasado siglo, pero la palabra ha creado polémica desde su propio nacimiento por la imprecisión, amplitud y ambigüedad de su significado. En español apareció como un anglicismo, un calco tardío del inglés gender, empleado en la puritana Inglaterra victoriana como eufemismo para evitar la incómoda referencia a sex ('sexo'), como recuerda Grijelmo.

Y sobre su introducción en nuestra lengua, ya en 2002, la reputada filóloga Pilar García Mouton (académica correspondiente de la RAE y hoy vicerrectora de investigación de la Universidad Menéndez Pelayo) nos alertó de la impropiedad de su empleo en un memorable artículo "Género como traducción de 'gender'. ¿Anglicismo incómodo?" incluido en el libro "'Género, sexo, discurso (2002). Y poco después, en 2003, el insigne académico F. Lázaro Carreter dedicó uno de sus dardos para hablar del desmán que suponía para el lenguaje la expresión "violencia de género". Pero el caso es que esta locución cundió, por el espaldarazo del Gobierno de Rodríguez Zapatero que la utilizó como denominación de una ley, pese a las recomendaciones en su contra de la Academia y a las expresiones empleadas en lenguas de países vecinos, como Francia, Bélgica e Italia.

Hoy es fuente de disputa en los medios de comunicación dada su referencia imprecisa, olvidando expresiones como violencia machista, violencia doméstica, violencia contra la mujer (o contra el hombre, aunque se dé en menos situaciones) que resultan más transparentes a la población. Aunque en inglés existe gender violence (por cierto, en coexistencia con locuciones alternativas como sexual violence 'violencia sexual', sexist violence 'violencia sexista') su traducción utilizando la voz género resulta extraña e incomprensible para el hispanohablante medio.

Y esta falta de arraigo de una expresión tan fría, técnica e inconcreta ha sido aprovechada en algunos círculos (especialmente ultraderechistas) para su cuestionamiento y ridiculización.

Como corolario quisiera concluir que todos estos desatinos lingüísticos que he venido desgranando, producidos con mayor o menor desacierto, tienen de común el haber contado para su difusión con el concurso y la interferencia de autoridades políticas. Pero obviando un hecho que se me antoja básico y fundamental en la vida del lenguaje: que los cambios para que sean más efectivos y democráticos deben surgir más espontáneamente y desde abajo, haciendo caso omiso de instancias culturales que, bajo el manto y la aureola del feminismo y una falsa progresía, y el señuelo de una mal entendida corrección política, pueden interponerse y desviar el rumbo natural del idioma.

(*) Félix Rodríguez González es catedrático de Lingüística Inglesa de la Universidad de Alicante

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