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Opinión

Pandemia y pandemiona

Ustedes, como yo, habrán observado que existe un número muy notable de ciudadanos que se oponen a cualquier medida de desconfinamiento y que, al parecer, pretenden seguir, y que sigamos, enclaustrados ad aeternum. Su opinión menudea en los medios y en las redes sociales. No son los únicos. También algunos epidemiólogos y médicos participan de la misma idea: hasta que no tengamos plena seguridad no deberíamos salir a la calle y la actividad económica debería limitarse al mínimo. Sé que alguno de los más «moderados» argumentará que esa plena seguridad se hallará en el momento en que todo el mundo se haga un PCR y/o se nos pueda controlar a través de una aplicación. Dejando al margen la dilación necesaria para ello, quieren pasar por alto que en el resto de Europa está ya en marcha un programa de desconfinamiento, sin darse ninguna de esas dos condiciones. Es más, un programa que incluye, incluso, en algunas naciones, un regreso casi inmediato a la escuela. Por lo demás, la seguridad de que podremos controlar la epidemia, de una forma relativa, encontrando antivirales efectivos y seguros o, de una forma radical, dando con una vacuna, produciéndola en cantidades masivas y vacunándonos todos, es una seguridad que, en el mejor de los casos, con un optimismo panglosiano, no tendremos hasta el primer trimestre de 2021. Pero lo más probable es que vayamos mucho más allá. Mas el problema no es solo esta pandemia, es la otra, la que muchos auguramos desde el primer día que vendría a ser igual o más devastadora, la económica. En dos días la realidad ha venido a presentarnos su aspecto de danza de la muerte medieval en forma de cifras. Solo en el mes de marzo, con quince días de confinamiento únicamente, la economía española ha destruido 285.600 empleos, hay 121.000 desocupados más y se han enviado a casa por los ERTE 562.900 trabajadores. Por poner únicamente un ejemplo concreto: en Asturias, durante ese mes, el 45% de la población, entre jubilados, funcionarios, parados con subsidio, autónomos que cobran por cese de actividad y beneficiarios del salario social, recibe sus ingresos del Estado: 460.000 personas, sobre poco más de un millón. La cosa no ha hecho más que empezar, marzo, a fin de cuentas, no ha sido tan malo como lo van a ser abril y otros meses. Piénsenlo: pequeños negocios que tendrán que cerrar, la hostelería y los hoteles sin casi demanda interior y sin turismo exterior; las empresas de servicios dependientes de la actividad de los demás; la demanda contraída; los ERTE, que son en muchos casos una capa temporal del paro? Miren, el Gobierno acaba de hacer públicas sus cuentas para este año y el que viene. Calcula que en 2020 el PIB va a caer un 9,2%, el déficit subirá hasta el 10,3%, el paro ascenderá al 19%, y la deuda llegará al 115%. Seguramente, los datos son optimistas y cuentan con que no se produzca un rebrote brutal de la pandemia. Démoslos por buenos, que ya son bastante terroríficos. Los partidarios del confinamiento indefinido hasta alcanzar la total seguridad arguyen que no debe contraponerse la economía a la salud, y que esta debe primar por encima de todo. Lo que no tienen en cuenta es que si no hay no hay una actividad económica que se acerque lo más posible al óptimo tampoco habrá salud. Porque aunque la ministra de los presupuestos, doña Nadia, afirme que «no habrá recortes» y que en el 2020 creceremos en forma de «V asimétrica» (un puro flatus vocis), tendrá que haberlos en todas las prestaciones del Estado, junto con una no menuda subida de impuestos, con lo que todo el estado del bienestar quedará afectado, incluida la sanidad. (Dos «por cierto». Uno: al margen de la posición de cada Estado, el resto de Europa tiene sus propios problemas, su PIB se va a contraer también notablemente; por ejemplo, en este mes de marzo ha caído en Francia tanto como en España: luego no les será tan fácil «ayudarnos». Dos: ¿y ahora qué va a pasar con la renta mínima, de la cual se desconocía la cuantía total, se dudaba de su concepción y su gestión, y cuyo número de beneficiarios y entidad económica era una incógnita? ¿Va a afectar a aquellos que tenían una situación de necesidad antes de la crisis? ¿Se conceptuarán como nuevos necesitados a quienes aun teniendo negocios previos han ido a la ruina y acaso con deudas? ¿Se irán incorporando progresivamente los nuevos parados sin subsidio?). He titulado Pandemia y pandemiona, ¿a cuál de las dos calamidades les parece oportuno adjudicar cada palabra? ¿Prefieren el aumentativo para ambas? En cualquier caso, a todo ello se le suma el pandemónium de nuestra política.

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