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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Oficina de infiltrados

Nos la recomendó una plebe que vive -o vivía, qui lo ça- media temporada en Francia, media aquí y ahora es un amplio círculo el que anda ansioso porque se estrene la quinta temporada en junio y yo, que hasta hoy no le había pillado el gusto a ninguna serie del país vecino, esta que es protagonizada por perfectos gabachos me tiene sorbido el seso, al igual que a la chica de la casa que ni siquiera solía verlas. El mundo al revés.

Y qué decirles del equipo de guionistas, salvo que es la leche. Consigue que el listón del suspense y la tensión vaya in crescendo dentro de una trama que transcurre al por mayor entre cuatro paredes con agentes y burócratas de la inteligencia de acá para allá sin respiro apenas. Pero no solo eso. Tratándose de una historia que echó a andar en 2015 y gestada por tanto con anterioridad, los conflictos en los que se inmiscuye permanecen activos por lo que observando la perspicacia empleada concluyes que, al lado del extenso equipo creativo, la Administración Trump es pelín boba. Bueno, y sin los artífices de esta Oficina de infiltrados, también.

Cuenta con escenas durillas de las que soy poco partidario, pero que también sirven para curtirse aprovechando que no viene mal. La chica de la casa hay sesiones que media parte las ve de pie y, en algunos de los arrebatos que le entra, he llegado a temer que rompiese el confinamiento de lo disparada que sale. Pese a que todo es muy coral, el emisario estrella responde a Malotru como nombre de guerra y, más bajito eso sí, se da un cierto aire a Ives Montand con su sentida interpretación en El salario del miedo, aunque Malotru tampoco es manco al menos en el arranque de la penúltima entrega donde nos hallamos.

Salgo a hacer ejercicio con un episodio a cuestas que deja sin respiración, me cruzo con alguien que hace retumbar el árabe en su aparato, mira descaramente y acelero el paso con fruición. Tras el flash, la mente se adentra en el pasaje que nos mantiene en vilo. Sí, ese en el que ni Dios sabe cómo saldremos de esta. Malditos guionistas.

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