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Consultas virtuales

Consultas virtuales

La pandemia del COVID-19 favorece un interesante contexto de oportunidad para la expansión de la telemedicina. Más allá de su aplicación como instrumento de apoyo al diagnóstico, la tecnología está adquiriendo un rol de especial relevancia en la comunicación sanitaria. Desde la simple llamada telefónica a las plataformas de videoconferencias, su uso es mayoritario en estos momentos, como sustitución obligada del contacto directo o presencial. Vayan preparándose para su desembarco masivo en las consultas, a partir de que se consolide esta nueva normalidad -curioso eufemismo, por cierto- con la que tendremos que tragar en un futuro nada lejano. A la fuerza ahorcan y no queda otra que recurrir al ingenio para afrontar la situación.

Han bastado un par de meses para consolidar un cambio drástico en la relación entre profesionales sanitarios y pacientes. Algunos factores han influido decisivamente y, si bien eran previsibles, la realidad es que poco se ha hecho para evitar sus efectos. La necesidad de reducir los contactos de riesgo entre el personal sanitario obliga a suspender la inmensa mayoría de las consultas presenciales. Los resultados no han sido nada favorables. Como resultado, la elevada tasa de infección entre el colectivo sanitario ha acabado por favorecer la reticencia de gran parte de la población a acudir a los centros sanitarios, influidos por el miedo al contagio. Así pues, el "cara a cara" ha cedido protagonismo a la conversación telefónica o, en el mejor de los casos, a la videollamada.

Al sistema sanitario le va a costar salir del bloqueo en el que se encuentra. La parálisis asistencial generará listas de espera, de tal magnitud, que dejarán en meras anécdotas a las conocidas hasta la fecha. En el mejor de los casos, estimen que una quinta parte de las consultas que se realizan anualmente no han podido materializarse, cuando menos en las condiciones habituales. Por supuesto que se ha seguido trabajando -recurriendo al teléfono, obviamente- en esa suerte de "call center" masivo en que se ha convertido la sanidad española. Y, asumiendo que así habrá que continuar haciéndolo, el problema puede acabar convirtiéndose en virtud. A la espera de que la tormenta amaine y pueda reaparecer en otoño, corresponde ahora recuperar el tiempo perdido. Es el momento de la telemedicina.

Las consultas virtuales aún son una excepción en nuestro país. Solo un 11% de los españoles las ha utilizado en alguna ocasión, aunque hasta un 75% estaría dispuesto a tener revisiones médicas de este tipo. Por supuesto, siempre después de haber sido atendido inicialmente de manera presencial. Ni se les ocurra cambiar radicalmente el modelo porque, con razón, la calidad asistencial sigue asociándose al "cara a cara": siete de cada diez españoles prefieren este tipo de contacto. Otra cosa es a la hora del seguimiento, momento en el que consultas telemáticas adquieren el interés que no pueden alcanzar cuando se trata de diagnosticar o de iniciar un tratamiento.

La implantación de la telemedicina aporta, entre otras ventajas, mayor accesibilidad y menor tiempo de espera. Eso sí, cuando la comunicación se realiza de manera sincrónica -es decir, cuando puede establecerse una conversación en el mismo tiempo- y no tanto cuando quedamos a la espera de una respuesta. A priori, las ventajas que ofrecen las consultas virtuales son múltiples, tanto para los pacientes como para los profesionales. Y para el sistema, por supuesto, porque las inversiones que se precisan inicialmente permitirán obtener importantes beneficios económicos después, siempre y cuando esta asistencia virtual se desarrolle de manera eficiente. Todo ello sin pérdida de eficacia en el tratamiento que, en muchas patologías, incluso puede ver mejorado su pronóstico, gracias a una más estrecha supervisión del seguimiento clínico.

Si la asistencia sanitaria on-line tiene sus ventajas, también presenta limitaciones y riesgos que deben considerarse. De entrada, la inversión tecnológica necesaria no siempre está al alcance de todos los sistemas sanitarias, como tampoco del ciudadano medio. No se trata de recurrir a una llamada telefónica, sino de ofrecer un entorno virtual que, en lo posible, sustituya al físico con la mayor similitud posible. Y, como es obvio, de poco serviría que un médico disponga de los medios si los pacientes no cuentan también con ellos. Consideremos que, al igual que está ocurriendo en el sistema educativo, no todos los españoles disponen de los elementos técnicos necesarios para establecer este tipo de comunicación.

Junto a las limitaciones tecnológicas, posiblemente sean las éticas y legales las que dificulten, en mayor medida, la expansión de este tipo de atención sanitaria. Las primeras ya están siendo solventadas con las oportunas modificaciones de códigos deontológicos que, como el médico, aún limitan el uso de las nuevas tecnologías al apoyo en la decisión clínica. Las legales, por su parte, obligan a que la telemedicina respete estrictamente una confidencialidad que exige mayor cuidado en este tipo de relación asistencial. Todo ello sin olvidar el previsible impacto que pudiera tener en una reducción de las plantillas, un efecto colateral que suele acompañar a toda innovación tecnológica.

Aunque ni la propia Organización Mundial de la Salud -defensora a ultranza de este tipo de asistencia- haya advertido de su importancia, el riesgo de la pérdida de empatía es, posiblemente, el mayor obstáculo que puede presentar la previsible extensión de la telemedicina. Si algo es especialmente complejo de reproducir, en un escenario de virtualidad, son los componentes no verbales de la comunicación. De ahí que, aceptando esta limitación, las consultas virtuales ocupen un rol complementario que nunca debiera sustituir el ineludiblemente contacto personal y directo entre profesionales sanitarios y pacientes. Existen medios para incrementar la empatía "digital", por supuesto, pero hay razones suficientes para dudar de que esta adaptación pueda realizarse de la noche a la mañana. Ni la capacitación específica en habilidades de comunicación, ni la adquisición de conocimientos en este tipo de tecnologías ocupan, lamentablemente, un lugar prioritario en la formación actual de los profesionales sanitarios. Y por ahí habrá que empezar.

La pandemia ofrece una oportunidad excepcional para la extensión de la telemedicina y así debiera aprovecharse. Eso sí, siempre compaginando la consulta presencial, evitando los riesgos ya conocidos y basándose en la amplia experiencia disponible en otros países. No estamos para más experimentos. Ni mucho menos.

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