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Opinión

¡Me quejo! ¡Y tengo miedo!

Después de más cuarenta días oyendo insensateces, propuestas disparatadas, promesas incumplidas, peticiones falsas, ruedas de prensa interesadas y mítines políticos, ahora empiezo a escuchar que el vicepresidente pide perdón a los niños, (los que, en su inocencia, no escuchan nunca los mítines), y algún otro presidente autonómico pide disculpas.

¡Tengo que quejarme! La segunda semana de confinamiento, mi hija, médico del SAMU, acudió a su trabajo en la base y a reforzar, además, dos guardias médicas en sendos hospitales. Se había comprado una bata para protegerse, pero al terminar la tercera guardia de la semana, le hicieron el test del coronavirus y dio positiva. Volvió a casa donde su marido ya empezaba a tener síntomas: dolor de cabeza, tos, pérdida de olfato y gusto, lo mismo que ella, aunque más agudizados. Ante la situación, mi hija lo envía al hospital donde al cabo de dos horas se lo devuelven sin hacerle ninguna placa ni analítica.

Después de protestar ante la jefatura del servicio de admisión por teléfono, toma la decisión de enviar a su marido al hospital colindante con la base del SAMU donde ella trabaja. Allí lo compañeros le hacen las pruebas pertinentes a su marido, y el diagnóstico es neumonía doble e ingreso inmediato. Los días siguientes la situación se va complicando y tienen que administrarle medicación previa antes de la UCI, ante la que, gracias a Dios, responde y empieza la mejoría; doce días de ingreso con el alma en vilo, mientras su mujer permanece en su casa con síntomas, auscultándose cada día y cuidando a la vez de sus dos hijas de poca edad, seguramente también infectadas pero asintomáticas.

¡Tengo que quejarme! Porque los abuelos y demás familia hemos seguido el proceso haciendo caso de la frase de San Francisco: «No te tejes, ¡reza!». Y creo que eso nos ha ayudado, porque ¿quién iba a cuidar de las pequeñas si su madre empeoraba? Y me quejo porque durante todo ese tiempo el Gobierno sólo ha dado palos de ciego, ha contado estadísticas, le han desbordado las cifras de infectados y fallecidos, no ha sabido dotar de material a los sanitarios que luchan en primera línea; sólo importaba hablar del «pico», cuándo se alcanzaría, y así un día tras otro mientras el número de muertos subía y subía. Pero solución a los problemas, ninguna.

Por eso tengo miedo: porque ha primado la propaganda sobre la gestión, porque ha sido más importante escudarse detrás de larguísimos discursos y ruedas de prensa que conseguir test de comprobación de las personas infectadas. Se ha optado por centralizar una gestión que hasta ha impedido a otras Administraciones conseguir medios con los que atajar la pandemia. Se ha intentado distribuir las culpas para no aceptar la vergüenza de la actuación. Se han hecho promesas baldías, no solamente en las medidas a tomar en el ámbito sanitario, sino en las medidas a tomar para minimizar la catástrofe económica.

Y tengo miedo porque ahora, cuando por fuerza mayor, porque llevamos más de cuarenta días confinados, el famoso pico parece que ya se alcanza, (con cientos de infectados, más de dos decenas de miles de muertos, decenas de ellos sanitarios, la economía tambaleante), ahora el Gobierno empieza a decir que va a pensar en un plan de desescalada. Y empieza con el vicepresidente contando un cuento a los niños, y diciendo el ínclito ministro de Sanidad que va a repartir mascarillas a la población, mascarillas que no existen, dejándose estafar en los pedidos, y fijando un precio que sorprende a los farmacéuticos, y anunciando fecha para hacer test a una muestra poblacional, fecha que se aplaza porque no saben cuándo van a estar disponibles los frascos.

Tengo miedo a pesar de que San Francisco continúa con su consejo: «No tengas miedo, ten fe». Porque en medio de todo este desgraciado galimatías gubernamental (22 ministros desbordados y dando palos de ciego con decretos-ley que ahora sí y ahora no, reuniones por videoconferencia, peticiones de ayuda sin dejarse ayudar, y quejas porque no se sienten respaldados), estamos ya abocados a casi sesenta días de confinamiento, momento en que la estrategia es ahora pedir disculpas, no perdón, es decir que se han podido equivocar, no que se han equivocado, y que van a ver cómo terminan de salir de este conflicto. Y para colmo, en nuestra ciudad hasta se nos prohíbe hacer pública petición de auxilio a nuestra Santísima Faz, porque las muestras de fe religiosa, (alguna sí), no están en el decreto de «quédate en casa».

Por eso tengo miedo, porque estando en medio del peligro, rodeado de héroes sanitarios y de víctimas del cierre de la actividad económica, todavía tenemos que oír que no se declara luto nacional, ni se hacen gestos de respeto a las víctimas. Sólo entonces nos queda confiar en Dios a través de la fe, para que haga surgir personas con inteligencia para la gestión y científicos que consigan pronto el remedio que termine con esta plaga que nos asola.

Cuando todo acabe («Sábete Sancho: no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está cerca», en palabras de Don Quijote), será el momento de encontrar la solución en la fe haciendo por nuestra mano que los irresponsables no vuelvan a estar al frente. Lo conseguiremos ahora con oración y fe, y a continuación con responsable opinión en la elección de un nuevo gobierno

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