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Tribuna

El alba al atardecer

Hay una frase del economista británico John M. Keynes que ayuda a evitar el dogmatismo, siempre estéril y empobrecedor. «Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. Y usted, ¿qué hace?», respondió Keynes a quien lo acusaba de haber modificado su postura económica con la llegada de la Gran Depresión.

Hasta ahora, existía una corriente de opinión muy asentada respecto a determinados trabajos que -según nos decían- aportaban poco valor añadido a la sociedad. Ocupaciones consideradas de tercera o cuarta fila en la escala del prestigio social. Trabajos que, en algunos casos, iban a ser robotizados y harían prescindibles a quienes los ejercían. Empleos con bajos salarios, duras condiciones laborales, escaso reconocimiento social y nula visibilidad pública. Trabajos, en definitiva, subestimados.

Pero esa mirada colectiva ha cambiado en solo un mes. Los hechos han cambiado y, como aconsejaba Keynes, han hecho cambiar de opinión al conjunto de la sociedad.

Esta crisis sanitaria ha evidenciado una realidad laboral a veces invisible. En primera línea, más expuestos al riesgo de contagio que la inmensa mayoría de ciudadanos, han estado limpiadoras, equipos de desinfección, transportistas, cajeras, reponedores de supermercado, agricultores y ganaderos, cuidadoras de personas, operarios de la distribución, manipuladoras de alimentos en almacenes o cooperativas, conductores de ambulancia, repartidores, funerarios, personal de residencias, vigilantes, plantillas de mantenimiento, trabajadores de aeropuerto que descargaban por la noche los productos sanitarios importados, personas dedicadas a la recogida de residuos, trabajadores postales y un largo etcétera.

De infravalorados, todos ellos han pasado a ser considerados «esenciales». Oficialmente por el BOE, y de facto también para el ciudadano que paga a la cajera de un supermercado o se cruza con una limpiadora y les da las gracias con una mirada. Un acto humano. Un acto de justicia y reconocimiento, como el que la sociedad ha sabido manifestar cada día a los trabajadores del ámbito sanitario: médicos, enfermeras, celadores, técnicos, auxiliares, administrativas, personal de cocina y de limpieza.

Hoy, Primero de Mayo -una jornada emblemática para el movimiento obrero que este año viviremos sin las marchas reivindicativas en las calles-, es un momento propicio para reflexionar sobre las personas que han hecho posible que la sociedad valenciana no colapse en esta difícil situación.

Y no hablo solo de los sanitarios, grandes héroes de esta amarga primavera. Hablo de los trabajadores y las trabajadoras que han puesto en riesgo su salud por un sueldo a veces escaso, y que lo han hecho también por un sentimiento de responsabilidad colectiva. Una lección, callada y ejemplar, para todos los servidores públicos que nos obliga a mejorar para estar a su altura. Con su profesionalidad han demostrado que, frente al individualismo de otras etapas, la ayuda mutua y la solidaridad colectiva son el único camino para superar esta situación.

Construir un futuro sólido

Aun así, más allá de reconocimiento, ellos y ellas quieren y merecen más derechos, mayor protección, mejores condiciones. Entramos en un momento difícil para la economía y para las clases medias y trabajadoras. La destrucción de empleo, temporal o definitivamente, adquiere proporciones inéditas. Ahora bien: la respuesta a la nueva crisis que se dibuja en el horizonte no puede ser la precariedad laboral. Tampoco la desprotección social de los trabajadores. Todo lo contrario; hemos aprendido la lección de hace una década.

Las reformas importantes suelen germinar en circunstancias adversas. Esta lo es. Aprovechémosla para edificar nuestro futuro sobre bases sólidas. Mejoremos servicios públicos que se han revelado, literalmente, cuestión de vida o muerte. Protejamos a las personas que nos protegen del colapso. Participemos, públicamente, en sectores estratégicos para nuestro bienestar. Reindustrialicemos la Comunitat Valenciana en aquello que es básico para nuestra seguridad alimentaria y sanitaria. Estimulemos la economía con una mirada sostenible que conjugue el derecho al trabajo y el respeto al medio ambiente. Sostengamos las empresas desde el diálogo social. Fortalezcamos la concertación con el acuerdo del movimiento sindical y el empresarial.

En 1933, en plena Gran Depresión, el presidente Franklin D. Roosevelt afirmó: «Nuestra principal tarea es poner a la gente a trabajar». Ese es nuestro gran objetivo: contribuir a que la gente pueda trabajar, porque el mecanismo más eficiente para la cohesión social es crear empleo. Ahora, cuando vivimos un tiempo con tantas similitudes con la época del New Deal, hay objetivos superiores que deben unir a toda la sociedad en un gran acuerdo político, económico y social que favorezca el empleo e impulse el renacimiento de la Comunitat Valenciana. Por responsabilidad colectiva, lo tenemos que hacer. Cantaba Franco Battiato «qué difícil es encontrar el alba al atardecer». Difícil, cierto. Pero posible y necesario, venía a decir. Es nuestra obligación buscar esa luz dentro del túnel. Y los valencianos vamos a hacerlo con la fuerza, la confianza y la esperanza que nos da el ejemplo de los trabajadores que han salvado, con tanta humildad, el destino de un pueblo.

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