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Opinión

El cuento del virus

Para desescalar bien a un niño -es decir, para que el loco bajito de Serrat deje ya de joder con la pelota y no ande contagiando- nada como contarle una de esas ficciones coercitivas tan características de los seres humanos. El mecanismo ha superado satisfactoriamente todos los test. La creación de un ente imaginario (Dios, Patria, Rey, etcétera) ha funcionado siempre como incentivo para que los hombres hagan o dejen de hacer las cosas que programan los administradores del relato, que son los flautistas de Hamelín de la Historia. La ficción coercitiva lleva milenios funcionando a todos los niveles. Si en el canal de los adultos emitían constantes mensajes de advertencias con las penas del infierno, o similares, en el canal infantil también se podía controlar al espectador recordándole que si no se portaban bien vendría el hombre del saco, el de los caramelos, o los Reyes Magos, y los dejarían sin vida, sin honra o sin juguetes. Hasta se podía modular el grado el canguelo. Por toda esta tradición, lo normal sería que los padres estuvieran ya contándole a sus hijos el cuento del virus, al objeto de que al salir no se quiten la mascarilla y no se acerquen a otros. Como venga el virus, ya verás ya. Se supone que así, desescalando bien al niño haciéndole beber un poco de susto desinfectante, ya podremos salir una hora al día a airearnos sin que esto se salga de madre y de padre. Esperemos que el cuento del virus funcione, como poco, la mitad de bien que funcionó y funciona el cuento de Dios, la Patria y el Rey. Porque viendo las aglomeraciones de ayer, las reservas de cama de UCI para la temporada de verano se han disparado. Entonces habrá que decir a los niños que el virus son los padres.

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