Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Fernando Ull

Los del lazo azul

«Que nadie vierta lágrimas en mi honor ni celebre con llanto mis funerales. Porque, aunque muera, vivo estaré en las bocas de los hombres.»

Quinto Ennio

José María Calleja, periodista fallecido el pasado martes víctima del virus covid-19, fue uno más de las miles de personas que tuvieron que abandonar el País Vasco durante los años en que la banda terrorista ETA extendió el terror y la muerte. Ya en su juventud, en los últimos años del franquismo, Calleja formó parte del movimiento universitario contrario al régimen franquista constituido por estudiantes de veinte años a los que no les importó jugarse la vida, la libertad y la posibilidad de estudiar si con ello no sólo se aceleraba el regreso de la democracia a España después del vil golpe de Estado de 1936 sino, sobre todo, la construcción del país que soñaban: una España en la que reinase la justicia social y la legalidad al margen del ejercicio del poder por los caciques, la oligarquía y la Iglesia católica más radical.

Una de las grandes contradicciones que supuso el fin del franquismo en España fue que aquellos que habían tenido un alto protagonismo en la recuperación de las libertades pasaron a ser objetivo principal de la banda terrorista. Hubo una razón. A pesar de que durante años tuvimos que escuchar multitud de argumentos que pretendían estar investidos de la verdad absoluta cuando afirmaban que en el País Vasco hubo un conflicto político producto de la ausencia de libertades, lo que en realidad ocurrió, como el paso del tiempo se encargó de demostrar, es que el terrorismo de ETA fue, por un lado, un gran negocio por el cual miles de personas vivieron del cuento gracias al dinero proveniente de la extorsión y, por otro, un cauce por el que psicópatas y asesinos dieron rienda suelta a sus instintos delictivos. ETA mató, sobre todo, a aquellos que desde la más radical oposición al ejercicio de la violencia admitían como única salida al terrorismo su desaparición, el encarcelamiento de los asesinos y la integración en la sociedad de aquellos que apoyaban y jaleaban cada asesinato de ETA mediante la creación de un partido político. Es decir, demostrar a la sociedad vasca que detrás del ideario de ETA no había nada.

De mis visitas al País Vasco en la década de los primeros años 90, lo que más recuerdo es el extraño comportamiento que tenían la mayoría de las personas que conocí. Como todo giraba alrededor de la violencia etarra se había creado una forma de pensar, de hablar e incluso de moverse que pretendiendo ocultar esa violencia mediante la ley del silencio lo que en realidad hacían era subrayarla aún más. Recuerdo que en aquellos años había una persona en mi círculo de amistades más cercano que acababa de venir a vivir a Alicante proveniente del País Vasco sin motivo aparente. Me llamó la atención el pánico del padre a dar información sobre cualquier cosa que tuviera que ver con el País Vasco. Era tal su miedo que se compró un coche en una provincia vasca para que la matrícula no fuera de Alicante sólo con el propósito, digo yo, de no llamar la atención si regresaba durante unos días para hacer alguna gestión. En realidad, como me di cuenta poco después, el motivo de aquel miedo era evitar que ETA se enterase de la enorme cantidad de dinero que había conseguido trabajando en un puesto administrativo.

Para los partidarios de ETA y para todos aquellos que miraron para otro lado, Calleja tuvo la osadía de llamar asesinos a los pistoleros de ETA por primera vez en la televisión autonómica vasca mientras fue director de los informativos o de caminar por la calle con un lazo azul que significaba el apoyo a las víctimas de ETA y a los que vivían amenazados. Su vida estuvo marcada por las amenazas diarias y los insultos que escuchaba cuando entraba en cualquier comercio con sus escoltas ante el silencio sepulcral del resto de presentes. De entre todos los libros que publicó creo que destaca su magnífico libro ¡Arriba Euskadi! La vida diaria en el País Vasco, premio Espasa de Ensayo del año 2001 en el que retrató el día a día de la asfixiante vida en el País Vasco de los años 90 (cuando yo estuve y cuando traté con personas que vivían o habían vivido allí) en todos los ámbitos: en la universidad, en la calle, en los medios de comunicación o en el negocio de ser nacionalista.

Gracias a personas como José María Calleja en el País Vasco se mantuvo la dignidad durante los años de plomo. Aquel tiempo en el que hablar podía suponer la diferencia entre vivir o morir. Por muchos años que pasen y aunque algunos desearían que se dejase de recordar a los que se dejaron la vida o la libertad luchando contra ETA, la memoria de sus vidas nunca se borrará. Yo, al menos, nunca lo haré.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats