n la presente situación de permanente espera resuelvo hacer una mirada introspectiva sobre valores que vamos a ir dejando en el camino, como pesados lastres. Sí, del barco de nuestras vidas van a ser echados, tanto por popa, como por estribor y babor; y si me apuran, por proa. No va haber ancla que atempere la distancia física que a futuro va a adueñarse de nuestro entorno, entre iguales. ¡Cuanta más distancia mejor! -nos espeta, imperativo, el poder sanitario. ¿Dónde se halla mi congénere?- nos preguntaremos, acto seguido. La respuesta será clara: me hallo, nos hallamos, en la sutil soledad.

Recuerdo un poema de Mario Benedetti, poeta uruguayo, y doctor honoris causa por la UA, titulado Soledades, cuestionando sobre la existencia de la felicidad: «Después de la alegría, viene la soledad/ después de la plenitud, viene la soledad/ después del amor viene la soledad....» En el siglo XVI Luis de Góngora había elaborado las Soledades (ya en 1614), su obra más compleja, pretendiendo que fuesen cuatro, sólo llegó a escribir dos. En el presente momento, y en este pequeño lapso transcurrido, que más parece una eternidad, nuestro mundo es solitario; resplandece la soledad por doquier. Nos hemos sumido en la soledad por prescripción del poder. Es la medicina /antídoto para proteger la salud colectiva, bien a preservar por encima de otras teleologías. Sí, nos toca mudar esos valores y relaciones. ¿Se dispondrá de un vademécum para que aprendamos con sencillez lo que se nos viene encima?

Siempre se nos ha dicho, desde bien pequeñitos, y al socaire de las otrora normas de urbanidad, que había que abrirnos a los demás, ser seres sociables, afectuosos y comunicativos, estrechar la mano como saludo, concluir con un beso de despedida como señal de afectividad. Y ahora, por mor del «monstruo de la pandemia del siglo XXI», se nos dice que pongamos distancia física de por medio, que no nos toquemos. Que se ha acabado ese tiempo. La salud colectiva, como teleología básica de la acción del poder público sanitario, va a liquidar la efusividad, el apretón de manos que antaño, muy antaño, era expresión de paz, de que no se empuñaba armas, habiéndose convertido sempiternamente -hasta hace poquitos días- en la usual expresión de cortesía. ¿Dónde quedará?

¿Han visto en los ojos de los demás -cuando nos acercamos al centro comercial-, tras la mascarilla, el miedo y el recelo que provocamos? ¿Qué pasará por sus mentes? ¿Nos hemos convertido en enemigos potenciales? Hay recelo, mucho recelo, miradas furtivas, hay desconfianza, y esto nos allega al miedo, al temor. Un importante «aislamiento social» ha llegado para quedarse durante mucho tiempo. Dicha distancia física, obligada, va a exacerbar la comunicación virtual o electrónica. Más impersonalidad, más robotización, menos sentimientos. Es un camino insondable. Abomino.

La ciudadanía, en su estoico hartazgo reclusivo, demanda que se le hable con claridad, que no se le mienta nunca. Es momento de liderazgos fuertes en coyunturas tan cruciales de nuestra historia. Déjense las menudencias e intentemos, entre todos, salir de este pozo infecto que tanto daño social y económico está haciendo a tantas familias. Aprovechemos este enclaustramiento para, entre otras cosas, que nuestros niños aprendan, aprovechen el tiempo desde la explicación de sus abnegados progenitores. Que no sea un tiempo inútil y baldío. Como señalaba Jorge Luis Borges: «No sé si la instrucción puede salvarnos, pero no sé de nada mejor». Mucho ánimo y fortaleza.