Queridos alicantinos, españoles de bien todos. Estoy leyendo, como si fuera una novela, los avatares de los reinantes en España desde la restauración monárquica de 1975. Para los que tenemos una cierta edad -medida ya en siglos, que no en años- no deja de recordarnos otros episodios acaecidos con las casas reinantes en nuestro país, que como dice un escritor de reconocida fama, autor de éxito y padre de un tal Alatriste, eligió mal en los momentos claves de la Historia: España dejó pasar el tren de la reforma protestante para mantenerse fiel al Papa de Roma y a España se le escapó la locomotora de la Ilustración, al elegir la carreta de la monarquía absolutista, encarnada por un catastrófico Fernando VII, que cómo sería el elemento que fue llamado «El rey felón».

-Es que en España siempre ha habido mucho republicano escondido, don Florentino.

-Vaya, don Alfonso, eso es seguramente cierto. Como lo es que, hasta hace bien poco, el término «republicano» se utilizaba peyorativamente.

-Herencia de nuestras dos experiencias con la República, que no hace falta que le describa.

-Es cierto que los dos periodos en los que España se ha gobernado de esa manera no acabaron bien. Pero el demonizar la República es como descartar la penicilina porque algunos pacientes sean alérgicos a ella.

-Buena analogía, don Florentino. Pero le voy a proponer a usted otra: Desacreditar la monarquía española porque Juan Carlos Campechano tenga la mano un pelín larga y la bragueta algo suelta es como descartar todo nuestro sistema político porque haya existido Púnica, Filesa, Bárcenas, los ERE de Andalucía, la Gürtel, el caso Pujol, el trinque del PNV, las tarjetas Black de Caja Madrid, el caso de los trajes de Camps, el asunto del viaje del Papa?

-Pare, pare, don Alfonso. Lo que usted quiere decir es que no podemos confundir a los individuos con las instituciones.

-Me lee usted el pensamiento. Que las personas fallen no significa que las instituciones a las que representan sean desechables.

-Eso es muy cierto majes? don Alfonso. Pero precisamente por eso deberíamos tomar algunas medidas que permitan elevar la dignidad de las instituciones por encima de las personas. Poner los medios para perseguir conductas intolerables es el mejor antídoto a los populismos que claman por destruirlo todo.

-Estoy de acuerdo con usted, don Floren. ¿Qué propone usted en el caso concreto de mi bisnieto, que ha heredado una monarquía apolillada por la conducta de su padre?

-Celebro que me haga esa pregunta, majestad. Porque en este caso hay consideraciones especiales. Comenzando porque la restauración monárquica fue impuesta por Franco.

-Pero fue aprobada por el Referéndum constitucional.

-No nos hagamos trampas, majestad. Los constituyentes la colaron de rondón en ese Referéndum. No se preguntó a los españoles específicamente por la forma de gobierno que deseaban. Y el asunto tiene tanta importancia que justifica una consulta a todo el pueblo.

-¿Está usted propugnando un Referéndum entre monarquía y república?

-Afirmativo, majestad. Es la mejor y única manera de legitimarse.

-Quizá tenga usted razón. Pero habrá algo más.

-Desde luego. Es imperativo modificar la institución. En primer lugar, eliminar esa extraña inmunidad que coloca al rey por encima de todos los demás españoles. Es cierto que le hace falta un foro especial, una cierta protección jurídica, pero eso no puede ser, en modo alguno, sinónimo de impunidad.

-Porque si no llega un campechano cualquiera y lo envía todo al garete.

-Exactamente. Y además, sería conveniente que dotáramos al rey de más competencias, pactadas entre los partidos, para que sea efectivamente un poder neutral y de contrapeso. Y potenciar su actividad de representación exterior, quizá su gran utilidad.

-Creo que tiene usted razón, don Floren. ¿Sabe lo que llevo tiempo pensando?

-Me temo que no, majestad.

-Que si mi nieto Juanca, cuando recibió los cien millones de dólares de los árabes y el resto de comisiones que se embolsó, que puñetera falta le hacían, hubiera fundado con ellos el «Centro para niños necesitados rey Juan Carlos», ahora España sería un país claramente monárquico.

-Seguramente tiene usted razón.

-Porque hay veces que pequeños gestos pueden mover países enteros.

-No sé, majestad, cien millones no parece un pequeño gesto.

-Para campechano lo habría sido, créame amigo mío. Y nunca una inversión habría sido más rentable.