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Tribuna

La sanidad pública se defiende, no se vende

Hay un lugar en Elche donde la atmósfera que impera es cálida, donde se va con la esperanza de recuperar la vida: el Hospital General

Abro los ventanales de mi balcón para tomar un poco el aire, lo necesito. Llevo confinada y sola 32 días y necesito respirar. Observo el ambiente que me rodea. Circulación casi nula, ni una persona en la calle, ni un perro, únicamente un gato deambula libremente por una acera. Puedo oír el silencio interrumpido accidentalmente por algunos pájaros que revolotean entre los árboles, lo hacen tímidamente, parece que no quieran romper la fría quietud que se respira. De momento un desapacible y largo escalofrío recorre mi cuerpo. ¿Qué me pasa? Está claro, toda la presión acumulada durante 32 días de soledad me ha ahogado. Desde que llegó el «bicho», como dice mi bisnieto, estamos confinados, aislados, incomunicados, circunscritos, limitados, alejados, todo es asepsia, distanciamiento, FRIALDAD... La sociedad se ha quebrado y se ha impuesto el individualismo. ¿Es que la ciudad, el país y el mundo han mutado? Surrealismo puro, me digo.

Es muy frío el ambiente que me rodea, es verdad, pero hay algo que me reconforta y es saber que hay un lugar en Elche donde la atmósfera que impera, a pesar de la situación, es tremendamente cálida, es un lugar donde el dolor se mitiga con el amor, es un lugar donde la generosidad no se escatima, es un lugar a donde se va con la esperanza de recuperar la vida, ese lugar es el HOSPITAL GENERAL DE ELCHE. A ese centro hospitalario llegan los enfermos infectados por el «bicho» solos, sin familiares, los ubican en una habitación de donde no pueden salir (eso si no son internados en la UCI), donde solo ven goteros, mascarillas, oxígeno, pastillas, jeringuillas... y todo el avituallamiento necesario para combatir la enfermedad, no tienen a ningún ser querido que les ayude a sobrellevar la angustia que están viviendo, solo ven a personas anónimas emboscadas en sus vestimentas antivirus y cubiertas por gorros y máscaras que encubren a la persona que los atiende y a la que no pueden identificar, esos seres anónimos son ángeles para los enfermos, pues en medio de ese gélido escenario los guerreros del antifaz que los atienden prodigan a los enfermos un tratamiento tan cálido, tan humano y generoso que consiguen que su estancia incierta en el hospital sea llevadera e incluso agradable.

Lo que digo es información privilegiada. Mi hijo lleva hospitalizado quince días y me ha contado detalladamente cómo transcurren los días en medio de esa soledad. Admiración y elogios para el centro y para el personal es lo que me manifiesta diariamente. De igual manera pondera la labor de los médicos que la del personal de limpieza, ensalza con énfasis la atención tan humana que diariamente recibe, elogia el cariño y la generosidad con que lo tratan todos y cada uno de los sanitarios que pasan por su habitación, celebra las palabras cariñosas y afables que recibe constantemente; me habla incluso de la lencería impoluta que le llega diariamente y de los productos de higiene que cada día recibe (a veces donados por alguna empresa), así mismo, me comenta que el cáterin viene totalmente protegido. «¿Qué más puedo pedir en mi situación?», me dice. Y yo digo: ¿Qué más se puede pedir a nuestra sanidad pública? Una vez más quiero manifestar que nuestra sanidad pública se defiende, no se vende.

Con este escrito, deseo agradecer públicamente a todo el personal del Hospital General el esfuerzo, el valor, la tenacidad, la generosidad y el amor que están vertiendo en su trabajo y en nuestros familiares y particularmente quiero manifestar mi agradecimiento al personal de la planta 4ª donde está internado mi hijo. He sido voluntaria doce años en ese hospital y sé lo que significa dar un poco de calor y de amor a los enfermos y más si están aislados. Gracias, gracias, gracias.

P. S. No quiero dejar de mencionar y agradecer también las donaciones que, solidariamente, han hecho los ilicitanos a nuestro Hospital General.

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