El confinamiento a causa de la pandemia del coronavirus ha servido, entre otras cosas, para apreciar en toda su extensión la importancia de la cultura y la creatividad. Pese al cierre de teatros, museos, auditorios, cines, salas de exposiciones o bibliotecas, la cultura -aunque haya sido utilizando el sistema online- ha superado todas las dificultades y ganado la batalla frente a las limitaciones impuestas a cuantos estos días no hemos podido salir de casa con la normalidad habitual. Artistas consagrados y noveles aspirantes a serlo, profesionales y aprendices han querido ofrecer a la sociedad en la que viven su creatividad en diferentes campos. Miles de composiciones musicales, poesías, fotografías, vídeos, pinturas, juegos digitales o tutoriales sobre gastronomía o las manualidades más diversas han sido puestos por sus creadores a disposición general y vienen circulando por las redes, donde se han llegado a constituir múltiples comunidades virtuales solidarias. Por no hablar de la Semana Santa que -oficios litúrgicos incluidos- ha encontrado en las nuevas tecnologías el medio idóneo para mantener viva la llama de estas fechas tan significativas para muchos. La creatividad -en dictadura como en democracia, esta vez también- siempre termina sorteando cualquier barrera.

No sé si -como dicen voces autorizadas- el mundo cambiará después de esta pandemia, si los mortales habremos aprendido algo y saldremos mejores personalmente y, sobre todo, más solidarios. Pero sí estoy seguro que la cultura sufrirá una profunda transformación y que, inevitablemente, habrá de abordar un cambio de paradigma. La reacción de organizaciones artísticas a las palabras del ministro de Cultura español, Rodríguez Uribes («Esta no es una crisis de la cultura, deporte o turismo») pueden marcar en España el inicio de una definitiva toma de posición sobre la cultura entendida como dimensión y expresión de la vida humana. Mientras tanto, en el hemisferio sur, desde hace una semana, existen conversaciones entre parlamentarios y referentes de la cultura continental para impulsar una «Ley de Emergencia Cultural COVID-19». Este proyecto, generado en Brasil, reconoce en su artículo primero la concesión de beneficios de emergencia al personal del sector cultural y a los espacios culturales, durante el estado de emergencia a causa del coronavirus.

El último informe mundial publicado por UNESCO bajo el título «Re/pensar las políticas culturales-Creatividad para el Desarrollo», considerado como un valioso instrumento para aplicar la vigente Convención sobre Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales -ratificada por 146 países-, constituye la guía de acción del citado organismo internacional en materia de fortalecimiento de las capacidades de producción, creación y difusión de bienes, actividades y servicios culturales. Muestra el informe -como subraya la directora general Audrey Azoulay- que las políticas culturales innovadoras aplicadas a nivel regional y local tienen repercusiones positivas a mayor escala en la gobernanza cultural. También pone de relieve cuáles son los marcos estratégicos más adaptados al entorno digital, al mismo tiempo que destaca la aparición de plataformas de intercambios y la vitalidad de algunos viveros artísticos en los países del hemisferio sur.

El informe, que habrá de servir de fuente de inspiración para el cambio de paradigma que se avecina, marca una clara hoja de ruta en cuatro ámbitos clave: fortalecer la gobernanza de la cultura; mejorar las condiciones de movilidad de los artistas: integrar la cultura en las estrategias de desarrollo sostenible; y promover los derechos humanos y las libertades fundamentales. Todos estos objetivos están íntimamente vinculados a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.

Por lo que se refiere a la producción, en el replanteamiento de la industria cultural -basada en la creatividad individual y el talento- habrá que partir de la consideración del mercado (el propio de los productos, bienes o servicios que contienen expresiones culturales), incluyendo al usuario dentro de la cadena de valor, sin olvidar programas de apoyo a la cultura digital que refuercen eslabones específicos y que aborden globalmente la relación entre el ecosistema cultural y las nuevas tecnologías.

Urge, pues, una plena transformación digital de la industria cultural que tenga en cuenta tecnologías fundamentales (Inteligencia Artificial, Internet de las Cosas, Big Data y Blockchain) al servicio de un modelo que contemple la difusión y el ejercicio de todas las expresiones culturales desde la diversidad.

En definitiva, creemos que, en la nueva etapa histórica que se iniciará tras la pandemia, vale la pena que las políticas públicas se ocupen con decisión de la economía creativa. Porque parece fuera de toda duda que las industrias culturales y creativas son un sector estratégico en la economía del conocimiento, con un enorme potencial que redunda directamente en el desarrollo de los pueblos y la calidad de vida de las personas.