Esta vez la reunión fue breve. Tras el fiasco de la madrugada del 8 de abril, el eje franco-alemán volvió a funcionar y en un par de días pre-cocinó el pacto que debería bendecir el Eurogrupo «en formato inclusivo», es decir, los diecinueve países que componen la Eurozona con la participación de los otros ocho Estados miembros. Dos buenas noticias, sin duda: el pacto en sí -dilatar todavía más el acuerdo en un momento en que gran parte de los europeos están en confinamiento total hubiera abierto una crisis de credibilidad sin precedentes- y el hecho de que venga auspiciado -¡lo que hacen las redes sociales: a través del mutuo retuiteo de mensajes de Twitter!- por los dos países que, a la postre, constituyen la clave de bóveda de la compleja construcción europea.

Satisfecho el regocijo, es perentorio leer entre líneas. Y es que el pacto tiene dos aspectos, el urgente y el importante: por una parte, la definición de un «paquete de emergencia» o «plan de mínimos a corto plazo»; por otra, la asunción de que hay que empezar a trabajar en un «Fondo de recuperación» que está completamente por definir. Y conviene analizarlos por separado.

Hace dos semanas, el Consejo Europeo -los Jefes de Estado y de Gobierno de los 27- invitó al Eurogrupo a que presentara propuestas «para afrontar el desafío con un espíritu de solidaridad» y «para apoyar en la medida necesaria las medidas adoptadas por los Estados miembros». E introdujo al tiempo varias directrices muy claras: por una parte, la obligación de dotar a los Estados miembros de «flexibilidad para hacer todo lo que sea preciso»; por otra, la necesidad de llevar a cabo un «uso sin precedentes de la cláusula general de excepción del Pacto de Estabilidad y Crecimiento». A la luz de estas indicaciones es posible entender el «paquete de emergencia» recién acordado, paquete que asciende a alrededor de 540.000 millones de euros.

¿De dónde sale esta cantidad y para qué sirve? Sale de tres caladeros. El primero ya estaba descontado: una línea de préstamos del Banco Europeo de Inversiones dirigido fundamentalmente a pymes por un valor aproximado de 200.000 millones de euros pero que está pendiente de definir. El segundo lo constituía el plan de apoyo al empleo (SURE) propuesto por la Comisión Europea en forma de préstamos concedidos en condiciones favorables para financiar los ERTEs y las necesidades más perentorias de los autónomos, que podría ascender a otros 100.000 millones de euros. El tercero era el más conflictivo e implicaba utilizar hasta 240.000 millones de euros del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), instrumento que se creó hace una década para rescatar -«rescate duro», sujeto a muy gravosas condiciones, como recordará el lector- a países quebrados como Grecia. En este último caso, el acuerdo implica transformar el «rescate duro» en un «rescate blando», tan solo sujeto a dos condiciones: que se utilice para financiar los costes sanitarios derivados del Covid-19 y que no supere, para cada Estado, el 2% de su PIB.

Bienvenida sea, pues, la gasa destinada a detener la hemorragia, que sin duda permitirá un cierto respiro -a corto plazo- tanto a los gobiernos que se lanzaron desde el primer día a anunciar medidas de rescate -en el caso español, de 200.000 millones de euros- sin saber exactamente cómo las iban a financiar cuanto a los trabajadores afectados por ERTEs y a los autónomos.

Pero el árbol no debe impedirnos ver el bosque. Detener la hemorragia -a costa de un endeudamiento masivo de cada Estado que luego habrá que pagar: no lo olvidemos, esta ayuda no es gratis- es la primera medida aconsejada en todos los manuales de primeros auxilios, pero no va a curar al paciente. Aparte de las medidas «urgentes», habrá que abordar cuanto antes las «importantes», es decir, las que nos deben conducir a un futuro que está completamente por definir pero que seguramente será bastante diferente del que hemos disfrutado hasta el presente.

El Consejo Europeo era muy consciente de ello cuando expresó en su Declaración conjunta de 26 de marzo que «La pandemia de Covid-19 constituye un desafío sin precedentes para Europa» que «exige una actuación urgente, decidida y global a escala de la UE, nacional, regional y local». La actuación «urgente» -luchar contra las consecuencias inmediatas de la pandemia- ya está definida. Ahora hay que abrir el melón más delicado, el de las «importancias»: liderar «una estrategia de salida coordinada, un plan integral de recuperación y una inversión sin precedentes» que permita «instaurar en la UE un sistema de gestión de crisis más ambicioso y de mayor alcance». Se puede decir más alto pero no más claro.

El diseño de este «plan integral de recuperación» es tarea harto compleja que exigirá la coordinación de todas las instituciones de la UE. En primer lugar, la Comisión Europea debe presentar cuanto antes una hoja de ruta acompañada de un plan de acción. Y aquí aparecen ya las fisuras: unos -los del Sur- seguirán intentando que la parte del león la constituya la emisión de deuda pública mutualizada en forma de «eurobonos», mientras que los del norte buscarán acomodo en el presupuesto de la UE, que hoy apenas alcanza el 1% de todo el PIB de los Estados miembros y que debería, por tanto, multiplicarse exponencialmente -aun con carácter coyuntural- para hacer frente al plan. En una línea intermedia, el propio Eurogrupo ha acordado bautizar al nuevo instrumento como «Fondo de Recuperación», lo que expresa con mejor precisión su objetivo que la alternativa de «Fondo de solidaridad»: los «Fondos», como es conocido, se integran en el presupuesto comunitario pero tienen autonomía de gestión.

Italia y España abogaron desde el principio por integrar bajo el mismo paraguas las decisiones relativas tanto a las urgencias cuanto a las importancias, porque sabían que las primeras podrían acabar ahogando a las segundas. No lo han conseguido, pero al menos existe el compromiso de empezar a discutir sobre el llamado «Fondo de recuperación». El riesgo es doble. Por una parte, que, como tantas otras veces, la negociación se alargue ad calendas, Saturno acabe otra vez devorando a su propio hijo y Europa vuelva a ser raptada por el toro blanco. Por otra, que, tratándose de las importancias, las urgencias terminen aquí también por imponerse: más que un Fondo destinado a la subvención pura y dura, debería tratarse de un Fondo destinado a estimular a las empresas que sean capaces de integrar en sus planes de negocio la transición ecológica y la transformación digital. Este es el nudo gordiano donde se juega el futuro de nuestra provincia de Alicante.

Esta es la razón por la que estoy convencido de que cada uno de los ciudadanos europeos responsables debería hoy, aun en medio de la vorágine que desde hace un mes nos atenaza, alzar la voz con firmeza exigiendo que nuestros responsables políticos tengan la suficiente altura de miras para evitar, por una vez, que se cumplan las predicciones antropofágicas del oráculo. Y es aquí donde verdaderamente se juega su destino el proyecto de integración europea. Hay que actuar, y hay que actuar con máxima presteza. Cronos, dios del tiempo, nos lo agradecerá.