Hay profesiones que imprimen carácter, como la sacerdotal, según afirma la Iglesia Católica sin precisar en qué consiste, y las sanitarias, según evidencia su ejemplar entrega a los pacientes durante la actual pandemia y explicitan los conocidos juramentos deontológicos de los graduados en medicina y enfermería, en honor de Hipócrates y de Nightingale, respectivamente. Otras profesiones, al exigir una alta concentración a sus practicantes, imprimen un carácter que podríamos describir sucintamente como «escapismo virtual» (por contraposición al analógico de los émulos de Houdini). Es lo que sostiene Gian-Carlo Rota (1932-1999), fundador de la combinatoria moderna, en relación con la profesión matemática, al escribir que «de todas las formas de huir de la realidad, las matemáticas ha sido siempre la más exitosa. Son una fantasía que se hace todavía más adictiva porque funciona de modo retroactivo para mejorar la misma realidad de la que estamos intentando huir. Todas las otras formas de huida, el sexo, las drogas, los hobbies, lo que sea; en comparación, son efímeras. El matemático se compromete por completo, se convierte en un monstruo».

No hay mejor ejemplo de suprema concentración que las últimas horas de Arquímedes (287 a.c. - 212 a.c.), según dos de las tres versiones que nos legó Plutarco de la toma de Siracusa por los romanos. Según cuenta, Arquímedes, quien andaba ese día enfrascado en una apasionante demostración geométrica con ayuda de figuras dibujadas en la arena, selló su suerte al negarse a seguir al soldado invasor que le conminó a comparecer, inmediatamente, ante el victorioso general Marcelo. Esa concentración extrema explica la explosión creativa de muchos matemáticos que han sufrido confinamientos forzosos. Describimos a continuación algunos ejemplos notables, ordenados cronológicamente.

Blaise Pascal (1623- 662) descubrió accidentalmente el poder escapista de las matemáticas una noche de 1658, en la que se despertó por culpa de un terrible dolor de muelas. Con la esperanza de distraer su mente del insoportable dolor que le atenazaba, intentó Pascal concentrar su atención en la curva -llamada cicloide- que describe un punto de una circunferencia que rueda, sin resbalar, sobre una recta llamada eje. Para su sorpresa, observó Pascal que el dolor desapareció durante los ocho días de aislamiento que siguieron a aquella noche infausta, lo que aprovechó para aplicar el método de Cavaleiri -precursor del cálculo integral de Newton- al cálculo del área y del centro de gravedad del segmento de cicloide, así como del volumen y de la superficie del sólido que genera dicho segmento al girar en torno a su eje.

La eclosión creadora de Isaac Newton (1643-1727) se produjo durante los cerca de dos años de cuarentena que siguieron a la peste que asoló Inglaterra en 1665, recién cumplidos los 23 años. Decretado el cierre de la Universidad de Cambridge, regresó Newton a su casa familiar en el Condado de Lincoln, donde estableció los fundamentos del cálculo diferencial e integral, que aplicó inmediatamente a varias ramas de la física (mecánica, dinámica, óptica, etc.), recurriendo con frecuencia al cálculo de máximos y mínimos mediante derivadas (que él llamó «fluxiones»).

James J. Sylvester (1814-1897) y Florence Nightingale (1820-1910) no sufrieron un confinamiento físico, pero sí un aislamiento forzoso respecto de la comunidad matemática en la que pretendían integrarse.

El joven judío James J. Sylvester (1814-1897) cursó matemáticas en la Universidad de Cambridge, pero no pudo recibirse al rechazar el preceptivo juramento de fe anglicana, obligándose a malvivir, durante años, de las clases particulares y de un empleo mal pagado en una compañía aseguradora, período que aprovechó para fundar la matemática actuarial (cuyo objetivo es estimar los riesgos de las pólizas mediante herramientas estadísticas). Ya en la madurez, tras recibirse en la católica -pero más tolerante- Irlanda, Sylvester alcanzaría la fama como matemático por sus aportaciones a la teoría de matrices. Su camino se cruzó con el de la aún más joven Florence Nightingale cuando el padre de ésta lo contrató como profesor de su hija, a quien las costumbres de la Inglaterra victoriana impedían estudiar matemáticas en la universidad, como era su deseo.

No es casual que, diez años después de que Sylvester fundara la matemática actuarial, Nightingale hiciera lo propio con la epidemiología, merced a su innovador tratamiento estadístico de los datos clínicos en hospitales de campaña durante la Guerra de Crimea.

Los confinamientos de matemáticos mejor documentados corresponden a reclusiones, en prisiones o campos de concentración, provocadas por las guerras. Algunos de los confinamientos carcelarios más fructíferos -los protagonizados por Poncelet (preso tras la campaña de Napoleón en Rusia), Vietoris, Helly y Radó (durante la 1ª Guerra Mundial), Leray, Kerrich, y Weil (antes o durante la 2ª Guerra Mundial)- fueron descritos en el recomendable libro del matemático Reuben Hersh y de la psicóloga Vera John-Steiner «Matemáticas: Una historia de amor y odio» [Editorial Labor, 1989, pp. 99-102]. Las andanzas carcelarias del analista y geómetra francés André Weil (1906-1998) se me antojan particularmente ilustrativas.

El políglota Weil (lector de sánscrito desde la adolescencia) fue arrestado en Finlandia, en 1939, como sospechoso de espionaje por estar en posesión de manuscritos de Pontryagin escritos en ruso. Su colaborador local, Nevanlinna, no solo lo libró del pelotón de fusilamiento, sino que logró su expulsión tras poco más de un mes de reclusión. No tardó en ser arrestado nuevamente al ingresar en la Francia colaboracionista, por ser judío y hermano de una líder de la Resistencia: Simone Weil (no confundir con la casi homónima ministra francesa y presidenta del Parlamento Europeo Simone Veil). André pasó tres meses de 1940 en la cárcel de Rouen, como probable antesala de su deportación a un campo de exterminio en la Europa Oriental. Los importantes resultados sobre curvas algebraicas que allí obtuvo le impulsaron a escribir entusiasmado a su esposa Eveline, afirmando que «mis matemáticas van mejor de lo que esperaba, y estoy incluso un poco inquieto porque, si ya solo trabajo bien en la cárcel, ¿deberé ingeniármelas para pasar aquí 2 o 3 meses cada año?». Desde la cárcel comunicó sus brillantes resultados a varios colegas, entre ellos el poderoso Henri Cartan, quien le respondió, medio en broma medio en serio, «no todos tenemos la suerte de poder, como tú, trabajar sin ser molestados». Cansado de tentar a la suerte, Weil embarcó rumbo a América en cuanto fue puesto en libertad (quizás por intercesión de Cartan, de quien nos consta que había logrado, poco antes, la liberación del capitán de la aviación republicana y geómetra español Lluís Santaló).

Walter Vladimir Petryshin (1929-), por su parte, cursó sus estudios primarios de forma intermitente, a causa de la 2ª Guerra Mundial, en su Lvov natal (entonces soviética, ahora ucraniana) y los secundarios en Alemania. En 1950 emigró a los EEUU, donde se graduó por la Universidad de Columbia y fue, consecutivamente, profesor de análisis funcional en las Universidades de Nueva York, Chicago y Rutgers, donde se jubiló como catedrático en 1996. A lo largo de su vida profesional publicó más de 100 trabajos que han superado la respetable cantidad de las 1200 citas (según la llamada «máquina de la verdad» de los matemáticos, la base de datos MathSciNet) y es autor, junto con el gran Felix Browder, de un famoso artículo (citado más de 450 veces) sobre la construcción de puntos fijos para operadores en espacios de Hilbert. La última publicación de Petryshin data de 1997, a excepción de un libro sobre historia de las matemáticas publicado, en ucraniano, en 2004. Su vida transcurrió plácidamente hasta que descubrió, en 1965, que había omitido una hipótesis en uno de sus trabajos, error que le indujo a creer que había quedado deshonrado para siempre ante sus colegas. Al decir de su amigo Browder, «parece como si su perfeccionismo le hubiera conducido a la demencia». Presa de una profunda depresión, mató a martillazos a su querida esposa Olga y a otros dos familiares en 1966. Según el doctor Henri Baruk, del Psiquiátrico Saint Maurice donde fue ingresado, «durante 40 años se ha sentado cada mañana a una mesa en un pequeño corredor contiguo al cuarto que ocupa, tras ser considerado demente por el juez que lo juzgó por el asesinato de tres familiares. (€) No se mueve hasta la noche, salvo a la hora de la comida (€). Hacia las 18:15 vuelve a su cuarto, cena y se desliza en la cama (€). Contrariamente a otros enfermos, no pide recuperar la libertad. Su existencia normal es la que lleva aquí. No abandona sus estudios sino para mantener su correspondencia al día» (opus cit., pp. 137-139).

Por supuesto, el escapismo virtual no es privativo de los matemáticos, puesto que hay otras profesiones científicas (físicos teóricos, químicos físicos,€), humanísticas (lógicos, epistemólogos,€) y artísticas (escritores, músicos,€) que también requieren altas dosis de concentración. Ojalá los ejemplos de arriba sirvan como inspiración de los profesionales y estudiantes de estas materias ahora confinados a causa de la Covid-19. Y es que, como dice Rosalía, «el aislamiento, a veces, es positivo para el proceso creativo».

Nadie puede impedir estas evasiones virtuales del confinamiento, pero sí podrían -y deberían- hacerlo con algunas evasiones analógicas que resultan inexplicables, como las que observo mientras escribo estas líneas en el Puerto de Alicante, cuyas grúas siguen cargando y descargando sin cesar sólidos almacenados al aire libre. Será que la autoridad competente considera que contaminar la atmósfera con alérgenos es una actividad esencial para la ciudad.

(*) MIGUEL ÁNGEL GOBERNA ES CATEDRÁTICO DE ESTADÍSTICA E INVESTIGACIÓN OPERATIVA DE LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE.