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Toni Cabot

Postales del coronavirus

Toni Cabot

Del cólera al Covid-19, de Quijano a Mazón

Entre el análisis con acreditado tinte profético que el doctor Cavadas desgranó a finales de enero acerca del virus aparecido en China, se colaba a modo de recuerdo la constatable realidad que dicta la historia acerca de la aparición de epidemias que sobrevienen de tanto en tanto para diezmar la población. Una de ellas afectó especialmente a la provincia de Alicante entre agosto y septiembre de 1854. Ya ha llovido. En aquella ocasión, un brote de cólera surgido entre los muros de la capital se extendió al resto de la provincia y acabó con la vida de casi dos mil alicantinos durante un mes y medio. La infección se cebaba en las tripas y sus víctimas más vulnerables pasaban en cuestión de horas de los vómitos y diarreas a la muerte segura. El dato histórico refleja veinte mil infectados durante los primeros días de aquellos tiempos del cólera.

Hoy, 166 años después, el túnel del tiempo coloca a la especie frente al Covid-19, que hasta el momento ha provocado la muerte de trescientos alicantinos y ha infectado a cerca de tres mil más en poco más un mes. Tales cifras golpean y aterran, pero también hay que admitir que lo que sucedió a mediados del siglo XIX no fue moco de pavo.

Aquel mes de agosto de 1854, coincidiendo con el cólera, emergió la figura de Trinitario González de Quijano, un vasco de Guetaria que apareció por Alicante en calidad de gobernador civil.

Nada más pisar la ciudad y comprobar lo que se le venía encima, Trino Quijano (así pasó a ser conocido por la plebe) publicó un edicto que obligaba la apertura de todos los establecimientos públicos y tiendas de comestibles, advirtiendo con castigos y sanciones a todo aquel que se le ocurriera especular con artículos de primera necesidad. A la par, metido en harina, aceleró el paso y se reunió con los facultativos para activar un plan de emergencia médica mientras redactaba otro edicto obligando, día y noche, a elaborar horchata de arroz para alimentar al servicio público y a los enfermos.

Y hasta le sobraron arrestos para denunciar al obispo de la diócesis, Félix Herrero, tras acusarle de cobardía por haber huido de Alicante para esquivar el cólera junto con la mayoría de sus sacerdotes. Asimismo, una parte de la población también escapó a los pueblos y fincas de alrededor, lo que facilitó la expansión de la epidemia.

Algo así, metidos otra vez en la máquina del tiempo, es lo que hacen algunos estos días, enfilando con engaños hacia la segunda residencia para cambiar de espacio en Semana Santa sin reparar en el peligro que el desplazamiento entraña.

Pero vuelvo a Quijano. Para rematar la faena, el decidido gobernador ordenó despachar medicamentos gratis tras asegurar que el Gobierno se haría cargo de la factura, concedió ayudas económicas de tres reales diarios a las familias de pobreza extrema y otorgó exención del pago de tributos. Una fiera, permítanme que apostille.

Al hilo de esto último, la imagen de la exención de impuestos de Quijano me traslada, siglo y medio después, al sillón frente al televisor, justo en el instante en que Carlos Mazón se confesaba ante Susana Griso: «Verano fiscal para autónomos y pymes», anunciaba el miércoles el presidente de la Diputación, que en este 2020 no batalla solo ante el peligro como Quijano, pero tampoco está parado. De hecho, mantiene la energía con la que arrancó su mandato a base de medidas excepcionales enfocadas a repartir alivio en esta era del coronavirus (cancelación del recargo provincial del IAE, suspensión del pago voluntario de impuestos, créditos al 0% a los municipios?). Para muchos se antojará insuficiente dado lo que está cayendo, pero sea bienvenida toda piedra a esa pared que nos permita seguir en pie.

Regreso al XIX. Trino Quijano obtuvo el reconocimiento de la Corte durante esos días intensos. De hecho, el 5 de septiembre Isabel II le concedió la Gran Cruz de Isabel La Católica al conocer su labor en Alicante, pero eso no le despistó. Siguió al pie del cañón ordenando guardias de tres médicos y cuatro ayudantes en los bajos del Ayuntamiento entre las diez de la noche y las cinco de la madrugada.

El suplicio enfiló el final a mediados de ese mes de septiembre, 50 días después de llegar a Alicante. Quijano, exhausto y agotado por sus viajes recorriendo la provincia, enfermo de cólera, justo cuando ya remitían los síntomas entre la población. Al día siguiente, 15 de septiembre de 1854, fallece delirando entre graves sufrimientos, mientras suplica ayuda para subir a su caballo y acudir a Castalla, localidad que, sin personal sanitario, quedó atrapada por el cólera. «Sé que voy a morir, pero muero contento porque voy a ser yo el último de la procesión», balbuceó ya moribundo.

La historia de las grandes crisis, de ayer y de hoy, se repite de tanto en tanto. Y esa historia se escribe con nombres de héroes, anónimos y conocidos, de buenos gestores y decididos políticos. Tarde o temprano, quien lo merezca obtendrá reconocimiento. De momento, coincidirán conmigo, se puede afirmar sin titubeo que Trino Quijano los tenía bien puestos.

(*) Los restos de Trinitario González de Quijano reposan en un panteón que lleva su nombre en un emblemático parque de la ciudad junto a la Plaza de Toros de Alicante.

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