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¿Dónde está Europa?

La Unión Europea ha vuelto a jugar con fuego sobre los rescoldos de su historia

Mientras les escribo estas líneas, bien entrada la noche del martes 7 al miércoles 8 de abril, la Unión Europea ha vuelto a jugar con fuego sobre los rescoldos de su historia: bien atentos al monitor, los ministros de Economía y Finanzas de los Estados miembros, reunidos "virtual" e "informalmente" en el llamado Eurogrupo "en formato inclusivo" -es decir, los diecinueve países que componen la Eurozona con la participación de los otros ocho Estados miembros- han pasado más de diez horas discutiendo qué hacer con su futuro € y no han llegado a ningún puerto. No es nuevo, evidentemente, ya ha ocurrido muchas otras veces € Pero el lector debe ser consciente de que, de entre todas las batallas desatadas por la guerra que ha supuesto la aparición del COVID-19, ésta es sin duda una de las que más incidencia va a tener en nuestras vidas, sobre todo a medio y largo plazo. En la de todos los europeos.

Sorprendentemente, el proceso de construcción europea vuelve a incidir en los mismos errores. Está desaparecido, precisamente cuando más le necesitábamos. Y, entretanto, y en un peculiar ¡sálvese quien pueda!, cada Estado miembro va anunciando su particular paquete de medidas, más o menos ambicioso y más o menos realista, de la misma manera que ha venido desde el principio gestionando de manera completamente autónoma -y las más de las veces errática- la crisis sanitaria y el movimiento de las personas. ¿Dónde está Europa?

Es verdad que San José nos trajo un regalo el 19 de marzo: el Banco Central Europeo -que había comenzado días antes con mal pie al poner en duda su presidente el compromiso del Banco con la estabilidad de los países más afectados, lo que inmediatamente hundió los mercados- movió ficha el primero y anunció por sorpresa la aprobación de un plan de compra de 750.000 millones de euros para intentar bajar las primas de riesgo y para evitar que el virus fragmentara la eurozona. De momento aseguraba con ello a los estados financiación para sus anunciados planes de estímulo: recordemos que el español se cifra en 200.000 millones de euros. Pero es evidente que la política monetaria tiene sus límites y no puede suplir a las decisiones políticas. Es el momento de la Política, con mayúsculas.

A lo largo del mes de marzo y de la primera semana de abril hemos sido incrédulos testigos de un sonoro fiasco. El Consejo Europeo -la reunión de Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados miembros- reconoció el 26 de marzo que "La pandemia de COVID-19 constituye un desafío sin precedentes para Europa" pero fue incapaz siquiera de visualizar más que un profundo enfrentamiento norte-sur y acabó disparando salvas hacia adelante -como tantas otras veces- e invitando al Eurogrupo a "presentarle propuestas" en el plazo de dos semanas. Plazo que se supone no admite dilación.

El segundo capítulo de esta saga se ha abierto este martes 7 de abril a las 16 horas por videoconferencia y la caja de pandora se acaba de cerrar todavía con más división que cuando se abrió. Como de costumbre, las posiciones aparecían bien definidas antes de la partida. Por un lado, aquellos que -capitaneados por Alemania y su sabueso, los Países Bajos, y secundados por algunos de los países del norte y por Austria- proponían limitar la intervención a sacar del fondo del cajón los viejos recursos financieros ya testados en la crisis anterior, incluyendo el "rescate blando" del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Por otro, los que -comandados por los países a priori más afectados, alrededor de una decena- consideraban que la magnitud de la crisis es de tal calibre que necesariamente exige una respuesta mucho más contundente en forma de emisión masiva y conjunta de deuda pública, conocida como "deuda pública mutualizada", "eurobonos" o "coronabonos". En una posición más pragmática, Francia sugería la creación de un "fondo de solidaridad" que podría financiarse con una única emisión generosa de coronabonos que podría alcanzar entre el 2 %y el 3% del PIB europeo.

Con vistas a intentar orientar la discusión, la presidencia del Eurogrupo puso sobre la mesa lo que en el argot de Bruselas se conoce como un "plan de mínimos" a corto plazo que permita lanzar la discusión sobre el plan de reconstrucción ad calendas a largo plazo. Por una parte, acordar ahora un "paquete" de medidas urgentes incluyendo a) el "rescate blando" del MEDE de 200.00 euros cuyas condiciones habrá que negociar, b) una línea de préstamos del Banco Europeo de Inversiones por un valor aproximado de otros 200.000 millones de euros todavía por definir y c) el plan de apoyo al empleo (SURE) propuesto por la Comisión Europea para financiar ERTEs y a autónomos, que podría ascender a otros 100.000 euros. Por otra, se abriría una reflexión sobre el plan de reconstrucción a medio y largo plazo, lo que permitiría visualizar todo un conjunto de medidas que incluyan la revisión ¿a la alza? del presupuesto de la Unión, un presupuesto que apenas supera el 1% del PIB de los Estados miembros.

Una buena noticia parecía abrirse poco a poco: la percepción de que el paquete de medidas de inversión iba a ser, en palabras de Mário Centeno, Presidente del Eurogrupo, el "más ambicioso y grande jamás propuesto", y de que debería venir acompañado tanto de un plan integral de reactivación que el Consejo Europeo se limitó a mencionar en passant el 26 de marzo cuanto de un "plan de salida del confinamiento" coordinado desde Bruselas y no dejado al albedrío de los Estados miembros.

Pero nada más lejos de la realidad. Los miembros del Eurogrupo han apagado los monitores en sus respectivos Estados más allá de la medianoche sin haberle dedicado un minuto a la estrategia a largo plazo -fueren "coronabonos", "fondo de solidaridad" o "plan integral de recuperación"- y todavía más divididos que antes sobre las medidas a corto plazo: respecto al "rescate" del MEDE, porque las posiciones siguen igual de lejos respecto a sus condiciones más o menos lights; respecto al SURE propuesto por la Comisión Europea, porque hay Estados que temen que se convierta en un seguro europeo de desempleo de incalculables proporciones. En fin, Italia se niega -y no le faltan argumentos- a acordar un parche sin haber decidido antes cómo se va a reparar definitivamente la rueda.

Lo que está en juego es un enorme desafío: si no se acuerdan medidas urgentes que al menos pongan una venda en la herida el riesgo de que se genere en algunos Estados un conflicto social de inimaginables proporciones es ciertamente elevado; y si no se abre al tiempo rápidamente un proceso de negociación con una agenda y un calendario claros y con el loable -aunque probablemente ingenuo- propósito de conseguir algún día, en palabras eufemísticas del Consejo Europeo, "volver a un funcionamiento normal de nuestras sociedades y economías y al crecimiento sostenible" (sic), la Unión Europea habrá firmado probablemente su sentencia de muerte. A día de hoy, ni una cosa ni la otra.

La percepción que va a trascender a la opinión pública es que, otra vez, nos encontramos ante un paquidermo atrapado en sus propias y tupidas redes, incapaz de reaccionar con la mínima agilidad que exige la envergadura del reto que en estos momentos tiene por delante. En circunstancias normales, el mensaje podría ser calificado como lamentable. Pero cuando se produce en un entorno en el que cientos de millones de ciudadanos europeos se encuentran no solo confinados en sus casas desde hace semanas sino -y sobre todo- desorientados ante la súbita aparición de una maldición bíblica que castiga a tirios y a troyanos, el titular resulta pavoroso: Europa no existe.

Les confieso mi dolor al transcribir este epitafio. El que les cuenta este drama ha consagrado cuarenta años de su vida a proclamar que la construcción europea es, sin duda alguna, el proyecto más noble y ambicioso jamás emprendido por los seres humanos: poner a caminar juntos a los que desde siempre han caminado enfrentados, consagrar a través de la rule of law una sociedad regida por el Derecho a partir de unos valores comunes reflejados en una Carta de Derechos Fundamentales € en definitiva, cambiar las espadas (swords) por las palabras (words). Y sigue profundamente convencido de que este proyecto común vale la pena y hay que pelear por él.

¿Qué ha ocurrido, entonces? Con independencia de la decepción por las conclusiones de la reunión del Eurogrupo, dos apreciaciones saltan a la vista. Por una parte, que una organización "supranacional" que adopta sus decisiones más relevantes por "consenso" resulta quizás manejable si estos se cuentan con los dedos de la mano pero es absolutamente ingobernable si se necesitan casi seis manos para contarlos. Y el Consejo Europeo no legisla sino que adopta "declaraciones" por consenso, es decir, en un marco donde uno solo de sus miembros puede vetar la adopción del acuerdo-

Por otra, que olvidamos con frecuencia que los mecanismos de adopción de decisiones de la Unión Europea giran en torno a una piedra angular: el tiempo. Resolver un conflicto por la fuerza (sword) es sencillo: el más poderoso se impone e impone su criterio. Tema zanjado. Resolver un conflicto a través del diálogo (word) y la negociación es mucho más complejo, mucho más miserable € y mucho más grandioso. La cuestión es si ahora tenemos ese tiempo € o si es prioritario conseguir que las economías de los países más afectados puedan ser estabilizadas con la mayor agilidad posible y, a la vez, que los ciudadanos perciban que forman parte de un proyecto colectivo ilusionante donde sus gobernantes han sido capaces de acordar rápidamente un Plan Marshall capaz de conducirles a un desarrollo que les permita competir -no olvidemos la perspectiva más amplia- con China y con Estados Unidos en la sociedad cognitiva de la cuarta revolución industrial que va a cambiar -¡otra vez! radicalmente nuestro modus vivendi €.

Estoy convencido de que solo un profundo espíritu de solidaridad y una decidida altura de miras de nuestros políticos permitirá ofrecer una respuesta al alcance del desafío que plantea una crisis que, a diferencia de la anterior, no es susceptible de orientarse a partir de la dialéctica entre culpables e inocentes. Como bien anunciara ayer mismo el presidente del Eurogrupo. "Todos sabemos que no es el momento para las políticas de siempre". Parece, pues, harto complejo intentar generar nuevas políticas sin salirse ni un ápice de las estrictas reglas de juego y de los vicios de las políticas antiguas. Efectivamente, no es el momento para las políticas de siempre.

Y aquí radica el núcleo del problema: hay que cambiar de una vez por todas el procedimiento de adopción de decisiones. Por una parte, trasladarlo a verdaderas instituciones de la Unión Europea -el Consejo Europeo no es una verdadera institución aunque lo sea formalmente- que puedan trabajar con mayorías y no con consensos. Por otra, agilizar los procesos y ser capaces de reaccionar con rapidez. En el fondo, lo que estamos viviendo no es sino un botón de muestra. Estamos todavía muy lejos de digerir que las crisis ya no son cíclicas sino sistémicas -volverán los coronavirus y tendremos que aprender a vivir con ellos- y que el cambio ya no es lineal (2-4-6-8-10) sino exponencial (2-4-8-16-32-64). Pretendemos seguir viviendo como si nada hubiera pasado. Y así nos va.

(*) Manuel Desantes Real es Catedrático de Derecho internacional privado, Universidad de Alicante

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