Filósofos y economistas tratan estos días de imaginar cómo debe ser el mundo cuando finalice la pandemia sanitaria. Las recetas son diversas. La mayoría de ellos se limitan a aplicar a la nueva realidad las soluciones que propugnaban antes de la hecatombe. Es una reacción tan lógica como equivocada. Slavoj ?i?ek se ha apresurado a pronosticar la muerte del capitalismo a lo Kill Bill que traerá, ya lo aventuraba antes, un nuevo advenimiento del comunismo. Una de las voces más respetadas en los últimos años, el coreano Byung-Chul Han, ha puesto el acento en las diferencias en la gestión política de la pandemia y muy especialmente en la fascinación occidental por el mandarinato chino, y asiático en general, que ha legitimado el confinamiento general por decreto o la suspensión de la protección del secreto de las comunicaciones de los ciudadanos. Yuval Noah Harari nos ha lanzado una sabia advertencia: el mundo de después del coronavirus se está decidiendo durante la crisis, con decretos y medidas de urgencia que pasarán, casi de manera automática, a ser definitivos. Hay que prestar, pues, la máxima atención.

La filosofía nos enriquece el debate moral en tiempos de máxima incertidumbre. Y de los valores -prioridades- de la moral nace la ética con la que guiamos nuestro comportamiento que inspira las leyes de las que nos dotamos. Y el derecho, como le gustaba decir al catedrático de la UAB Víctor Reina, no hace sino regular los negocios. De manera que el otro epicentro del debate sobre el mundo después del coronavirus es el económico. A un lado están los partidarios de las soluciones convencionales a gran escala porque consideran que tenemos los problemas de siempre, pero de dimensión jamás conocida. Son los que aplauden el bazuka de liquidez monetaria que ha lanzado el Banco Central Europeo (BCE) con la anuencia de la Comisión Europea. Se trata de aplicar en el 2020 lo que se hizo tarde y mal después de la caída de Lehman Brothers en el 2008.

A pesar de ser medidas bienintencionadas, hay que plantearse si lo que se hace es poner vino viejo en odres nuevos que, según el Evangelio, no hace otra cosa que pudrirlos. La crisis económica derivada de la pandemia del Covid-19 no es de solvencia ni de liquidez. No se trata de créditos hipotecarios amenazados de impagos derivados de la insolvencia de los titulares de la deuda. Estamos ante una caída simultánea de la oferta y de la demanda, inédita incluso en situaciones de guerra. Porque el problema son los invendidos y el consiguiente parón de la producción y en el comercio a escala planetaria.

La riqueza monetaria y la riqueza real

La economía globalizada y financiera se basa en una ampliación exponencial del capital circulante gestionado de manera que su apunte contable incrementa logarítmicamente la riqueza monetaria y la aleja cada vez más de la riqueza real. Para que se entienda. Una inversión de un millón de euros se transforma, gracias al crédito, en tres millones de euros porque los activos se apuntan contablemente en tres asientos: el del accionista, el del banco y el de la empresa. Los tres van contra la futura producción y las futuras ventas del negocio. Cuando la cadena se para, la cuestión no es quién carga con el impagado sino quién se apodera de la riqueza real. Pero ahora no pasa solo con los pisos y los créditos hipotecarios como en el 2008, sino en el conjunto de la actividad económica. Cuando esa rotación se rompe, hay codazos para acaparar la riqueza real y endosar a un tercero la riqueza que era solo financiera o contable. El reto es enorme porque nadie sabe dónde estará la riqueza real cuando acabe la pandemia. ¿Volveremos a comprar coches, pisos o viajes como lo hacíamos antes?

Lo inédito de la situación hace que tengamos que atender a los economistas que no están pensando desde la ortodoxia porque como dijo Albert Einstein: «No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo, la crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos, la creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura, quien supera la crisis, se supera a sí mismo sin quedar superado». Hay, como mínimo, tres recetas económicas que exploran estos territorios ignotos: Mario Draghi, antaño jefe de la ortodoxia, propone nada más y nada menos que un reset de la deuda, una condonación a gran escala. Lo que no se quiso hacer con Grecia. El catedrático Jordi Galí propone recuperar una fórmula que hasta hoy era un ejercicio meramente académico y que se conoce como dinero helicóptero. Y el economista, y exdiputado de Ciudadanos, Toni Roldán se inclina por una renta básica universal para la pandemia. La solución no será fácil, pero llegará desde la heterodoxia, no lo duden.