-Buenos y aislados días, amigo mío.

-¿También están haciendo ustedes cuarentena aquí arriba?

-En realidad no es necesaria. Pero por solidaridad con los de allá abajo hemos decidido encerrarnos hasta que todo esto pase.

-Me parece sensato. Cuando yo fui Primer Ministro los sacrificios estaban a la orden del día.

-Sí. Recuerdo aquello de «sangre, sudor y lágrimas», don Winston.

-Eran otros tiempos, realmente. La Segunda Gran Guerra.

-Así fue. Pero la crisis actual del coronavirus es, en opinión de muchos expertos, la mayor desde el año 45.

-Bueno, no sé si tanto. Lo que sí sé es que está poniendo a prueba a las sociedades avanzadas. Y lo cierto es que se pueden extraer ya ciertas conclusiones.

-Me gustaría mucho conocer su opinión.

-Verás usted, don Floren. En primer lugar, se está demostrando cuales son los verdaderos pilares de la sociedad. Y los ciudadanos están percibiendo que es la gente sencilla la que garantiza su vida: los sanitarios, los policías, los militares, los repartidores, los dependientes de supermercados, los bomberos, los limpiadores, los?

-Sí. En ese aspecto hemos ganado perspectiva de lo realmente importante. Y se han desinflado esas burbujas absurdas de fenómenos sociales esperpénticos.

-Así es. Toda esa estirpe de youtubers, influencers, deportistas de élites y famosillos varios ha quedado reducida a lo que realmente es. Y no me quiero extender que luego me entra el ataque de gota y paso muy mala noche. Pero no puedo evitar hablar de algo realmente necesario: los liderazgos.

-Ay, ay, ay? que le veo venir míster Churchill.

-Mire usted, don Florentino. A mí siempre me ha preocupado el asunto del liderazgo. Quizá porque me tocó ejercerlo en los peores momentos. Peo es precisamente en ellos cuando un líder se retrata.

-Eso es cierto. Pero me temo que lo que hay ahí abajo, en la Tierra, ahora mismo...

-Bueno, amigo mío. Hay de todo. Ha habido dirigentes que han sabido anticiparse al fenómeno y tomar medidas sensatas de prevención y contención de daños. Pero hay otros que su conducta les retrata, y resulta inexplicable que puedan dirigir siquiera a una comunidad de vecinos.

-Se está usted refiriendo a?

-Me estoy refiriendo a personas que gobiernan a casi mil millones de personas. ¿Sabe usted lo que ha ido diciendo el presunto -y presuntuoso- líder del mundo libre, el ínclito Donald Trump, de los Trump de toda la vida?

-No lo quiero ni pensar?

-Pues aseguró a los americanos que «volverían al trabajo por Pascua» e intentó convencer a Wall Street que la normalidad en los negocios no estaba lejos: «business as usual». Y en Estados Unidos, querido amigo, no hay prácticamente red de Seguridad Social y el sistema público de salud es precario, en fase de desmantelamiento por el ínclito Trump. Por tanto, es de esperar que la pesadilla que aguarda a millones de personas sea de desdichada antología.

-Es muy lamentable.

-Pero aún hay cosas peores? o más peregrinas. En Filipinas, el Presidente ha amenazado a los ciudadanos que se salten el confinamiento con disparos de la policía, «a matar». El señor Bolsonaro, a la sazón presidente de Brasil, asegura que los brasileiros son resistentes a esa gripecita y que se pueden meter en charcos de barro infectado sin temor.

-Mare de Deu, Señor.

-Pues el presidente de Bielorrusia, un tal Alexander Lukashenko, no ha tomado medida alguna contra la pandemia salvo recomendar a sus ciudadanos practicar hockey sobre hielo, beber vodka y trabajar en las granjas del país. Dice este genio que «No hay virus en el hielo. Esto es un refrigerador. Vivo la misma vida que he vivido. Nos reunimos, nos damos la mano, nos abrazamos y nos golpeamos».

-¡Extraordinario!

-Eso sería lo deseable, amigo mío. Que esto fuera lo extraordinario. Pero me temo que estas actitudes, y no solo en el tema de la pandemia de coronavirus, sean más frecuentes de lo que deberían entre los dirigentes del Mundo. Y por eso no puedo dejar de pensar: ¿Es esto lo que se merecen los ciudadanos del siglo XXI?