Llevo confinada en casa desde el sábado 14 de marzo, como la inmensa mayoría de ciudadanos de este país. Intento llevar esta situación lo mejor posible. Me entretengo cocinando, cosiendo mascarillas, llamando a mis familiares, a mis amigos... Los que me conocéis y me seguís en redes sociales veréis mi foto diaria desayunando en el balcón. Ese es uno de los momentos más agradables del día y a la vez más tristes. Desde esa pequeña terraza he visto cómo se iba apagando poco a poco la vida de mi pueblo, Mutxamel. Las calles, por las que tanto me gusta pasear, están desiertas. Aquí enjaulada, veo la persiana bajada de la peluquería, la puerta cerrada del bar, el escaparate oculto tras un toldo... oigo el silencio de un pueblo disciplinado, que lucha -como el resto de este país- por superar una de las crisis sanitarias más grandes de la historia reciente. Ese silencio se rompe cada día a las 20.00 h. Es el momento del agradecimiento a los colectivos que están en primera línea de esta guerra. Me emociona y me hace tener esperanza en nuestra sociedad. Siempre la he tenido y siempre he intentado estar a la altura, aunque las circunstancias fueran difíciles, que lo fueron. Solo tengo que recordar mi última etapa al frente de la Alcaldía. Por eso ando estos días, un tanto perpleja, ante la negativa de la gran mayoría de alcaldes, por no decir la totalidad de ellos, que se muestran contrarios a que el dinero que los Ayuntamientos han ahorrado durante los últimos años sea gestionado por el Estado o las comunidades autónomas -instituciones clave en esta crisis, al tener en sus manos las competencias sobre Sanidad y Servicios Sociales-. No sé si estos días de confinamiento les han hecho alejarse de la realidad más inmediata, esa que yo veo desde mi pequeña atalaya. Es uno de los riesgos que conlleva el cargo. Rodeados de asesores, de funcionarios, de técnicos, de informes, de números, de presupuestos... pueden tener la tentación de encerrarse en un mundo irreal o de creer que ese dinero tiene nombre y apellidos e incluso un destino ya fijado, en forma de proyecto u obra para el municipio, que los hará a ellos más grandes, más recordados. Alejen esa tentación. Cualquier sueño similar que tuvieran antes de esta crisis debe quedar apartado. Habrá tiempo de sobra. La hucha de ese fondo local volverá a llenarse. Pero sin ciudadanos no hay ciudad y sin ciudad no hay proyecto que valga la pena. ¿Qué reforma, reparación o renovación no puede esperar? Sin embargo... ¿Pueden esperar las personas? ¿Puede esperar la peluquera, el hostelero, el trabajador de la construcción, la camarera, el repartidor, los sanitarios, que están ahora mismo luchando y salvando vidas...? ¿Cuánto pueden esperar? Pido a los que tienen la responsabilidad de dirigir nuestros municipios, los grandes, los pequeños, los medianos, que tengan altura de miras, que muestren solidaridad, y que antepongan las necesidades más inmediatas de las personas a cualquier otra circunstancia. No piensen, ni por un momento, que no comprendo las razones que esgrimen para oponerse a que ese fondo pase a ser administrado por otras instituciones. Pero ceder la gestión de ese capital no supone una pérdida, es un gesto de lealtad hacia el conjunto de la sociedad. Demuestren esa grandeza.