Se ha dicho que la ausencia de una política clara de la Unión Europea en la crisis surgida en 2008 dirigida a disminuir los graves efectos económicos que surgieron tras la caída en EEUU de Lehman Brothers y que repercutieron en mayor medida sobre las clases medias y las más desfavorecidas, trajo como principal efecto que buena parte de los ciudadanos de los países que la forman se sintieron profundamente desencantados de la idea en que se basa la Unión Europea, es decir, la de formar parte de un grupo que partiendo de unos conceptos básicos relativos a la democracia, economía y cultura que vieron la luz después de la Segunda Guerra Mundial pretendieron dar los pasos hacia una verdadera unión de países que velara por el bienestar de los habitantes de Europa. A este proyecto se fueron uniendo poco a poco casi todos los países al oeste de Ucrania, un proyecto que se basaba en la solidaridad entre Estados y que suponía que los países más ricos ayudaban a los más pobres con los fondos de cohesión y otras medidas y al mismo tiempo, y gracias a un mejor nivel de renta, estos países se convertían en compradores de los productos de aquellos que más aportaban a las arcas comunitarias.

Esta idea se rompió, como he dicho, con la inactividad de la Unión Europea en la crisis de 2008. No solo no se apostó de una manera clara por el bienestar de aquellos que habían visto desaparecidos sus ahorros porque bancos sin ningún control hicieron lo que les vino en gana con ellos sino que al mismo tiempo se profundizó en la vieja receta liberal de que ante cualquier desaceleración de la economía debían hacerse recortes en las prestaciones sociales, precarizar los contratos de trabajo y aumentar la edad de jubilación. En ningún momento se habló de crear un nuevo impuesto para bancos rescatados o terminar con los paraísos fiscales.

Llevo alrededor de treinta y cinco años viendo telediarios y leyendo periódicos a diario y desde siempre he escuchado, cada cierto tiempo, a algún alto representante de la Unión Europea pedir a los Estados miembros que aprueben recortes sociales y endurezcan los requisitos para acceder a la prestación por desempleo o por jubilación. Cuando el Gobierno de algún país ha preguntado si ya era suficiente, la Unión Europea siempre ha respondido que estaban en el camino correcto sin que dejara vislumbrar el momento a partir del cual los recortes en prestaciones sociales debían darse por terminados.

A todo esto hay que sumar la tradicional desconfianza y desdén con que los países del norte han tratado a los países del sur, a los que en ocasiones han señalado de despilfarradores y con tendencia a la molicie. Las recientes declaraciones del ministro de Finanzas de los Países Bajos oponiéndose a la aprobación y puesta en marcha de los llamados coronabonos, es decir, a la emisión de deuda pública con respaldo europeo y no individual de cada Estado como modo de ayudar a los países más castigados por esta crisis, así como el hecho de echar en cara una supuesta negligencia a la hora de tratar sus finanzas a países como Italia y España demuestran que la interiorización de una verdadera unión de países en todos los sentidos no se ha conseguido. La duda que se plantea por tanto es si después de 60 años la Unión Europea tiene futuro como en un principio se planteó o si como consecuencia de las continuas tensiones a que se ha visto sometida terminará por convertirse en un acuerdo minoritario de índole económico.

Olvida el ministro de los Países Bajos que una de las razones por las que España ha entrado en grandes dificultades económicas ha sido por el cierre de fronteras para no expandir a otros países el virus Covid-19 ya fuese por exportación de infectados o porque extranjeros viniesen a España. Si el Gobierno de Pedro Sánchez no hubiese tomado esta medida, en el resto de países europeos el número de infectados y fallecidos sería mucho mayor.

Con esta crisis sanitaria, de una virulencia inesperada y que a todos nos ha sorprendido, la Unión Europea tiene la oportunidad de recuperar el prestigio y confianza que perdió en la crisis económica de 2008. La inacción de aquel entonces supuso la aparición de movimientos antieuropeos y ultranacionalistas en casi todos los Estados miembros así como de nuevas formaciones políticas cuyo caladero de votos ha ido creciendo a medida que aumentaban las mentiras y noticias falsas sobre el funcionamiento de la Unión Europea.

Basta recordar que en la crisis financiera de 2008 la Unión Europea rescató a varios bancos del Reino Unido por un importe total mayor que toda la deuda griega que motivó la intervención del país heleno. Sin embargo, la llamada Troika no dudó en provocar el sufrimiento del pueblo griego condenándoles a unos durísimos ajustes económicos y sociales para resolver un agujero en las finanzas griegas motivadas por las políticas neoliberales de gobiernos griegos que mintieron y tergiversaron su déficit público con ayuda de la agencia Goldman Sachs.