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El estoicismo sueco ya tiene detractores

El eco de Suecia en los medios británicos: un país imperturbable frente al virus insiste en descartar el encierro

La estrategia fallida de la “inmunidad del rebaño”, que dividió al país entre partidarios y detractores, todavía suscita interés en el Reino Unido, y los periódicos se ocupan de ello. Suecia es un caso aparte del coronavirus. La imagen de calma surrealista contrasta en sus calles con las de Italia y España, las ciudades desiertas, los hospitales desbordados y los camiones del ejército transportando muertos. En el país nórdico, que no ha decidido implantar un cierre al contrario que el resto de sus vecinos, Dinamarca y Noruega, las parejas pasean del brazo bajo el sol madrugador de la primavera, las terrazas de los bares hacen negocio, en la playa y los parques se organizan picnics y las pistas de patinaje siguen estando frecuentadas. Nadie lleva una mascarilla, cuenta el corresponsal Derek Robertson desde Malmoe para el periódico británico “The Guardian”. Los contagios, sin embargo, crecen. El lunes pasado las cifras oficiales ascendían a 3.700 casos y 110 muertes. “La pandemia global -cuenta Robertson- ha bloqueado las economías de Europa y confinado a millones de personas en sus casas. Pero aquí, las escuelas, gimnasios y tiendas, totalmente abastecidas, permanecen abiertas, igual que las fronteras. Los bares y restaurantes continúan sirviendo y los trenes y autobuses aún transportan a personas de un lugar a otro del país”. ¿Qué está pasando entonces? El Gobierno sueco aconsejó tomar ciertas precauciones que han ido aumentando de forma gradual: las reuniones permitidas hasta hace una semana de 500 personas no pueden superar ya las 50; evitar el contacto social, si se tienen más de 70 años o se está enfermo; teletrabajo si cabe la posibilidad; únicamente servicio de mesa en los bares y restaurantes; comportarse como adultos, y no difundir rumores que provoquen el pánico. Pero esto último no parece fácil y la comunidad científica ha empezado a experimentarlo, cuenta “The Guardian”, a través de una petición firmada por más de 2.000 médicos, especialistas y profesores, entre las que se incluye la del presidente de la Fundación Nobel, pidiendo al Gobierno medidas estrictas para controlar el virus: más pruebas de detección, rastreo de la enfermedad y aislamiento. La profesora Cecilia Söderberg-Naucler, investigadora de Inmunología del Instituto Karolinska, dijo: “Nos están llevando a la catástrofe”. Para ella la situación podría volverse irreversible puesto que nadie quiere oír hablar de los datos científicos que les presentan mientras persiste una confianza ciega en la Agencia de Salud Pública. La percepción de Södeberg, según transmite el periódico británico, es totalmente pesimista y muy dura: “Piensan que no pueden detener el virus, por lo que han decidido dejar morir a la gente”. El Gobierno, mientras tanto, sigue en sus trece, imperturbable. Prefiere refugiarse en el estoicismo y huir del término “inmunidad colectiva”, que llevó al premier británico Boris Johnson a liderar una estrategia fallida de la pandemia. Cree que no hay que ponerse nerviosos y que la histeria es más peligrosa que el propio virus. Anders Tegnell, epidemiólogo jefe de Suecia y el hombre que maneja la situación, defiende una estrategia mitigadora: permitir que el virus se propague lentamente sin abrumar al sistema de salud ni recurrir a restricciones draconianas. Dice que el aumento de contagios seguirá produciéndose pero que no es todavía traumático. Aunque los casos se duplican, cree que ya se están tomando las medidas oportunas, al menos todas las que se pueden tomar en este momento. Actuar como han hecho Finlandia, Noruega o Dinamarca, supone para el Gobierno sueco, agotar el sistema: mantener un encierro durante meses es imposible. Una profesora de Comunicación de la Universidad de Gotemburgo, Orla Vigsö ha contado a “The Guardian” que los suecos comienzan a enfrentarse al dilema de si el resto del mundo es realmente tan estúpido y paranoico, o si en Suecia lo están haciendo mal. Richard Horton, también en el “Guardian”, se pregunta por qué Gran Bretaña no actuó a tiempo cuando los científicos habían estado haciendo sonar la señal de alarma del coronavirus durante meses. China advirtió en enero de la rapidez de los contagios y enseguida se propagaron a Italia, sin embargo el Gobierno británico permaneció parado ocho semanas. Luego adoptó la estrategia de la “inmunidad colectiva”. Los científicos, que asesoran a los ministros, parecían creer que el nuevo virus podría tratarse de manera muy similar a la gripe. Graham Medley, uno de los asesores científicos del Gobierno, fue explícito. Horton recuerda cuando en una entrevista en Newsnight, el programa de noticias de la BBC, explicó que permitir una epidemia controlada de gran número de personas, entre los menos vulnerables, generaría inmunidad y que la única forma de desarrollarla, en ausencia de una vacuna, era que la mayoría de la población se infectase. Tras semanas de inacción, Downing Street anunció su volantazo poniendo como excusa los informes del Imperial College de Londres. Horton explica que no cambió de voluntad la ciencia, sino un Gobierno mal asesorado.

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