Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Toni Cabot

Postales del coronavirus

Toni Cabot

A solas con el (oficioso) virus

Mi amigo Jaime ha sido atrapado por el coronavirus. Mejor dicho, cree haber contraído la enfermedad puesto que, tras veinte días confinado entre los confinados que conviven con él, sigue esperando a que le sometan a la prueba que confirme que acertó con el doble confinamiento. También es cierto que, más que creer, digamos que está convencido de haber caído en la jaula del Covid-19 atendiendo a los síntomas que ha presentado durante las últimas tres semanas: fiebre, insuficiencia respiratoria, mucosidad, pérdida del sentido del gusto, tos seca... En suma, Jaime tiene todas las papeletas que reparte esta rifa para recoger el «premio». Conversé con él el pasado martes por la tarde. Era la primera vez que mantenía un diálogo con un afectado por la enfermedad (yo doy por hecho que la padece puesto que durante los quince minutos que duró la conversación constaté el sonido de esa tos delatora en intervalos de diez segundos). Desde que sintió en su cuerpo los primeros síntomas, buscó auxilio en vano llamando al 112, al Centro de Salud, a todo contacto que oliera a sanitario, pero no hubo forma. Finalmente le devolvieron la llamada desde algún lugar. Al otro lado del teléfono, una operadora dio un breve rodeo antes de fijar el tiro y preguntarle si se estaba muriendo. Al responder que no atravesaba su mejor momento, pero que todavía no se veía con aspecto de cadáver y se reconocía frente al espejo, la operadora se despidió sin consejo, sugerencia, alternativa o solución, pero sí con advertencia: «No vuelva a llamar al 112».

Como hasta aquí no les he hablado de Jaime, les aclaro que mi amigo es un tipo de complexión atlética, deportista, simpático y educado. Doy por seguro que las dos primeras cualidades le han ayudado a soportar la enfermedad; asimismo, apostaría una mano a que las otras dos evitaron que no enviara a su interlocutora a un indecoroso lugar antes de colgar el teléfono. Hay reacciones que solo están al alcance de gente con muchísima paz interior.

Dado el resultado de la gestión, Jaime dio por hecho su pertenencia a ese grupo de pacientes con sospechas de padecer el Covid-19 que quedan excluidos del esfuerzo terapéutico para que el sistema no se colapse. Qué se le va a hacer. No quedaba otro remedio que asumir el etiquetado con resignación, pero seguramente habría agradecido que el mensaje trasladado desde fuera hubiera llegado revestido, al menos, con una pizca de calor humano.

No fue ese el caso, así que mi amigo, que tiene asumido que el extraño visitante reside en su interior, optó, acto seguido, por llamar a un familiar médico y ponerse en sus manos a través del móvil, acatando a diario sus consejos y directrices. Desde ese momento, su guía le va sugiriendo alguna medicación al tiempo que le insta a ir con cautela, sin prisas, a esperar que esos test masivos que anuncian lleguen de una puñetera vez, dictaminen un doble negativo y, tras ello, comenzar a sumar quince días más de aislamiento. A modo de respuesta, Jaime garantiza que no tiene ningún problema en seguir aislado lo que haga falta, pero no oculta que lo que le produce verdadero pavor es volver a llamar por teléfono a la operadora para preguntar si han llegado los test.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats