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Mercedes Gallego

Opinión

Mercedes Gallego

Sin puertas al campo

El último viaje de mi padre ha discurrido en la más absoluta soledad dentro de un saco de plástico rociado con lejía mientras el cielo no paraba de llorar con ganas. Él, que como buen agricultor revivía cada vez que oía llover, no ha podido elegir mejor modo de despedirse de la tierra que tanto amaba y de la que, con solo su esfuerzo, fue capaz de sacar adelante a una familia numerosa en tiempos nada fáciles. Que no es moco de pavo. Por eso, aunque supongo que ya lo habrán intuido, les adelanto que quien iba en esa saca blanca no era él, era su cuerpo. Porque si había algo que a mi padre no le gustaba eran los espacios cerrados. El campo era su vida y de todos es sabido que no se le pueden poner puertas. Y él además, no quería.

Así, entre liños de olivas a las que criaba como si fueran sus hijos, en medio de viñedos que sentía como carne de su carne o caminando por campos de cereal en los que se movía como pez en el agua, mi padre fue feliz. Un apego que conecta directamente con las raíces y que él nos supo transmitir por la vía de los hechos consumados: a fuerza de ayudar en las recolecciones (la economía familiar requería el hombro de todos), los cuatro hermanos nos acabamos contagiando del afecto que él sentía por esos surcos a los que se dedicó en cuerpo y alma. Aunque nos quejáramos de la dureza del trabajo. Pero el objetivo lo logró. Listo era. Y un poco osado, también. No se explica de otro modo que nos enseñara a manejar el tractor cuando casi no alcanzábamos a pisar el embrague y tuviéramos que valernos de un trozo de madera para poder hacerlo. Un gesto que con el tiempo he llegado a la conclusión de que tuvo más de rompedor que de temerario. No en vano tres de sus cuatro hijos somos mujeres y así dejó clara su postura sobre la igualdad. ¡Un hombre de campo y en aquellos años!

Pero si hay algo que, por encima de todo, define a mi padre es su humanidad. Una bondad que, por citarles un ejemplo, hizo que no denunciara el robo de una cosecha ante la seguridad de que quien se la había llevado la necesitaría más que nosotros. ¿Ven por qué no debía haberse marchado?

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