Cuando le pregunté a uno de los componentes de un tridente mágico de historiadores qué tal iba eso, soltó: «En espera de que el míster me llame a rematar el córner. Me tengo que inventar el fútbol porque, sin él, los fines de semana se hacen eternos». El buen especialista que es no pudo evitar dar una visión pelín sesgada de lo que acontece. Todo el mundo sabe que también hay partidos entre semana.

Como futbolero de pro arrastro una desventaja con respecto a él: arranqué profesionalmente en el entorno de los entrenamientos diarios, partidillos del jueves, listas de convocados, manías del técnico y caprichos directivos, todo ello a merced de la gran sensatez que suele acumular un plantel y el siguiente, razón última de mi devoción por los jugadores... de baloncesto, claro. De ahí que haya seguido expectante la evolución de Alfonso Reyes al toparme en su momento con este mensaje desde el hospital: «Noveno día de lucha. Apenas he dormido, estoy exhausto. He tenido toda la noche al "perro negro" vagando por mi cabeza». Desde entonces no pude despegarme de su cuenta en la que, cada ná y menos, traslada sus sensaciones, estado de ánimo y angustia fajándose con el enemigo como hacía debajo de la canasta contra los bicharracos aquellos desarrollados tras el Telón de Acero, él que deambulaba por la zona en el preámbulo de las quintas que habrían de dar el estirón para ponernos a la altura de los inventores del juego. Pero no hace falta ser Pedro Ferrándiz para saber que fue la ardua tarea del Sancho de calzón ajustado que llevábamos dentro la que abrió el camino para transformarse en gigantes.

A día de hoy, este expívot, de familia de baloncestistas, sigue acudiendo a su ventana para dar gracias, calor, consuelo e incluso ajustar cuentas tras zamparse unos filetes y un par de huevos luminosos en la bandeja que lo esperaba al regreso a casa, dispuesto como dice en su décimo noveno día de pelea a acabar con los últimos restos de la sabandija que anda suelta. Ojalá que sea pronto y... vuelva el fútbol.