Seguimos repartiendo a diario merecidos aplausos. Para los sanitarios que salvan vidas, para las Fuerzas de Seguridad que facilitan el orden en el peaje hacia la salvación, para el tenor y la soprano que, asomados al balcón, nos deleitan con sus voces hurtando minutos a la desesperación del aislamiento... Los gestos de solidaridad individual se van multiplicando.Comenzamos con personas que se ofrecían para cuidar de los niños cuyos padres no tenían la opción telemática para despachar el trabajo desde sus casas, y, al mismo tiempo, nos llenamos de orgullo con el ejemplo de nuestros jóvenes voluntarios para hacer las compras a las personas mayores. La amenaza fue a más y ahora, con el cierre de bares, restaurantes, cines, estadios y espacios públicos, unido a la prohibición de circular a causa del estado de alarma, se ha activado la creatividad y se ha multiplicado el lado más solidario de las personas. Larga será la lista de agradecimientos a esos miembros de la sociedad que se han afanado en mejorar la vida del prójimo.

Por mi parte, añado en mi lista a José Luis Ferris, novelista, ensayista y poeta alicantino, cuya desbordante pasión por la literatura, por la buena poesía, colorea el despertar de sus muchos seguidores a través de las redes sociales. Por ahí empezó su último desafío poético y por ahí sigue, entre columnas forjadas con libros que le protegen, en ese luminoso rincón bautizado como «El Refugio», recitando al mundo cada día, a las diez de la mañana, un mágico minuto de poesía que, por momentos, nos aísla de esa guerra bacteriológica inducida por un enemigo sin rostro.

Así, a través de su voz vuelvo a escuchar a Benedetti «jodido y radiante» con «esperanza de verte»; descubro a Dulce María Loynaz «mirando la luz y llorando ante una rosa»; reencuentro a Neruda «feliz por respirar, con el aire y la tierra», imagino al desterrado que invoca Claribel Alegría o reflexiono ante la invitación «a vivir» de Raimundo Escribano para buscar «verdades nuevas» y «no ceder jamás» con tal de que «se ensanche el día y la misma vida te levante».

Me detengo con Goytisolo «para resistir y ayudar con alegría» y exploto con Hernández, Miguel, el suyo y el mío, el de todos, cerrando los ojos este último sábado -aniversario del día en que «lo murieron»- deleitado con ese vals de los enamorados, bailado por los que «no salieron jamás del vergel del abrazo», esos mismos que quedaron «unidos para siempre».