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La vida suspendida

En qué consiste ser verdaderamente humanos

En el libro octavo de la "Odisea" se lee que los dioses tejen desdichas para que a las futuras generaciones no les falte algo que contar. ("El culto de los libros", Jorge L. Borges)

Seguimos en obligada reclusión, con la vida suspendida y sostenida por hilos; seguimos en retiro, no para cosas sublimes como hablar con Dios, sino para asuntos tan mundanos como evitar contagios. Miedo, mucho miedo, miedo de guerra, sin enemigos como nosotros, ni hostis ni innimicus, y miedo fundamental, pues es miedo al colmo, que es a la muerte misma. Nada de pensamiento, pues ese pensar habría de ser más de muerte que de vida, muy triste: un pensamiento de negrura y depresivo -ahora sí justificado- ante un futuro sin futuro tan incierto. Visiones reales e imaginarias contemplan nuestro mundo que está al revés, pues las calles están vacías y las casas llenas, en otro tiempo las calles llenas y las casas vacías. Ya antes ocurrió, por otras cóleras y pestes bubónicas, y con paisajes también similares y siniestros como los de "Muerte en Venecia", maestría de Mann y de Visconti. Miedo, mucho miedo a la muerte anunciada y contemplada, casi vivida.

La cabeza, que tanto entretenimiento precisa para aguantar sana, en busca de distracciones para sobrevivir calmada o serena, hace que los ojos miren ahora, aunque de otra manera, como despidiéndonos o con nostalgia, a lo que siempre nos acompañó, día a día, año a año: a las personas con las que convivimos, compartimos la vida y queremos; a las amistades y a los conocidos con muchos y grandes problemas, aumentados por esta "crisis" ¡Que pruebas! Miramos también, de otra manera, a objetos importantes para nuestro vivir, que nos siguen acompañando, como esos cuadros colgados en las paredes de nuestras casas, como ese mueble o secreter, con cajones y estancos, donde escondemos papeles secretos y depositamos nuestras plumas; como esa biblioteca, con libros de trabajo y ocio, en la que tantas veces, casi inconscientemente, metíamos y sacábamos. Con energía, decidí por necesidad, para entretener al tiempo y entretenerme yo, rebuscar libros y quitarles el polvo, ya amarillos de viejos, allí depositados en anaqueles desde tiempos antiguos. Viendo la biblioteca y hurgando en ella -la mía- más bien modesta y un tanto esmirriada, me acordé de la de Borges y de su cuento "La biblioteca de Babel", escrito en Mar del Plata en 1941. ¡Babel, Babel, nombre propio que tanto recuerda a G. Steiner!

La Biblioteca borgiana, es muy peculiar, por ser laberíntica, "compuesta de un número indefinido, y tal vez infinito de galerías hexagonales". Como escribiera María Esther Vázquez en su texto sobre la Biblioteca de Borges (publicado en Tusquets Editores en 1996) "hay versiones en todas las lenguas de libros no escritos y abarca todos los libros". También me acordé de Umberto Eco y de su película "El nombre de la rosa", incendiada la biblioteca de ficción, una de las mejores de la Cristiandad, por el monje bibliotecario de la Abadía. ¡Cuánto debe a Borges el gran experto en conspiraciones cómo fue Eco! ¡Cuánto echamos en falta ahora a don Umberto, el gran fabular de Adso de Melk! Buscando, primero encontré, por azar, el número 27.98 de la "Revista de Psicoanálisis" de la Asociación Psicoanalista de Madrid; un interesante número dedicado a la Teoría y Clínica al Narcisismo, grave trastorno de la personalidad y tema siempre actual, ahora en particular, por la publicación en España este mismo año (2020) del libro tan clarificador cómo es "Los narcisos", de la francesa Marie France Hirigoyen. De ese libro me quedo con lo siguiente: "A través de la autocomplacencia uno se puede engañar y percibirse de una forma mucho más positiva de lo que es en realidad".

Ejemplo de ello, sobran... También encontré, por azar, el número 47 de la revista "Archipiélago", correspondiente al año 2001, dedicado al "Pensar, narrar, enseñar la Historia". En dicho número, además de un artículo del recientemente fallecido el abulense José Jiménez Lozano, hay otro, importante, de Paúl Ricoeur, titulado "De la fenomenología al conocimiento práctico. Paisaje de mi vida". Pensador francés, muy de moda, por haber dicho Macron que había sido discípulo suyo. De dicho texto de Ricoeur, todo él muy interesante, me llamó la atención la siguiente frase: "pues es en la polis, en la ciudad, en donde el ser humano se realiza". Esa frase viene muy a cuento en estos momentos de reclusión forzosa por pandemia y con las calles vacías de la Ciudad. Un tiempo en el que somos menos ciudadanos. Es ahora, con tanto vacío en las calles y con tanto encierro en las casas, cuando nos damos cuenta de que el ser humano es un ser social -la verdadera condición humana es social-; que, para el pleno desarrollo mental, los humanos necesitamos a los demás; que los egos, egocentrismo y egolatría, con torres o sin torres de marfil, conducen a la neurosis y a otras locuras de paranoicos, a diferencia del altruismo que ordinariamente sana y cura. Encerrados en casas, el miedo sustituye a la libertad -ni yo soy libre ni los demás lo son-; sin ciudad o espacios colectivos no somos ciudadanos, no podemos serlo, aunque la mediocridad, la indignidad, la corrupción y los narcisos locos, políticos o no, abunden en lo público o común. Y es que con la Ciudad, con la vida en común, ocurre lo mismo que con la palabra: por una parte, nos causan agobio e irritación, pues nos hace conscientes de nuestras muchas limitaciones -la relación social rechaza las imaginarias omnipotencias-, pero, por otra parte, aunque pueda parecer increíble, nos cura de nuestras debilidades mentales. La soledad, sin tener certero punto de referencia, agrava los desequilibrios. Ortega y Gasset en su "El tema de nuestro tiempo" (capítulo ocho) escribió lo que ya había pensado al principio de los años veinte del pasado siglo: "Ha sido un error incalculable sostener que la vida, abandonada a sí misma, tiende al egoísmo, cuando es en su raíz y esencia inevitablemente altruista. La vida es el hecho cósmico del altruismo, y existe sólo como perpetua emigración del Yo vital hacia lo Otro". Y las locuras don Quijote, sin sus amigos, el cura, el bachiller y el barbero, y su buen escudero, Sancho Panza, hubiesen sido más locas; sin ellos no hubiese médico ni escribano, que dio fe de cordura.

Es ahora, tiempo de calles vacías, cuando entendemos la diferencia que estableció Aristóteles entre los llamados "idiotes" y "polites", según que intervengan o no en los asuntos de su Ciudad. Es ahora cuando entendemos que el repliegue sobre sí mismo, el encerrarse en sí mismo, es de idiotas. Tal vez, lo que ahora, tristemente, estamos viviendo, pueda ser ocasión para una nueva reflexión, otra vez, en la que nos planteemos, nuevamente, eso tan olvidado, de averiguar en qué consiste ser verdaderamente humanos.

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