La salud pública se está invocando en estos días de epidemia como el argumento central de las decisiones que se van adoptando. Incluso nos hemos acostumbrado a que sea un epidemiólogo, Fernando Simón, quien aparezca cada día en nuestras casas para informarnos del desarrollo de la epidemia. Sin embargo, los términos como epidemiología y salud pública no son reconocibles en sus significados por la mayoría de la población, de lo que deriva que las medidas adoptadas en estos momentos sean de difícil comprensión.

La definición de salud que estudia toda persona que se acerca a cuestiones relacionadas con la misma, la enfermedad o la atención es la de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este organismo en 1952 la definió como «salud no es sólo la ausencia de enfermedad, sino también es el estado de bienestar somático, psicológico y social del individuo y de la colectividad». El énfasis en el bienestar y la inclusión de factores psicológicos y sociales tiene una gran relevancia. Sin embargo, en este texto me voy a centrar en su aspecto colectivo

Sin embargo, la participación de la comunidad en las cuestiones de salud/enfermedad/atención no han tenido un gran éxito en España. Así, sólo se recurre a términos referidos a la salud pública cuando ocurren epidemias, si bien en los momentos en los que no nos acucian peligros directos, es decir, cuando la enfermedad no está muy presente, nadie se acuerda de ella. En este sentido, el proceso salud, enfermedad y atención no se plantea teniendo en cuenta la colectividad y mucho menos pensando en posibilitar la participación de la población en los problemas colectivos. En este sentido, la definición dada por la OMS de bienestar físico, psíquico y social es una quimera, cuando en verdad lo que prima es el curar y el cuidar a las personas con enfermedades crónicas. En España, la excepción fue la Ley General de Sanidad de Ernest Lluch de 1986, que proponía contar con la participación activa de «la población» en los programas de salud como parte de una política pública.

Sin embargo, en otros estados de nuestro entorno (Francia, Estados Unidos), ya desde los años sesenta y setenta del siglo pasado, diferentes movimientos sociales participaron en la definición de lo que es salud y lo que no lo es. En décadas más cercanas, se ha seguido definiendo lo que es correcto o no es, incluso el papel de la medicina en ciertos temas considerados sociales, como la reivindicación para que se reconocieran enfermedades laborales. Otro ejemplo más cercano que cabe citar es el aborto en España, con la propuesta de modificación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo del dimitido ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón (2011-2014). Incluso este hecho que está relacionado con la salud fue una disputa entre el movimiento feminista y el Ministerio de Justicia, lo cual fue una demostración clara del Gobierno de sacarlo del campo de la sanidad y centrarlo en la jurisprudencia. Lo que avala lo que planteaba Vicenç Navarro López (1998) «La definición de lo que es salud y enfermedad no es sólo una cuestión científica, sino también social y política, entendiendo como tales las relaciones de poder dentro de la sociedad».

De esta manera, podemos concluir que la salud pública en su más amplio significado no es bien conocida en España, debido en gran parte, a una deliberada decisión de los poderes públicos de que así sea. Y en este contexto, la población escucha hablar de salud pública y se pide en nombre de la misma su colaboración total. Ahora se entera España que la protección de la salud y la defensa contra el Covid-19 depende de acciones colectivas y que esta situación de alarma la vamos a superar entre todas las personas. Que las acciones individuales son muy relevantes para proteger la salud colectiva de la población. Es decir, cuando en ningún momento hemos asumido que los problemas son colectivos, cuando la definición de salud de la OMS no ha tenido un sentido colectivo, hemos de cambiar de manera de pensar y arrimar el hombro a la causa colectiva.

Pues bien, a mi entender es importante en estos momentos considerar que la salud y la superación de este proceso de enfermedad, no se trata de una cuestión de opresión. Que las decisiones médicas hayan tomado el control de nuestras vidas, no deriva de una decisión totalitaria sino de criterios epidemiológicos que explican cómo se transmite el coronavirus. Que los criterios de solidaridad y responsabilidad deben primar nuestras decisiones, porque la salud colectiva depende de acciones individuales. Pongamos freno al proceso de individualización de nuestra sociedad, ya habrá tiempo para reclamar después medidas económicas de apoyo a quienes más, de verdad, han perdido en esta epidemia. A la par que demandar otras consideraciones vitales como otros problemas de salud, la falta de vivienda, los desahucios, los contratos precarios, los trabajos sin contratos, a las trabajadoras sin protección, etc.

La salud colectiva global que parte de la salud de cada persona individual es nuestro objetivo; y así reforzaremos lazos de comunidad y nos haremos conscientes de lo que la salud pública significa: «La salud pública, así definida, no es una rama de la medicina, tal como se concibe en España sino, antes al contrario, la medicina constituye una rama de la salud pública» Vicenç Navarro López (1998). Porque pensar la salud desde el bienestar físico, psíquico y social de las personas y las colectividades está por encima de consideraciones particulares y fragmentarias. Aprendámoslo ahora, tiempo tendremos para reclamar lo que significa después