Los servicios sociales municipales son servicios esenciales en esta situación de alarma nacional consecuencia del Covid-19. Por tanto, su presencia en estos momentos es obligatoria a través de medidas urgentes de emergencia social, dirigidas a los colectivos de extrema vulnerabilidad y exclusión social que necesitan de intervención social para mantenerse en esta situación excepcional que atravesamos.

Dicha situación de «extrema vulnerabilidad» afecta a muchas personas y familias con serias dificultades para cubrir sus necesidades más básicas, algo que se ha visto incrementado como consecuencia del coronavirus, ocasionando no solo una crisis sanitaria sino también social, en la medida en que tiene repercusiones tremendamente negativas sobre aquellos que ya venían sufriendo una situación precaria con anterioridad.

En estos momentos tan duros que estamos viviendo, es, sin ninguna duda, encomiable y digna de nuestra admiración la intervención que los profesionales sanitarios están llevando a cabo, así como los cuerpos y fuerzas de seguridad, y otros trabajadores que están en primera línea de fuego. Gracias a todo ese esfuerzo, contamos con una serie de medidas preventivas, asistenciales y de tratamiento que diariamente nos proporcionan todo el cuidado que pueden prestar, a pesar de las adversidades. Su exposición continua e incansable para prestar los servicios necesarios es algo de lo que nos sentimos muy orgullosas y orgullosos.

Pero, lamentablemente y como siempre, ciertos servicios y profesionales seguimos condenados al olvido. Me pregunto si es porque nuestra atención va dirigida a aquellas personas y familias en exclusión social, de modo que incluso en estas situaciones se tornan invisibles con mayor crueldad y, por añadidura también aquellos colectivos profesionales que les prestamos nuestros servicios.

Algunas de las personas con las que los servicios sociales trabajamos para mejorar su situación y calidad de vida son las personas sin hogar, que carecen de los mínimos imprescindibles para sobrevivir en esta situación de crisis tan intensa, sin un techo digno bajo el cual refugiarse. En estos momentos, los albergues están desbordados debido al sinfín de personas y familias que viven en esta situación y que ahora, más que nunca, requieren de dispositivos de protección, teniendo que habilitarse de manera continuada nuevos espacios preparados para ofrecer estos servicios. O las mujeres prostituidas que actualmente no pueden realizar la actividad fuente de sus ingresos.

Para ellas, o para las personas sin hogar y para todo aquel que no tiene medios para acceder a su alimentación diaria, hemos tenido que reorganizar los comedores sociales para garantizar las medidas de seguridad, así como hacer frente al enorme incremento de personas que lo requieren como consecuencia de esta pandemia. También están las personas mayores, así como las dependientes, que están solas y carecen de atenciones imprescindibles como la compra de alimentos, medicación, higiene y, lo que es más importante, tienen que hacer frente a su soledad, a quienes atienden los servicios de atención domiciliaria, exponiendo diariamente su salud en estos momentos. O las personas y familias empleadas en la economía sumergida, actualmente sin recursos económicos básicos, a quienes los servicios sociales estamos prestando apoyo económico para subsistir cada día desde que se inició este gigantesco drama.

Entre nosotras, al igual que en otros colectivos profesionales, pero en nuestro caso, invisibilizados por la sociedad, va aumentando tristemente la cifra de todos aquellos compañeros y compañeras afectados por el virus como consecuencia de su exposición diaria, necesaria para atender a todos estos grupos de personas. ¿Por qué nadie se pregunta quién se hace cargo de estas necesidades y de estos colectivos en estos momentos?

Seguramente, arrastramos el estigma de trabajar con colectivos vulnerables a los que la sociedad no quiere ver. Pero quiero que quede claro: los trabajadores y trabajadoras sociales, el resto de nuestras compañeras de servicios sociales, así como los colectivos vulnerables y en situación de exclusión social con los que intervenimos, estamos hartos de ser invisibles. Incluso en momentos tan críticos como los que atravesamos, todos ellos están ahí.