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Toni Cabot

Postales del coronavirus

Toni Cabot

Un alma en El Altet

La epidemia ha convertido el aeropuerto del Altet en un edificio fantasma. Cuatro o cinco aviones comerciales para cumplir con salidas y regresos de personas que tratan de volver a sus casas, un carguero y algún vuelo-ambulancia conforman el parte diario de la escasísima actividad de la pista. Ante eso, no resulta complicado hacerse una idea de la imagen fantasmal de esa enorme terminal que cada año observa las idas y venidas de millones de pasajeros. Lo que pocos imaginan es que en ese gran vestíbulo, aislada del ambiente de pánico que envuelve el mundo, vive desde hace varios meses una solitaria mujer madura que el personal del aeropuerto ha bautizado como «La lectora de libros» por su afición a la lectura, único dato que la identifica. Nadie sabe cómo se llama, nadie conoce de dónde procede, nadie adivina de qué vive, únicamente conocen de ella lo que ven: que lee libros y que de ese enorme recibidor no se sale. Así, semana tras semana. Hasta hace unos días pasaba desapercibida entre la multitud; hoy, durante muchos momentos del día, es la única y solitaria alma en pena que por allí vaga, haciendo escuchar sus pisadas en cortos paseos mientras arrastra el carro que porta sus pertenencias. La historia de «La lectora de libros» se asocia irremediablemente a la película «La Terminal», aquel drama romántico protagonizado por Tom Hancks y dirigido por Spielberg, basado en la historia real de un refugiado iraní llamado Mehran Karimi Nasseri, que vivió en el aeropuerto Charles de Gaulle de París entre 1988 y 2006. Lo que nunca supo Spielberg ni llegó a intuir Hanks es que el aeropuerto de Alicante, por aquel entonces, ya era la morada de Jack, un profesor inglés que vivió en la terminal del Altet casi 30 años, durmiendo en la parte más recóndita del hall, aseándose en un cuarto de baño para minusválidos y comiendo en una esquina de la cantina, donde se empapaba de todo leyendo el diario INFORMACIÓN y el As.

Jack -así le llamaban en el aeropuerto, aunque nadie asegura a ciencia cierta si era su nombre real- se transformó a lo largo de los años en parte del paisaje de la terminal. Arrastrando su carro de un lado para otro, conversando con todo el que se cruzaba, conocía la vida y milagros de cada uno de los miembros del personal estable del aeropuerto. Sin embargo, nunca hubo intercambio de conocimientos: nadie sabía nada de Jack, siempre celoso con su intimidad. Con el paso del tiempo, alguien le sonsacó que procedía de Liverpool y que cobraba una paga desde que se jubiló como profesor en Inglaterra. Hasta ahí. Del extravagante guiri se sabía poco más de lo que se veía: que se alegraba con los triunfos del Barça y que de vez en cuando se subía a un autobús para ir a Alicante a comprar alguna cosa a El Corte Inglés. Jamás pidió limosna, sólo conversación. Y de esta forma, poco a poco, con el paso de los años, Jack entró a formar parte de la familia del aeropuerto, hasta tal punto que, tras el traslado, una vez construida e inaugurada la nueva terminal del Altet, Santiago Martínez Cava, entonces director del aeropuerto, llegó a preguntar si el insólito huésped se había acomodado en su nuevo destino.

Jack falleció hace un par de años. Apareció muerto sobre su habitual asiento en la terminal del aeropuerto de Alicante/Elche dejando un vacío que se notó entre el personal que trabaja en su particular y mastodóntica «vivienda» que le acogió durante 30 años. Al parecer, ahora el hueco del inglés lo ha ocupado «La lectora de libros», quien, allí dentro, sola y enfrascada en la lectura, puede que ni siquiera sepa lo que está ocurriendo por fuera.

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